Dulce venganza

Capítulo 36

—Genial, es negativo.

Layla abrió los ojos con rapidez, leyendo las grandes letras en color negro. Su alma se sintió liberada, la pesada carga de llevar a un ser humano en su vientre sin así quererlo se esfumó, sonrió de oreja a oreja y obviamente también lloró de alivio.

—No digas nada a mi familia, si preguntan sobre esto cambia el tema, dejemos que piensen que traes a mi heredero en tu vientre.

—¿Por qué haría tal cosa?—pregunta siguiendo los pasos de su esposo.

—Solo hazlo, por una vez en tu vida haz lo que te digo.—La rubia hizo puchero, siempre tenía que estar siguiendo sus órdenes como si fuera un pequeño cachorro a su merced.

—Solo dime la razón, no es tan difícil.

—Claro que es difícil.—se detiene antes de abrir la puerta de su auto, observando por encima del techo a su esposa.—No confío en tí, lo único que puedo hacer es tratar de que obedezcas y cooperes.

Layla se ofendió, creía que su esposo se estaba victimizando demasiado, él no era quien creyó estar embarazado por semanas, no fue a él a quien ultrajaron usando su cuerpo como incubadora, no es a él a quien noche tras noche se le llena el alma de tristeza.

—Yo soy quien no confía en tí—susurra subiendo al vehículo.

El viaje hasta la casa de los Harper fue en completo silencio, Layla tomó su abrigo del asiento trasero y se lo colocó sobre sus hombros, la tarde se estaba volviendo fría, el verano estaba pasando y el otoño ya comenzaba a dar señales. Henry estacionó el auto en el mismo lugar de siempre, bajó y abrió la puerta del acompañante para su esposa, la joven bajó tomando la mano de su marido y camino con elegancia a su lado, podían ver a algunos chismosos que se asomaban desde la ventana.

—Recuerda mantener la negativa en secreto.

—Hum...¿puedo usar eso en tu contra?—la cara de Henry fue un poema para Layla.

—Cuidado con lo que hagas o digas.

Layla sonrió y la puerta se abrió, los padres de Henry los recibieron con gran entusiasmo, la mujer de hermosa sonrisa paseaba de un lado a otro con su tan preciado gato, su esposo alabó la belleza de Layla una vez más y Henry golpeó de manera disimulada la espalda de su padre.

—Tranquilo hijo, no seas celoso. —Layla oyó las palabras del señor Harper y se volvió hacia su marido con una gran sonrisa.

Henry sabía lo que eso significaba.

—No hables.—la tomó por la cintura deteniendo las palabras que saldrían de su boca.

—¿Qué? Yo no iba a decir nada—la joven bebió de su copa de vino volviéndose a saludar a uno de los parientes de Henry.

—Creo que te conozco lo suficiente como para saber lo que tu mente y sonrisita traman.—susurra.

—Solo iba a decir un mal chiste.—sus ojos negros se encontraron con los de él y Henry la soltó.

—Iré a saludar a mi abuelo, no vayas demasiado lejos.—Henry no quería que volviera a pasar lo mismo que la primera vez que la presentó a su familia.

Los ancianos hambrientos no dejaban de ver a su esposa como carne fresca, eso lo repugnaba bastante. Henry no se consideraba una buena persona, era un maldito la mayor parte del tiempo, pero no miraría jamás a una persona de la forma en la que esos hombres miraban a las jóvenes mujeres que pasaban a su lado, con ese morbo y mirada perturbadora, Henry tembló al imaginarse a él en la mirada de aquella gente.

—Tu madre me está llamando, estaré con ella.—la rubia levanta la mano en saludo a su suegra.—No tardes demasiado o terminaré corriendo lejos de aquí.

Henry asintió alejándose de ella. Layla se acercó a la bella mujer que detonaba una excelente presencia en la habitación, con solo su mirada te leía el alma y con sus gestos te helaba los huesos, la joven rubia se acerco a la mujer que se encontraba sentada a la espera de que su nuera llegara a su lado. La mirada en su dirección era fría, tan fría que la rubia sintió escalofríos al sentarse a su lado, estaba pensando que su abrigo no era suficiente.

—Cuéntame, ¿cómo va su matrimonio? —pregunta con voz firme, Layla se volvió algo pequeña.

—Bien, Henry es bastante atento. —sus ojos se movieron en dirección a la persona de la que hablaba, mentir ya se había vuelto costumbre.

El hombre hablaba con fingida tranquilidad con su abuelo, su padre a un lado estaba perdido en su mundo, luchando el solo con el botón de su saco que se había enredado con el abrigo de una de sus invitadas. Henry observaba de vez en cuando a su esposa, la rubia vestía como siempre con elegancia, un bonito traje que acentuaba su bella figura, los ojos azules de Henry no podían apartarse de la hermosa mujer, simplemente la observaba, no pensaba en nada, sus ojos solo no querían alejarse de ella.

—Para que un matrimonio funcione deben de pasar más tiempo juntos, sus cuerpos necesitan más contacto.

El castaño se volvió hacia su abuelo, no podía creer que su abuelo le estuviera diciendo tales palabras, prácticamente le decía que se acostara con su esposa, ni en mil años lo haría, antes preferiría cortarse cualquier extremidad de su preciado cuerpo, no podía caer tan bajo y hacer más que dormir con ella, cada uno en su lado de la cama. No era que su esposa no fuera una mujer atractiva, Layla era de las mujeres más hermosas que había visto en su vida pero, no era buena, era una mujer manipuladora y de seguro solo quería su dinero.

—Ella no es buena—piensa dejando ir un suspiro.

Layla sonríe forzadamente, sus mejillas sentían dolor gracias a la fuerza que ejercía para mantener su brillante sonrisa, su suegra no dejaba de hablar sobre mil y un cosas,la rubia deseaba ser sorda en esos momentos, en realidad la rubia no se esperaba que su fría suegra hablara tanto.

Su hermoso gato comenzó a maullar justo a sus pies,la mujer con elegancia lo recogió del suelo, abrazando al animal, era delicada y hasta dulce. Layla se preguntaba si había tratado con esa delicadeza y dulzura a su hijo, Henry parecía una persona carente de amor maternal, pero no podía hablar por fuera, no conocía del todo a esa familia, no sabía con exactitud si eran amorosos con su hijo pero, lo único que sabía era que ellos y, en especial su abuelo, eran los más culpables de la frialdad de Henry, el que no sepa cómo demostrar sus emociones era en gran culpabilidad por sus padres.




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