Henry no dejaba de pensar en las palabras de su abuelo, había salido de su oficina con la mente en blanco para soportar los regaños que el anciano le dedicaba por largo rato, estaba bastante cansado de toda la situación en la que estaba envuelto, necesitaba despejar su mente, estar lejos de todos y cada uno de ellos pero, eso era lo último que él, Henry Harper, podía hacer.
—Creo que si estuvieras aquí las cosas no serían así, tu esposo no sería la persona en la que se convirtió—susurra mirando la foto de su abuela que colgaba en la pared.
Sacudió la cabeza sentándose finalmente en su silla giratoria, observó la hora en su reloj de muñeca y largó un pesado suspiro, eran cerca de las tres de la tarde y su amigo no daba señal alguna sobre la reunión con aquella genio, necesitaban ese proyecto lo antes posible, no soportaría otro discurso por parte de su abuelo.
—Algunas veces no entiendo ¿por qué no le dió la maldita empresa a mi padre? me hubiera ahorrado todo este desastre de emociones—piensa, apoyando su frente sobre el escritorio, mirando a un lado, su mejilla apacurrada contra la costosa madera lo hacían ver borroso de su ojo derecho.
Un minuto después aún seguía en la misma posición, sin miedo a quedarse dormido. Tardó en ponerse derecho al oír a su celular sonar con el tono de llamada, el nombre de Lorenzo apareció ante sus ojos y no hizo más larga la espera, contestó con una voz algo ronca debido a su somnolencia.
—¿Hola?—deseaba escuchar la voz de su amigo, dándole la hora de su encuentro con la mujer que lo sacaría de la miseria emocional en la que se encontraba.
—Preparate, pasaré por tí en una hora, el profesor la tiene esperando por nosotros.—Henry no terminó de escuchar las palabras abandonar la boca de Lorenzo cuando ya estaba saliendo de su oficina directo a la entrada principal del edificio.
Llegó a la dirección que su amigo le había mandado y al encontrarse con Lorenzo en la puerta de su antigua Universidad, sonrió, hacía varios años no pisaba el lugar, los mejores años de su vida habían pasado en esas paredes, recordaba haberse sentido libre en esos momentos.
—Te tengo malas noticias—Henry quería que el mundo desapareciera, Lorenzo simplemente frunce los labios.
—¿Ahora qué?
—Se fue, el profesor la tenía consigo y ocurrió algo que la hizo correr—Lorenzo se encogió de hombros.—pero, la llamé y dijo que nos vería en mi oficina—la sonrisa de su amigo lo hizo querer darle un golpe directo en la cara—deberías de ver tu cara, creí que te daría algo al corazón.
—Ja, Ja—Lorenzo no hace más que reír siguiendo a su amigo, se subió al auto de Henry y éste lo volteó a ver algo confundido.—¿no trajiste tu propio auto?—el hombre niega.
—Me trajo mi chofer pero, su hija estaba dando a luz y tuve que dejarlo ir—ríe arreglando su cabello en el espejo retrovisor.
Henry frunce el ceño cuando Lorenzo mueve su espejo de un lado a otro, suspira negando con la cabeza mientras su amigo sonríe de oreja a oreja, haciendo un movimiento con las cejas para que Henry diera marcha hacia su lugar de trabajo.
Matías hundía su dedo en la mejilla de cierta rubia que roncaba con cansancio, aún le costaba creer que alguien como ella pudiera roncar de tal manera. Layla se sentó de golpe limpiando la saliva que habia escapado de su boca sin su permiso, mirando a su primo se sentó derecha tratando de arreglar su desordenado cabello, tomó su pequeño espejo de su bolso y observó la hinchazón en su rostro.
—¿Cuanto tiempo estuve dormida?—pregunta al hombre que la observaba en silencio.
—Unas dos horas y media.
—¿Por qué me dejaste dormir tanto? —lloriquea en dirección a Matías.
—Parecías un angelito—la rubia lo mira con el ceño fruncido.
—Tengo una reunión con Lorenzo Williams a las cinco, te dije que me despertaras después de treinta minutos.
Layla se paró tratando de acomodar su vestuario y cabello para lucir algo más presentable, dió pequeños saltos mientras arreglaba sus tacones caminando hacia la puerta de salida del aula. Se encontró con su profesor que al verla la tomó de uno de sus brazos casi arrastrondola a la cafetería de la Universidad.
—Estoy bastante emocionado con este proyecto, si lo llevas a cabo no olvides que soy parte de tu enseñanza—Layla negó con una sonrisa.
—Estoy algo nerviosa, hacer este tipo de cosas es algo que me pone los nervios de punta—frota sus manos sentándose en la silla, esperando a que su profesor traiga su capuchino.
—No tienes que estar nerviosa—habla Matías a su espalda.—eres un talento que ellos están buscando no al revés.
—Yo eso lo sé muy bien pero, no puedo evitarlo—hace puchero en dirección a su primo, su profesor se acerca luego de hacer el pedido sentándose a su lado.
—Lorenzo es un buen chico, no asistió a mis clases pero sí a las del señor James y, siempre hablan muy bien de él—Layla asintió, sin muchas vueltas esperó a su café.
Eran cerca de las cuatro treinta cuando su teléfono celular sonó, la rubia algo extrañada miró la pantalla que iluminada mostraba un solo nombre, suspirando se disculpó para contestar.
—¿Ahora qué quieren?—pregunta para sus adentros, esta persona solo la llamaba para darle malas noticias, en sus veintitrés años la habían llamado para algo bueno.
—¿Dónde estás?—la conocida voz habló sin siquiera dar tiempo a decir un simple " Hola".
De seguro su abuela se había pasado por la mansión y al no verla ahí metida llamó para saber su ubicación, si fuera por la anciana Layla viviría encerrada en uno de los cuartos de la casa sin ver la luz del sol en su vida. Pensó en una mentira fácil de creer, debía de ser algo que su abuela no refutara, si lograba convencerla estaba segura de sus gritos y amenazas, aunque Layla estaba segura de que la visita de su abuela en esa casa no era para verla precisamente.
—Solo salí a buscar unos libros a la librería de la vuelta—mintió con seguridad.
Editado: 15.10.2024