Dulce Venganza

|2| En la víspera de un escándalo

—Se acaba de notificarle su nueva dirección, el señor Luck estará esperando en la entrada del edificio, usted solo debe esperar a que suba y llevarlo a dónde le pida ¿Entendido señorita Sullivan?

Amber hizo una mueca de desagrado en dirección al teléfono, antes de carraspear y responder en tono normal.

—Recibido, señor. Estaré con el señor Luck en breve.

—Bien. —su jefe corto la llamada de manera abrupta, provocando que Amber soltara una serie de maldiciones en voz alta, al tiempo que se dirigía hacia la dirección enviada por su jefe.

Su vida en la gran Manzana no era como todos pensaban, tan complicada que por un momento se le dificultaba inclusive soltar un respiro.

Su decisión de mudarse hace más de 8 años para perseguir su sueño de ser periodista, fue una de las situaciones más difíciles que una Amber adolescente tuvo que afrontar en el pasado. Nada es como como lo planeamos, y aunque Amber todavía siente la herida de la traición como si fuese ayer, trata de dejar esos pensamientos de lado y seguir su vida.
Sin mirar atrás, por miedo a quedarse estancada. Y es demasiado inquietante que todos estos años hayan marchado sin mayores problemas… sin que su pasado tocara su puerta nuevamente.
 

Un suspiro salió de los labios de Amber tras aparcarse frente al ostentoso edificio de donde saldría su cliente. Se quedo observando por varios minutos la entrada, divisando los múltiples empleados que se movilizaban de un lado a otro enfundados en carísimos trajes que no tenían comparación con sus jeans gastados y sus sencillas camisetas ocasionales que tenían escrito frases como “Soy un privilegio" y su favorita "Soy una perra ¿y qué?"

Aunque esa comparación tenía que hacerse después de su turno, puesto su opulento traje de chofer podía igualarse en cierto modo al de ellos.

Durante varios minutos se entretuvo mirando su teléfono, esperando que su cliente saliera por esas puertas de una buena vez para poder terminar con la espera.

Lo que no esperaba es que su jefe llamara como si nada para cancelar el viaje, alegado que el dichoso cliente llamaría de nuevo al terminar con sus labores.

¡Agh! Amber piso el acelerador con fuerza «¿Podían los ricos dejar de ser unos imbéciles?»

Es decir, según ellos poseían el mundo y eso les daba el poder para aplastar a los pobres mortales como Amber.

Definitivamente era algo que repudiaba con todo su ser, y no estaba de más admitir que sentía una pequeña victoria cuando estos caían en la red de escándalos que les envolvía hasta el punto que desencadenaba aún más secretos.

Pocas veces costaba un pequeño error para que los reyes cayeran de su trono.

No existía tanta perfección como aparentaban creerles a los simples mortales que les sirven como esclavos.

Por qué al final merecían ser aplastados como seres insignificantes.

Ignorando las constantes notificaciones que llegaban a su teléfono, Amber se concentró en la autopista, intentando buscar un atajo que la llevara a un lugar pacífico y lejos del constante ruido.

Odiaba sentir esa sensación de asfixia en su pecho, que constantemente la alejaba de su entorno.

Se estacionó a la vuelta de un estudio de baile, donde permaneció tranquila y sabía que nadie perturbaría su sesión de silencio.

Amber cerro los ojos y se recostó sobre el asiento, desabotonando los primeros botones de su camisa.

Nadie se daría cuenta. El auto mantenía sus vidrios polarizados para que ningún curioso husmeara.

En momentos como estos, agradecía esas pequeñas modificaciones.

Se sentía tan absorta en una sesión purgatoria, que emitió un pequeño grito cuando una mano golpeo el vidrio con fuerza.

Su corazón martillaba con fuerza en su pecho debido al susto, pero aun así Amber se las arregló para respirar profundamente y girarse para contemplar el rostro femenino que empañado de lágrimas no dejaba de mirar el teléfono y golpear una de las ventanas.

Amber no había reconocido a la mujer debido a su apariencia moribunda, contrario a lo que una modelo aparentaba frente a las cámaras. Pero fue hasta que bajo una de las ventanas que pudo apreciar mejor con quién estaba tratando.

Vivi, el apodo más ñoño según Amber para Olivia Landru, una de las modelos más cotizadas de Manhattan por su alcance de seguidores en las redes sociales y su lujosa vida como hija de papi.

—¿Sí? —musitó Amber, con voz serena.

—¿Eres chófer? —Vivi la miro sin pestañear—. Necesito estar en otro sitio urgentemente.

—Claro, sube. —Amber disimuló su sonrisa al ver a la chica montarse en el asiento del copiloto—. ¿A dónde vas?

—Por ahora conduce. —Vivi siguió mirando su teléfono—. Pronto te indicaré la dirección.

—Okey. —Amber no se resistió y siguió mirando de reojo, conduciendo sin rumbo por las calles a la espera de la dirección.

Si que era su día de suerte.

Lo siguiente en la lista de Amber era investigar los motivos por los cuales lucia tan alterada, por qué teniendo en cuenta la manera en que lloraba y le gritaba a la persona detrás de la línea, tendría que ser algún tema amoroso.

Por otro lado, la modelo no paraba de bramar galimatías al teléfono.

«"Necesito saber dónde está"»

«¡Te he dicho que no me importa la maldita apariencia!»

«Tengo que llegar a ellos»

«¡Es que no puede ser cierto!»

«¡Devin no puede hacerme esto!»

En definitiva, Amber estaba más que curiosa por saber los motivos detrás de tales palabras.

Y, en definitiva

¿Quién era Devin?

—Llévame al resort...

—¿Que resort? —inquirió Amber con cautela, tras una larga pausa de parte de Viví.

—¡No recuerdo su nombre! Pero... está cerca de la quinta estación.

—¿Hotel Four Seasons?

—Es ahí. —musitó Olivia con amargura—. ¿Pensó que podría ponerme los cuernos y no me daría cuenta? —Vivi volteó a mirar a Amber—. ¿Estamos lejos? Necesito llegar rápido.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.