Dulce venganza

Capítulo 37

—Disculpa, debo usar el baño—Layla le sonrió falsamente al hombre a su lado antes de pararse y alejarse de él.

Pasó una hora caminando de un lado a otro, bebiendo una que otra bebida sin alcohol que encontraba en el camino, por momentos se sentaba a ver a los invitados en aquella reunión, se sentía tan ajena a todos, algunas personas se acercaban a ella para entablar una corta conversación, otros simplemente la miraban de lejos.

Layla se sentía bastante incómoda sin su esposo en la casa, su suegro se acercó a ella.

—Hija, ¿tu esposo tardará? —a la rubia le sorprendió la forma de ser llamada por su suegro pero, le sonrió.

—No, no lo sé con exactitud. —susurra algo incómoda.

—Él es bastante difícil. —el hombre bebe de su trago, la joven baja la mirada a sus propias manos. —Pero no es un hombre malo.

Layla no pensaba igual, Henry había demostrado no ser de las mejores personas del mundo, era bastante cruel la mayor parte del tiempo y tenía un temperamento hostil para con ella, algunas veces era tan arrogante que para la rubia era insoportable, otras veces pensaba que era un hombre sin corazón, era frío y nada le importaban los sentimientos de los demás.

—Pronto cenaremos, espero que llegue antes de eso o su madre podría enloquecer.

—Estoy segura de que así será. —susurra para si misma.

No sabe cuanto tiempo pasó exactamente, pero su esposo llegó a la mesa sentándose a su lado en el momento justo, su madre tenía los ojos sobre él, Henry solo besó la cabeza rubia de su esposa y tomó su mano con delicadeza, Layla sintió el olor a perfume de mujer que emanaba de la ropa de su marido, con eso podía confirmar que estaba con Lucille.

—Entonces, Layla. —la joven dirigió su mirada hasta su suegra que llamó a su nombre.

—¿Si?

—¿Noticias sobre tu estado?—la joven sabía lo que a esa pregunta se refería.

—Si esto no funciona, podemos intentarlo una y mil veces más.—dijo Henry dando a entender que dormiría con su esposa las veces que fueran necesarias.

Un codazo casi imperceptible le llegó por parte de Layla, Henry se volvió a verla, la chica tenía las mejillas rojas, su mirada avergonzada se encontró con la suya y una pequeña sonrisa apareció en el rostro del castaño. Molestarla le resultaba en demasía divertido, la joven tenía una extraña manera de reprochar, su ceño se fruncia de una linda forma, sus afilados ojos se volvían pequeños y algo húmedos, Henry sentía su pecho vibrar cuando Layla mordía su labio inferior aguantando las ganas de mandarlo a freír espárragos.

Su familia dejó el interrogatorio, cenaron conversando de negocios, anécdotas que dejaban al descubierto a Henry y a los menores de la familia, también se habló sobre la fiesta de cumpleaños del abuelo, algo pequeño con los socios más importantes de invitados especiales.

Layla observó a su esposo, el hombre bebía con la mirada perdida, al parecer algo molestaba en su cabeza. La rubia apoyó su cabeza en el hombro del castaño, los ojos de su familia estaban sobre ellos, Henry tenía su brazo alrededor de la cintura de su esposa, di los veías desde fuera, sin conocer ni un poco de su situación dirías que son una pareja encantadora.

Henry bebió de más, tanto que a duras penas se podía mantener derecho. Layla no tuvo más opción que conducir de regreso a la casa, si no fuera una persona decente dejaría al Harper tirado en una esquina para que se congelara y al fin ser libre. Pero eso no sería muy satisfactorio a la larga, se detuvo en el semáforo esperando que éste cambie a verde, la voz de su esposo la llamó.

—Quiero vomitar. —La rubia se tensó, no aguantaría eso.

—Tragalo, ni se te ocurra dejarlo salir.

—No puedo tragar eso, no seas así. —una arcada y la rubia sintió morir.

—¡No lo dejes salir!—gritó con desespero.

La mano de Layla se posó sobre la boca ajena, Henry tenía las náuseas a flor de piel, su esposa estaba en pánico por sus ruidos querido devolver la cena y toda la bebida, Henry trago y cerró los ojos apoyando la cabeza en la ventana, Layla volvió a conducir luego de recibir la bocina de un auto detrás de ellos.

—Eres un problema enorme.

Ni ella sabe como lo hizo, de donde sacó las fuerzas para arrastrarlo hasta la habitación pero ahí estaba, después de luchar un rato para subir las escaleras, dejó a su esposo sobre la mullida cama. Sin querer resbala cayendo sobre el cuerpo de Henry, el hombre abre los ojos y su mirada le dice a Layla sin soltar palabras que era lo más bello que habían visto hasta ahora. La rubia se levantó con prisa, estaba en pánico, debido a su desespero se enreda con las sábanas y cae al suelo llevándose a su esposo con ella.

—Auch, dolió. —susurra en el suelo, Henry abre los ojos apoyando sus antebrazos a cada lado de la cabeza de Layla.

Una persona ebria es peligrosa, Layla entra en pánico aún más, en sus movimientos por escapar toca ESA parte en específico con su pierna y al instante despierta, la pobre chica comienza a desesperar tratando de alejar a su esposo, Henry apoyó su nariz con suavidad sobre el cuello ajeno, aspirando el delicioso perfume de la joven. Por su mente no pasaba nada, no pensaba en el daño que le podría causar a la mujer debajo de él, su mente estaba en blanco, su respirar era agitado debido a la excitación, sus ojos caídos y sus labios entreabiertos.

—¿Qué hago? —piensa con el corazón latiendo a una velocidad increíble.

Se quedó quieta, inmóvil en el suelo, tratando de que su esposo volviera a la realidad, a la mente de Henry llegó una imagen, la cara de Layla le resultaba familiar, era como aquella castaña que se había robado su corazón, su piel blanca y ojos negros eran igual de inocentes y dulces, su cuerpo actuó por si solo, sus brazos rodearon el cuerpo de la mujer con cariño, Layla estaba en estado de pánico total, no podía abrir la boca para gritar. Henry tenía una fuerza descomunal y la chica no podía casi moverse, su esposo trató de besarla, los recuerdos vividos con aquella joven llegaron a su mente, se acercó a su boca tratando de besarla, un beso sin malicia que su esposa malinterpretó debido a su estado de ebriedad.




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