Layla fue la primera en despertar, lo primero que sus ojos vieron fue el rostro de su esposo que dormía plácidamente, con total confianza a su lado, en su corto tiempo de casados no se había tomado la libertad de ver su perfecta cara, era un hombre tan odioso que algunas veces su simple presencia la hacía volverse loca, Layla no podía creer que la persona que descansaba a su lado era la misma que desde el momento uno la había tratado de todas las formas miserables posibles.
—Maldito infeliz—piensa la rubia mientras da media vuelta para buscar su teléfono sobre la mesa de noche.
Dos mensajes de Matías.
Se sentó en la cama abriendo el chat de su primo, Henry dormía profundamente y eso molestaba un poco a la joven, él decía no confiar en ella pero dormía tan tranquilo a su lado, algunas veces le causaba escalofríos. Trató de ignorar la presencia masculina y volvió a su celular en mano, Matías la esperaba en la puerta para llevarla hasta la Universidad, luego de clases debería juntarse con Lorenzo para hablar sobre el proyecto.
Henry despertó una hora después, algo desorientado y sin recordar siquiera su propio nombre, se levantó casi chocando con las cosas en la habitación, caminó hasta el baño golpeando su pie contra el pequeño escalón del baño, pero gracias al golpe despertó por completo, después de un baño, una curita y vestirse con su típico traje de oficina, salió de su cuarto.
—Buen día, señor Harper.
Saludó una de las jóvenes del servicio, el hombre asintió, su mirada perdida comenzó a buscar a su alrededor. Su esposa una vez más no estaba en casa, algo tramaba esa mujer y de seguro no sería nada bueno viniendo de ella, tenía un presentimiento algo extraño desde hacía varios días, estaba harto de los problemas y Layla no dejaba de crearlos.
—La señora salió temprano a su Universalidad, dijo algo sobre quedarse unos días en la residencia de la misma. —la suave voz lo volvió a tierra.
—¿Se fué? esta mujer siempre hace lo que quiere y cuando quiere, no puede irse así como así—murmura algo enojado—¿Que hora es? No deberían de ser más de las ocho treinta. —la joven observa el reloj de pared detrás de su jefe y sonrie.
—Nueve cuarenta y cinco—lee y niega, su jefe jamás aceptaría que ya era bastante tarde en realidad.
—No voy a desayunar, tengo una reunión importante y no puedo llegar tarde.—Explica bajando las escaleras.
Henry condujo hasta la Universidad, el profesor Roberts lo esperaba en la entrada, una sonrisa de oreja a oreja lo recibió, Lorenzo también se encontraba esperando por él, algo avergonzado debido a la hora se acercó a ellos.
—Disculpen, tuve un pequeño inconveniente en el camino.—Su amigo largó una carcajada, sabía que Henry se había dormido.
—No es nada hijo, ¿quién no se queda dormido de vez en cuando? —las mejillas rojas de Henry lo hacían ver vulnerable y los dos hombres frente a él aprovecharon para burlarse.
—Bien, ya es suficiente—susurra el más joven.—Vamos, tenemos cosas importantes de las que hablar.
Ambos hombres siguen a su antiguo profesor, el castaño observa con algo de nostalgia cada rincón del lugar, algunas cosas seguían perfectamente igual, sin un solo cambio que lo hacían recordar con total claridad sus años en la Universidad, lo alegre que era su vida universitaria lejos de sus padres, abuelo y responsabilidades.
—Tomen asiento—obedecen sin chistar a su profesor. —Esta chica es una mujer muy ingeniosa, este es su segundo postgrado, estudió ingeniería Informática y ahora estudia arquitectura, tiene muchisimo talento y sería un total desperdicio no tenerla trabajando con ustedes.
—Ella me enseñó varios de sus antiguos trabajos, amigo esta mujer es increíble. —Henry no podía creer del todo lo mucho que adulaban a la joven.
—A mi me parece que están exagerando.
—Tienes que conocerla, hablar con ella y ver sus trabajos. Nos darás la razón una vez se reúnan. —Henry rueda los ojos, no creía posible que una mujer tan joven pudiera tener tanto talento.
—¿No puedo siquiera saber su nombre? ¿El de sus padres? ¿Su signo zodiacal?—ambos hombres negaron.
—Firmamos un acuerdo de confidencialidad, si lo rompemos podemos meternos en graves problemas.
Henry no podía creer que hasta su profesor había aceptado esa estupidez de un acuerdo de confidencialidad, las personas estaban cada día más fuera de sí.
El había firmado un contrato matrimonial pero tenía sus muy buenas razones para ello, si no lo hacía perdería la gran fortuna de los Harper...a decir verdad en esos momentos se arrepentía de sobremanera el haber firmado aquél papel.
—La llamaré, ya es casi la hora acordada.—Lorenzo se para de su lugar y camina hasta la ventana para marcar en número de Layla y llamar.
Layla caminaba con prisa por los largos pasillos de su Universalidad, tenía la dichosa reunión con Lorenzo y el director de una nueva empresa, no podía llegar tarde y mucho menos volver a cancelar la cita como el día anterior.
Su celular sonó y ella no tardó en contestar al ver el nombre que marcaba la pantalla.
—Ya estoy cerca, mi clase se alargó más de lo esperado.
—De acuerdo, te esperamos.
Layla colgó y siguió su camino pero, se detuvo cuando frente ella apareció Jackson, algo extrañada lo saludó, era la primera vez que lo veía en la Universidad.
—¿Estudias aquí?—pregunta el chico con curiosidad.
—Así es, estoy en mi último año.
—Eres más interesante de lo que esperaba—Layla alzó una de sus cejas y Jackson sonrió.—¿último año? ¿No eres demasiado joven para estar a nada de graduarte?—las cuentas no le daban al rubio.
—Bueno, en realidad este es mi segundo postgrado—Jackson abrió grande sus ojos.
—¿Cómo es que terminaste con los Harper?—susurra.
—Malas desiciones—Layla observa la vista desde el ventanal a su lado.
—Supongo que hasta los más listos se equivocan.—Su mano se apoyó en el hombro de la joven frente a él.
Editado: 15.10.2024