El ambiente estaba cargado de tensión. El silencio que reinaba en la biblioteca solo era interrumpido por el sonido insistente de los teléfonos vibrando sobre la mesa. Rasher tenía el suyo pegado al oído, con el ceño fruncido y la mandíbula apretada. Cada palabra que salía de su boca llevaba el peso de la ira contenida.
—¡Quiero a todos los estudiantes en el patio trasero ahora!, Y que los guardias revisen cuando salgan a ver si está ahí Ahsly Benkenver —rugió, su tono era más una orden que una petición.
Su respiración era pesada, el teléfono apenas podía soportar la presión de su agarre.
—¡Pero nada! —gruñó con rabia—. Si quieres que tu cabeza siga sobre tu cuello, más te vale que hagas lo que se te ordenó.
Colgó de golpe y lanzó el teléfono al sofá con tal fuerza que rebotó antes de quedar inerte sobre el cojín. Pasó ambas manos por su cabello, frustrado. Estábamos en la biblioteca desde hacía más de media hora, enviándole mensajes a Ahsly, llamándola sin parar, pero ella no respondía. Su teléfono seguía repicando, pero nadie contestaba del otro lado.
Intenté una vez más. Mi propia respiración se sentía pesada, como si cada segundo sin respuesta añadiera un nuevo peso a mis pulmones.
—Ahora no puedo tomar mi teléfono porque no lo tengo a la mano, pero deja tu mensaje después del tono y te llamaré en cuanto pueda —escuché la grabación automática por quinta vez consecutiva.
Un gruñido salió de mi garganta antes de que pudiera controlarlo. Sin pensarlo, lancé mi teléfono contra la pared. El sonido del impacto resonó en la habitación y el dispositivo cayó al suelo con un golpe seco.
—Sigue sin responder —murmuré entre dientes, sintiéndome impotente.
El teléfono de Rasher volvió a sonar, y casi de un salto, se lanzó sobre el sofá para tomarlo. Roderick, Randi y yo conteníamos la respiración, esperando cualquier señal de alivio, pero lo que escuchamos nos hizo sentir aún más inquietos.
—¿Cómo que no está? —su voz era pura exasperación—. ¡Pues sigan buscándola, en Reffirshon y los alrededores!, ¡¡No me importa qué tengan que hacer, nadie sale de aquí hasta que yo lo ordene!!
El estruendo del teléfono estrellándose contra la pared aún flotaba en el aire cuando una voz suave, impregnada de burla, rompió el tenso silencio.
—Y ahí va otro teléfono.
Nos giramos al instante. Rin estaba en la entrada, apoyada con aire despreocupado contra el marco de la puerta. Su sonrisa ladina destilaba diversión, pero sus ojos ámbar brillaban con un fulgor que no tenía cabida en ese momento.
Mi piel se erizó de inmediato. Rin nunca aparecía sin motivo. Y mucho menos con esa sonrisa.
—No estoy de humor para tus niñeces, Rin. ¿Qué quieres? —espetó Rasher sin apenas mirarla, su voz cargada de veneno.
La rubia alzó una ceja con la misma arrogancia de siempre, sin borrar su sonrisa. No respondió de inmediato, como si disfrutara alargándolo, haciéndonos arder en impaciencia.
—¿Dónde está Kiki? —intervino Randi, su tono más tenso de lo habitual.
—Aquí, primito.
La voz llegó desde detrás de él, tan cerca que su cuerpo se tensó por instinto.
Kiki emergió de la penumbra con la misma actitud despreocupada de su hermana, como si acabara de llegar a una fiesta y no a una habitación donde el ambiente estaba cargado de hostilidad. Se acomodó a un lado de Rin con una sonrisa igual de enigmática, el mismo aire de burla flotando a su alrededor.
Ambas llevaban el cabello recogido en dos coletas altas, las ondas cayendo hasta sus glúteos. Rin tenía los labios pintados de un rojo intenso; Kiki, de un negro tan oscuro como la noche. Sus faldas azul marino llegaban a la mitad del muslo, combinadas con camisas ombligueras—roja la de Rin, azul la de Kiki. Medias de cuadros negras y botas de gamuza con tacón alto completaban el atuendo.
Pero nadie estaba prestando atención a su apariencia.
El aire en la habitación cambió. Se volvió más denso, más pesado.
—Si tú estás metida en esto, te arranco la cabeza... —amenazó Randi, su voz afilada como un cuchillo.
Kiki ladeó la cabeza, fingiendo una expresión de inocencia.
—¿Uh? No sé de qué me hablas —respondió con ese tono infantil que usaba cuando quería irritar a alguien, la pava de su peinado enmarcando su rostro con dos mechones más largos a los lados.
Pero Randi no se dejó engañar.
—Ella dice tu nombre entre sueños...
El peso de esas palabras cayó sobre nosotros como una losa.
Las gemelas se miraron entre sí, y aunque su intercambio fue fugaz, algo en su lenguaje corporal nos puso en alerta. Fue apenas un segundo, pero en ese breve instante hubo un entendimiento entre ellas que nos excluía a todos.
—¿Y exactamente quién es ella? —preguntó Rin, avanzando un paso hacia Randi.
Kiki la imitó al instante, ambas alineadas en perfecta sincronía, como dos depredadoras listas para atacar.
Roderick fue quien respondió. Su voz no titubeó, cada sílaba cayendo con el peso de una sentencia:
—Ahsly Lucette Bankenver Monshiten.
Las sonrisas de las gemelas desaparecieron al instante.
Fue tan abrupto que el ambiente en la habitación pareció cambiar en un abrir y cerrar de ojos. Las expresiones de Rin y Kiki se endurecieron, sus posturas se tensaron, y por primera vez desde que entraron, parecieron tomarse algo en serio.
—¿La hija de la tía Lucy? —preguntaron al unísono, con el ceño fruncido.
El silencio que siguió fue espeso, opresivo.
Nos miramos entre nosotros, sintiendo la confusión golpearnos como una ola helada.
—¿Tía Lucy? —repetimos todos al mismo tiempo, desconcertados.
Las gemelas asintieron, como si la respuesta fuera obvia, pero sus expresiones no reflejaban burla esta vez. Había algo en su mirada—un atisbo de algo que no lograba identificar, pero que hizo que mi estómago se hundiera.
Era la primera vez que las veía sin su máscara de arrogancia.