Dulce venganza

Capítulo 35

Ambos celulares sonaban, ninguno de los dos contestó. Seguían discutiendo sobre sus problemas matrimoniales, Layla estaba desesperada por alejarse de Henry y él solo mantenía su firmeza en no dejarla ganar. La rubia se sentó en el sillón bastante cansada de discutir, había perdido una vez más su reunión con Lorenzo, pensarían que era una irresponsable de lo más grande. Henry se sentó frente a ella, justo sobre la mesa ratona de madera que era parte de la enorme y lujosa Sala de estar.

—A partir de hoy yo te llevaré a tus clases, no confío en tí, sé que si te doy la oportunidad desapareces metiendome en problemas. —su voz era firme y la joven tragó.

—Como quieras, seguiré siendo tu dulce y perfecta esposa.—Layla habló irónicamente y Henry sonrió de lado.

—No me desafíes.—susurró entre dientes el hombre, observó los ojos negros brillantes.

Esa mirada se lo decía todo, no tenía miedo y estaba a nada de saltar sobre su yugular, Henry se paró camino a la habitación y Layla caminó hasta la cocina, tomó un vaso de agua tibia y dejó un suspiro antes de caminar detrás de su esposo al cuarto que por desgracia compartían. Se sentó en la cama sin cuidado alguno, escuchó como su marido cepillaba sus dientes, después de un minuto la imagen de Henry se paró frente a ella.

—No entiendo la razón de compartir habitación. —el hombre la ignora acostándose bajo las sábanas a su lado. —No me ignores—con su almohada le pega en la espalda para que su esposo de dignara a verla.

Henry voltea tirando de su brazo para colocarse a horcajadas sobre ella, el rostro de Layla se oscurece, empujó con sus manos al hombre sobre su cuerpo pero, Henry solo se quedó observando su rostro, sin decir palabra alguna, Layla no tenía idea de lo que la loca cabeza de aquel tipo pensaba.

—¿Qué haces?—pregunta en un tono de voz que haría temblar a cualquiera, cualquiera que no fuera Henry Harper.

—Solo necesito que te quedes callada, si no hablas y simplemente obedeces nos ayudas a ambos.

Layla pasó saliva por su bonitos labios, Henry por una extraña razón podía apreciar cada pequeño detalle en la rubia, desde el suave movimiento que hacían sus pestañas al parpadear hasta lo dulce que olía su perfume, podía escuchar con claridad los latidos del corazón ajeno y, de igual forma, su pesada respiración. Observó su bonita cara, recién notaba el pequeño lunar que descansaba sobre su mejilla, cerca de su ojo izquierdo, la chica tenía una piel casi perfecta y sus labios eran carnosos y se veían, a ojos de Henry, demasiado apetecibles.

Se alejó de ella al segundo en que sus ojos se encontraron, sacudió su cabeza despejando aquellos pensamientos tan extraños que estaban naciendo, se acostó en su lugar dándole la espalda a su esposa.

—Solo debes hacer lo que diga, solo eso.

La rubia se levanta y camina algo tambaleante hacia el baño, estaba en shock, su cuerpo temblaba y su corazón latía con fuerza, su esposo la había asustado con su forma de mirarla, no era de forma lasciva ni pervertida, sabía que Henry no era esa clase de persona, era un monstruo pero Layla estaba segura el jamás haría algo como eso si ella no estaba dispuesta.

Al menos, eso deseaba creer.

Henry la había mirando con un brillo en sus ojos que jamás había visto, le recordó de cierta manera al niño del que estuvo enamorada, de ese niño que la había hecho experimentar un amor bonito e inocente. Su vista se dirigió al espejo y la realidad la volvió a golpear con fuerza, de esa persona no quedaba nada y aunque le costaba algunas veces entenderlo, las cicatrices en su cuerpo la hacían volver a la realidad.

Toda la semana siguiente Henry la dejó y recogió de sus clases, pasaban todo el día juntos pero sin dirigirse la palabra, Layla veía este extraño comportamiento en Henry y cuando trataba de hablar sobre su forma extraña de comportarse el mayor simplemente la ignoraba o daba órdenes de que nadie hablara.

Layla comenzaba a estar impaciente.

—Henry, por favor. —insistió.

—Ya basta, mujer. —pidió tomándola de ambas manos.

—Solo dime el porque de tu insistencia en tenerme aquí las veinticuatro horas. —Layla se soltó de forma brusca.

—Solo coopera, no preguntes. —la rubia comenzaba a sospechar que la familia Harper los mantenía vigilados.

Henry estaba siempre a la defensiva y el que tratara de mantener la fachada de pareja perfecta hasta dentro de las paredes de la casa era demasiado sospechoso. Layla observó por encima si veía cámaras de Seguridad pero, no había señales de ellas, ¿eran tan pequeñas que no podía detectarlas? ¿Estaban ocultas? ¿Tal vez estaba pensando demasiado? Ni siquiera tiene oportunidad de hablar con Lorenzo para concretar otra reunión y esta vez no volver a fallar, si seguían así su proyecto de graduación estaría en peligro.

—Hoy faltaras a clases, tenemos la reunión familiar y la fiesta en casa de mi familia.

Layla dejó caer su cabeza sobre la mesa, esa mañana se encontraba desayunando junto a su esposo, desde hacía varios días venían desayunando antes de ir a clases y la Oficina, sin darse cuenta ambos estaban disfrutando de la presencia del otro, de ese silencio nada incómodo en el que simplemente se escuchaba el masticar y el sonido de los cubiertos al chocar con el plato, esa se había convertido en su rutina matutina, ninguno hablaba más de dos palabras para comunicarse lo siguiente que harían en el día y el otro éste atentó a lo que tendría que hacer o decir.

—Termina el desayuno y ven directo al auto.

La joven sabía que día era hoy, su cuerpo temblaba y su apetito desapareció, era hora de la verdad y deseaba tanto una negativa que el miedo la estaba devorando. Entró al baño apoyando su cuerpo en la pared, no sabía que hacer si estaba embarazada, deseaba que no fuera así, se sentía triste y nerviosa a la vez, lo que menos quería era traer al mundo a un ser inocente de aquella forma tan aberrante.




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