Dulce Tortura ©

Capítulo 1


—Vamos, Kairi, se te hará tarde —escuché su voz ansiosa y desesperada gritarme desde algún punto de la casa. Resoplé, cogí la mochila y bajé corriendo los escalones haciendo crujir la madera bajo mis botas.

En menos de un minuto llegué a la planta baja, arrojé la mochila sobre el sofá y me dirigí a la cocina donde mi hermana mayor estaba sirviendo el desayuno.

—Buenos días, Maddy —dije ayudándole a poner la mesa. Aunque no era gran trabajo, sólo éramos ella y yo en esta casa.

Acomodé los platos, los vasos, una taza de café para Maddy y  entretanto ella comenzó a servir los huevos con tocino para terminar vertiendo el jugo de naranja en nuestros vasos de cristal, finalizando con un poco de café, lo necesitaba para mantener energía. Simplemente si no tomaba café, su día no era bueno.

Me senté, la esperé observándola moverse por la cocina con rapidez usando aquella blusa rosa pastel de botones blancos que mi padre le regaló, y pese al tiempo que tenía se seguía manteniendo en buen estado, aunque puedo asegurar que ella buscaría la forma de remediar cualquier desgaste que tuviera. Amaba esa blusa.

—¿Estás nerviosa? —Me preguntó de pronto, sentándose frente a mí sin mirarme a la cara, su atención estaba puesta sobre el periódico mientras llevaba el cubierto repleto con comida a la boca, masticando despacio atenta a lo que leía.

—No —respondí despectiva imitándola con los cubiertos.

—Me alegro, ya verás que te irá bien —afirmó. Hice una mueca que ella no vio.

Al menos eso esperaba.

Todo era tan diferente aquí, tan pequeño y verde que me daba la impresión que todos vivían dentro del bosque; acabábamos de mudarnos a esta pequeña ciudad que a decir verdad se podía llamar pueblo. Había dejado mi vida en Chicago ya que el trabajo de mi hermana así lo solicitaba, y no podíamos darnos el lujo de mantener dos casas, además de mis estudios en el colegio. Eran gastos que por ahora aunque quisiéramos, no podíamos llevar.

No contábamos con más familia, nuestro padre había fallecido hace dos años, y la mujer que me dio la vida se largó en cuanto yo vine al mundo, nunca supimos más nada de ella y en realidad no hacia falta el saberlo; así que sólo éramos nosotras dos contra el mundo.

Maddy mi hermana mayor, era doctora especializada en pediatría, graduada un poco antes de que papá falleciera, y yo cursaba el tercer semestre de preparatoria.

—Sí, bueno..., creo que es hora de irnos —dije mirando mi reloj sin prestarle atención al plato medio vacío que dejé; ni siquiera tenía apetito, me encontraba un tanto nerviosa y ansiosa, como si presintiera algo. Aunque debía de ser lógico, iba a enfrentarme a un en torno totalmente distinto al que estuve antes acostumbrada.

—Claro. —Aceptó poniéndose de pie. Ella sí que había acabado el desayuno.

Le ayudé a recoger la mesa en silencio, dejando los platos en el lavavajillas, luego fui a la planta alta de nuevo; entré al baño directamente y me apresuré a cepillar mis dientes.
Al terminar me miré una última vez en el espejo, acomodé la maraña revuelta que era mi cabello, decidiendo de último instante tomarlo en un moño alto. Observé el brillo labial a un costado de mi pequeño estante, tentándome para que lo usara, pero opté por ir al natural.

Salí de ahí con prisa, se me estaba haciendo tarde.

Nuevamente bajé corriendo, cogí la mochila y justo Maddy me esperaba en el umbral de la puerta. Creo que estaba más emocionada que yo por llevarme al colegio, como si yo fuese una niña pequeña que apenas y comienza el preescolar.

Afuera estaba fresco; me agradaba el clima de este lugar, no era ni muy caluroso ni muy frío, simplemente era perfecto; la mayor parte del día se hallaba nublado y me hizo sentir en Forks, y ciertamente me hallé identificada con Bella Swan, aunque claro, aquí los depredadores no eran vampiros, sino humanos, y estaba segura que no estaría fuera de problemas.

Antes de subir al auto me quedé mirando hacia al frente. Y debo mencionar que lo que más me gustaba de este sitio era el bosque que rodeaba todo el pueblo, el verde destacaba entre todo lo demás, dándole un aspecto tan natural y calmado que me serviría de inspiración para ponerme a dibujar. Pero eso lo haría más tarde.

Abrí la puerta y subí al auto acomodándome en el asiento de piel mientras Maddy arrancaba para momentos después ponerse en marcha.

En lo que hacíamos el recorrido a mi nuevo colegio me dedicaba a mirar por la ventanilla del auto, observando a las personas que recién abrían las puertas de sus comercios para comenzar el día. También vi a varios chicos caminado en grupos por las calles dirigiéndose quizá al mismo lugar a donde yo iba. A pesar de todo me hallaba emocionada, era divertido conocer gente nueva y hacerse de amigos; no era muy sociable, pero tampoco me la pasaba en un rincón leyendo un libro.

Apreté la mochila contra mi cuerpo y la ansiedad creció de forma súbita mientras veía más y más jóvenes, lo que me hacía saber que pronto llegaríamos al colegio; el recorrido no era muy largo, ya que al ser un sitio pequeño llegabas a tu destino en cuestión de minutos. Nada que ver con Chicago, donde el tráfico es la muerte para las personas que necesitan llegar a sus trabajos. Aunque a decir verdad era la muerte para todos. Una jodida desesperación.



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En el texto hay: lobos, amorodio, celos

Editado: 16.05.2019

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