Dulce Tentación

1. Sarabeth

El aroma a canela siempre me había parecido una promesa. Una que decía todo estará bien, incluso cuando mi vida se sentía como una torre de macarons balanceándose a punto de colapsar. Esa mañana llevaba una bandeja de bollitos recién hechos mientras caminaba por el local que estaba a punto de alquilar: mi café, mi sueño, mi primer salto sin red.

El lugar tenía las paredes algo descascaradas, pero los ventanales dejaban entrar una luz dorada que hacía que todo pareciera más cálido, más mío. Ya podía imaginarme las mesas llenas, las tazas humeantes, los libros cambiando de manos entre clientes tímidos. Mi propio refugio literario-gastronómico.

Estaba tan perdida en esa visión que no escuché la puerta abrirse detrás de mí.

—Así que tú eres la pastelera. —La voz era grave, irritantemente segura.

Me giré.
Y ahí estaba él.

Deacon Smith.

Traje a medida, reloj que costaba más que mi alquiler anual, expresión de “sé exactamente lo que valgo”. Tenía ese tipo de atractivo que molesta, porque parece que el universo lo diseñó para que una parte de ti se distraiga. Alto, mandíbula perfecta, ojos tan claros que parecían juzgar cada uno de tus secretos.

Y sí, estaba mirándome como si fuera un inconveniente más en su agenda de magnate.

—Sarabeth McFarland —respondí, levantando la barbilla—. La chica que firmó el contrato hace tres días. La que va a transformar este local en algo hermoso.

Sus ojos recorrieron la habitación y volvió a mí con un gesto apenas perceptible, como si ya hubiera encontrado algo que criticar.

—Mi abuela tenía gustos particulares para los inquilinos.

—¿Quieres decir… gente normal? —pregunté.

Su ceja se elevó, y por un segundo creí que iba a sonreír. No. Me miró como si yo fuera una ecuación complicada y él estuviera demasiado ocupado para resolverla.

—Solo quiero asegurarme de que cumples con lo acordado.

—Pensé que para eso estaban los abogados —repliqué.

Y ahí ocurrió.
Su mirada chocó con la mía.
Firme.
Soberbia.
Como dos espadas que se niegan a bajar.

Había escuchado sobre él: exitoso, frio, mujeriego empedernido. Y, aunque no lo sabía aún, un hombre con una fecha límite marcada sobre su cabeza: casarse antes de los 30. Una bomba de tiempo caminando en traje.

Pero en ese instante solo era el dueño que podía arruinar mi sueño.

—Voy a invertir en renovar el edificio —dijo—. Y quiero acceder cuando necesite supervisar.

—Este espacio es mío mientras dure el contrato. —Apreté los dedos en la bandeja—. No puedes aparecer sin avisar. Tengo un negocio que montar.

Él dio un paso hacia mí.
Yo retrocedí uno.
No por miedo.
Por indignación… y algo que se parecía demasiado a adrenalina.

—Tienes carácter —dijo, como si fuera un dato técnico.

—Y tú tienes problemas con los límites —respondí sin pensarlo.

Su mandíbula se tensó.
La mía también.

El silencio se llenó de electricidad densa, incómoda, casi tangible. Nunca había sentido tensión así con alguien. No era atracción —al menos no quería admitirlo—. Era irritación pura, ese tipo de fricción que sólo se da cuando dos personalidades están destinadas a chocar… o a encenderse.

Finalmente, él dio un paso atrás.

—Está bien, pastelera. Haz tu negocio. Yo supervisaré desde afuera.

—Perfecto, magnate. —Le dediqué una sonrisa demasiado dulce—. Así no derrites tu traje.

Por primera vez, su mirada bajó a la bandeja que yo sostenía.
—¿Eso es canela? —preguntó.

—Sí. Pero no te daré ninguno. Aún no he firmado cláusulas que implican sobornos gastronómicos.

Esta vez, sí sonrió. Apenas. Pero lo suficiente para que mi corazón perdiera un compás.
Estúpido corazón.

Deacon se dio la vuelta y salió, dejando tras de sí el suave olor a su colonia —madera, ámbar y problemas—.

Me quedé allí, respirando hondo, intentando recuperar la calma.

Ese hombre…
Ese hombre iba a ser mi ruina.
O mi tragedia.
O las dos cosas.

Pero aún no sabía que ese era solo el primer encuentro.

Y que ninguno de los dos saldría ileso.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.