Dulce Tortura ©

Capítulo 4


A la mañana siguiente desperté temprano, Maddy se encontraba durmiendo, así que no la molestaría.
Caminaba por la habitación con mi ropa en la mano, luego me quedé de pie observando mi cuerpo en el espejo que adornaba la pared.

Mis labios se surcaron en una mueca al ver aquellas garras del lobo atravesando mi cuerpo. Eran unas líneas rojizas muy poco profundas —gracias al cielo— pero igualmente notorias; tal parecía que él fue cuidadoso para no atravesarme la piel con profundidad, porque pudo haberlo hecho sin ningún problema, su fuerza era aterradora y bien pude quedar hecha nada bajo sus garras.

Y, sin embargo, por una extraña e ilógica razón que yo desconocía, aquel animal se detuvo, luchó contra sus instintos y me dejó con vida y con demasiadas dudas en mi cabeza, dudas que nadie podría resolver.

Me parecía increíble que esto me haya sucedido a mí y me encontraba absolutamente segura que nadie creería una sola palabra de lo que me ayer me ocurrió. La mejor decisión que pude tomar fue mantenerme callada acerca de este incidente que esperaba no volviera a pasar.

Me vestí con prisa, colocándome unos jeans ajustados y una blusa de manga larga en color crema y una chaqueta en color café.

Me calcé mis botas negras y dejé suelto mi cabello. Tomé mi mochila colocándola sobre mi hombro y salí de mi habitación rumbo a la calle.

Al poner un pie afuera el viento fresco golpeó mi rostro de manera seca. Me estremecí un poco, hoy había amanecido más frío de lo normal.

Me coloqué mis audífonos y comencé el recorrido hacia el colegio de manera ansiosa y con los nervios dominándome a cada paso que daba. No sabía lo que me esperaría hoy, sólo deseaba con todas mis fuerzas que Donovan dejará de meterse conmigo.

De soslayo observé el bosque, pareciéndome una mala idea al traer el recuerdo del lobo a mi memoria. Tragué de manera seca, agradeciendo a quien fuera que me protegió y se apiadó de mí para no terminar siendo desgarrada bajo los colmillos de aquel enorme animal.

Tan sólo de imaginar una muerte así me llenaba de terror. Tendría que tener más cuidado cuando saliera de casa y mantener cerradas las puertas siempre.

Como si eso pudiera detenerlo.

Sin darme cuenta llegué al colegio más rápido de lo normal. Los alumnos apenas y comenzaban a llegar, desafortunadamente, Donovan ya se encontraba allí, apoyado sobre un hermoso auto deportivo en color negro. Maldita sea "debe de estar podrido en dinero" pensé.

Había un grupo de cuatro chicas alrededor de él, mientras que su brazo se encontraba alrededor de los hombros de dos de ellas. Vaya... Ahora mismo no me tragaba el cuento de que el idiota no se acostaba con nadie.

Suspiré. Me sentí extrañamente contenta de verlo ocupado con aquellas chicas, así no lo tendría molestándome todo el tiempo.

—Señorita Baker, buenos días —escuché una voz a mis espaldas—. Veo que esta vez madrugó.

—Buenos días, profesor —dije disminuyendo mis pasos para esperarlo.

Él me sonrió amablemente mostrándome una hilera de perfectos dientes blancos. Por Dios... qué sonrisa más bella.

—La espero en mi clase —dijo sin dejar de sonreír—, y trate de no llegar tarde, ya que no seré tan condescendiente otra vez —me guiñó un ojo y yo me quedé embelesada mirándolo.

"Lindo trasero" Mierda... me sonrojé ante aquel pensamiento estúpido. Mi jodido subconsciente era todo un caso.

—Deberías de dejar de comerte al profesor con la mirada —dijo una voz cortante a mi espalda.

Cerré los ojos inhalando profundamente en un intento por tranquilizarme.

—Lo que haga o deje de hacer, no es asunto tuyo —espeté.

Sus manos me sujetaron desde atrás de manera imprevista para mí. Me quejé de manera audible con el roce de sus manos haciendo presión en mi piel, dado que las casi visibles heridas que el lobo me había hecho, ardían.

—Suéltame Donovan —ordené dando la vuelta. Grave error.

Inevitablemente mi rostro quedó muy cerca del suyo, su aroma, que no me había detenido antes a disfrutar, se coló por mi nariz cautivando enseguida mis sentidos. Olía a bosque, a húmedo, como el olor de la tierra mojada con un toqué de loción cara y varonil que no hacía más que aumentar en mí la atracción que desgraciadamente sentía hacia él.

Su aliento se mezcló con el mío, fresco y cautivador. Apoyé mis manos sobre su pecho en un intento por mantener una distancia entre nuestros cuerpos que difícilmente pude lograr del todo, ya que él me presionó con más ímpetu contra su cuerpo duro y cálido, demasiado cálido.

—No voy a soltarte... Eres mía, mi juguete —dijo sin burla alguna en su voz.

De nuevo ese maldito escalofrío recorrió mi espina dorsal, y aumentó en sobremanera al sentir el toque de sus labios contra mi cuello y su nariz acariciándolo de arriba abajo.



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En el texto hay: lobos, amorodio, celos

Editado: 16.05.2019

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