Dulce venganza

Capítulo 20

Henry la volvió a tomar con fuerza al ver las intenciones de huir que su joven esposa mostró, Layla gritó con fuerza, maldijo una y otra vez su nombre pero Henry hizo caso omiso a sus súplicas y la entregó al médico,con voz firme dijo:

—Si intenta volver a escapar pueden atarla a la camilla o usar algún anestésico.—dió la orden como si de un animal se tratara, como si fuera un animal salvaje del que estuviera hablando.

Layla entendió que era una advertencia para ella, pero al oír las palabras de su marido se desesperó, no podía creer que fuera un ser tan despiadado, sabía que era un idiota,todos estos días que llevaban casados lo confirmaron, casi un mes de matrimonio y Henry solo había enseñado ese lado malvado que la hacían sentir pequeñita e insegura.

Henry la vuelve a ver por última vez, los ojos azules chocan con los negros haciendo que el corazón de ambos diera un vuelco por diferentes razones. Henry no podía ceder ante ella para él la mujer no era más que una persona que no merecía nada bueno, por más que aquellos oscuros ojos se vieran vulnerables y llenos de miedo, él no le creía una sola palabra o gesto de su teatro. Layla entendía de una buena vez con quien se había casado y que no valía la pena desgastar su vida ni cambiar sus planes por un ser sin sentimientos como su esposo.

—Henry—habló en un hilo de voz, el hombre abrió la puerta dando la espalda a la rubia—¡Henry! —gritó con sus pocas fuerzas.

Henry se fue dejándola ahí, pero en cuanto sus miradas se despegaron la rubia no dejó de resistirse, sus largas uñas se clavaron en sus palmas gracias a la fuera con la que cerraba los puños tratando de soltarse de los brazos de aquel doctor que la apretaba con fuerza, lloraba con desespero y en medio de sus pataleos, sin darse cuenta, la cortaron con un bisturí, la enfermera mira al doctor y este da la órden para que fuera atada a la mesa de operaciones.

—No me hagan esto, por favor—ruega por millonésima vez, sin poder entender cómo era posible tales actos hacia su persona.

—Su firma está en el papel señora Harper y, las órdenes de los señores fueron claras. —Layla al final comprendió, ese maldito médico estaba comprado, los Harper lo tenían comiendo de la palma de sus manos,literalmente.

Maldijo una y otra vez haber firmado ese contrato, una y mil veces se tiró la culpa como si fuera agua hirviendo sobre ella, mentalmente se golpeó creyendo en las estúpidas palabras que se repetían en su cabeza sin darle descanso.

Todo sería diferente si no hubieras firmado.

Gritó una y otra vez, frustrada de la situación en la que se encontraba,llorando, pensando en las cosas que podía haber evitado.

La joven observaba la sangre chorreando por su brazo,no parecía ser un corte muy profundo pero de seguro dejaría una cicatriz, sus suaves ojos veían borroso gracias al llanto, su nariz tapada y su voz apagada. Le ardía la garganta gracias a los gritos que parecía nadie oír fuera de aquella sala.Deseaba con todas sus fuerzas que lo que estaba viviendo fuera una pesadilla, quería despertar y ser aquella niña alegre que vivía rodeada del amor de sus padres. Pero el dolor en su cuerpo y alma le hacían caer con una fuerza descomunal al suelo, un suelo duro y frío en el cual se encuentra encadenada, sin salida en medio de una oscuridad aterradora que la llevaban a una realidad que no tenía más que aceptar, lloró con fuerza.

—No quiero—mira directo a los ojos de la enfermera que con rapidez apartó la mirada. —nunca quise esto,ellos lo hicieron,ellos les pagaron para hacerme esto ¿verdad?—ninguno de los dos dijo palabra alguna,miraron al suelo.

¿Estaban avergonzados por dejarse comprar de tan horrible manera?

Yo lo estaría.

Acostada en la camilla, sostenida por ese par de correas que no la dejaban hacer movimiento alguno de sus manos y piernas, observó como aquella enfermera llenaba una jeringa con un líquido transparente, agregando una aguja afilada a la punta de la misma y se acercó a la joven esposa.

—Le inyectaremos un anestésico, despertará cuando todo haya pasado—susurra la enfermera, ella niega, suplicante.

En su vida habia suplicado tanto como en ese momento, sentía el corazón a todo dar golpeando en su pecho, su respiración agitada y dolor en cada uno de sus huesos, ya no sabía que hacer, no tenía idea de como salir de ese lugar.

Tenía miedo.

Estaba tan asustada que su mente se encontraba en blanco, sus ideas habían desaparecido,su cerebro se había rendido a la situación en la que se había metido. Su cuerpo comenzaba a dejar de moverse con desesperación, el anestésico comenzaba su efecto. Las lágrimas jamás dejaron de rodar por sus rojizas mejillas, escuchaba al médico dar instrucciones a la enfermera que con cara culpable iba y venía de un lado a otro,parecía todo ir en camara lenta.

Layla era pura e inocente, su cuerpo aún no había sido profanado, ella aún era una mujer virgen que fue humillada por su esposo, descuidada por su familia, una mujer de veintitrés años que solo buscaba ser feliz con una bonita historia de amor, pero todo lo que ella había deseado en algún momento se arruinó gracias a él, ese ser que para sus ojos era un monstruo, la persona que alguna vez amó la había metido en tal situación sin pararse ni un solo segundo a pensar en las consecuencias, en lo mal que eso estaba.

Cuando el doctor utilizó su equipo en ella se sintió morir, no quería creer lo que le estaba sucediendo, todo le parecía mentira, aún se negaba a creer algo de lo que estaba viviendo, se preguntaba ¿por qué tenía que pasar por todas esas cosas? ¿Qué pecado había cometido para estar en tal situación? ¿Tanto la odiaba el mundo para hacerle esto? La mujer se sentía tan mal, ultrajada y humillada.

Antes de caer inconsciente gracias al medicamento,Layla pensó en las palabras de su primo,Matías tenía razón al hablar de los Harper, en especial de Henry. Eran simples personas que estaban acostumbradas a comprarlo todo con dinero, hacían todo tipo de cosas con tal de ganar y, por desgracia para Layla, ella había caído en aquella trampa por su familia.




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