Dulce venganza

Capítulo 33

Layla llegó a su casa pasada la una de la madrugada, se encontraba demasiado cansada, su abuela la había arrastrado por toda la ciudad para comprar cosas nuevas para el " hogar " que compartía junto a uno de los desgraciados de los Harper, se tiró sobre el sillón boca arriba, cerró sus ojos un momento y dejó ir un pesado suspiro. Su cabello rubio caía sobre sus hombros y pecho, pronto debía de ir a la peluquería a retocarse el tinte, su color castaño empezaba a asomar por sus raíces y no tenía ganas de que le estuvieran preguntando por su color natural.

Estaba a nada de quedarse dormida sobre el suave y cómodo sillón, el que fuera caro valía totalmente la pena, se sentía como en las nubes pero pronto su burbuja de sueño se rompió, mejor dicho una voz odiosa y bastante conocida la reventó.

—¿Dónde estabas?—la rubia abre los ojos, mirando al hombre frente a ella.

—Asunto mío. —habla con la voz algo ronca, el sueño comenzaba a afectarle.

—Éstas no son horas para que una mujer casada ande fuera. —Layla lo observó de arriba a abajo con una ceja alzada.

—No te soy infiel, por si eso es lo que te preocupa. —Henry negó, solo mirarla y escuchar la forma que tenía de dirigirse a su persona lo volvían loco.

—¿Con quién estabas?—Layla rueda los ojos.

—Mi abuela—iba a mentir pero estaba demasiado cansada como para continuar con esa absurda discusión.

Se levantó del sillón como pudo, sus piernas iban en automático, sus brazos colgaban a cada lado de su cuerpo sin ganas de hacer demasiado. Subió las escaleras directo a la habitación que compartían con su esposo, de camino al baño se fue sacando la ropa como pudo y abrió la llave del agua dejando que con su calor sus músculos se relajaran. Cerrando sus ojos cansados, con la esponja suave lavando su cuerpo y el exquisito aroma del shampoo colandose por su nariz, Layla dejó ir el peso que descansaba sobre sus hombros, su mano paró sobre su vientre plano, estaba a pocos días de las pruebas y sus ojos se llenaron en lágrimas al solo recordarlo, el líquido Salado desbordando de sus ojos sin molestarse en detenerlas, Layla tenía miedo.

Sus ojos se abrieron para acariciar las cicatrices que sobresalían en su piel, talló con fuerza sobre ellas, deseaba borrarlo todo, tenía tantas ganas de simplemente huir, correr lejos de todos ellos, pero algo en su interior no la dejaba hacerlo, tal vez era por el miedo que toda la situación le acusaba, tenía mucho miedo de lo que pasaría una vez ella huyera.

Sentada en el suelo, abrazando sus piernas, desnuda, sintiendo como las tibias gotas poco a poco se congelan cayendo sobre su blanca piel, sentía el frío en cada una de sus fibras, como se le erizaba la piel con el agua sobre ella, su cabello rubio ceniza caía sobre su espalda, era como una manta helada que cubría sus pulmones, pero todo ese frío la hacían mantener su mente despejada, necesitaba pensar con total claridad, no tenía permitido rendirse sin lograr su cometido, este era nada más que el inicio de todo.

Toc Toc.

La puerta fue golpeada con suavidad, pero ella sintió el ruido a milímetros de su oreja, soltó un pequeño salto y grito ahogado antes pararse cerrando la llave del agua, envolvió su cuerpo en una toalla y salió del baño, Henry la detuvo tomándola de uno de sus brazos, los ojos rojos debido al llanto lo volvieron a ver, y aunque él se negara a admitirlo, algo en su interior se movió de manera brusca, su corazón dolió y su mano inconsciente acarició la suave mejilla que se encontraba helada, Layla no reaccionó al segundo, no sabía cómo reaccionar, se encontraba vulnerable y no esperaba algo como una caricia por parte de ese hombre frente a ella.

Layla envolvió su mano alrededor de la muñeca de la mano que aún no se despegaba de su mejilla, de forma brusca la apartó de su rostro, un sentimiento extraño se había alojado en la boca de su estómago, era esa clase de sentimientos que no deseaba sentir. Henry entró al baño sin volverse a ver a su esposa, sin soltar una sola palabra o ruido, simplemente no podía decir nada, no sabía que era lo que había pasado con su cuerpo, el ver sus ojos rojos e irritados de aquella forma lo habían hecho sentir algo desagradable en su pecho.

—De seguro le entró jabón a los ojos, esa mujer no llora Henry, no creas nada de lo que diga o haga.—se repitió varias veces la misma frase.

Layla secó su cabello con cuidado, cansada observó su bonita cara en el espejo frente a ella, sus labios eran rosados y pomposos, sus ojos parecían galaxias en los cuales podías perderte sin importarte nada, sus pestañas largas hacían resaltar la belleza de su mirada. Peinó su cabello una vez más y caminó hasta su lugar en la cama, acostada boca arriba, tratando de consiliar el sueño se perdía en sus pensamientos, la puerta del baño se abrió mostrando la figura de su esposo, un torso bien formado apareció ante ella, Layla dió media vuelta ignorando a ese ser humano que ponía su vida de cabeza.

—Oye—la voz de su esposo se oyó, ella hizo caso omiso.—Layla—su corazón bombea con fuerza, su nombre de sus labios le causaba escalofríos.

—¿Qué quieres? Estoy tratando de dormir.

—Tú...—Estaba a nada de preguntar si tenía relación alguna con aquella niña castaña que aparecía en el cuadro de aquella casa pero, calló, era inútil hablar con ella.—Olvídalo.

De seguro si le preguntaba la rubia solo inventaria cualquier cosa para hacerlo rabiar, hablar con Layla sobre esa niña no era buena idea, incluso si descubría lo que significaba para él lo usaría para aprovecharse. Su esposa no insistió, Henry se acostó a su lado sin cuidado, moviendo todo y haciendo ruido, Layla cerró los ojos con fuerza aguantando sus ganas de tirarle con una de sus pantuflas que descansaban en el suelo a un lado de la cama.

—Deja de moverte—susurra la joven después de diez minutos.

—No puedo dormir, me das calor—Layla se vuelve a verlo.

—Entonces vete a dormir a otro lado—susurra y Henry niega.




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