Henry no podía apartar la mirada de la mujer frente a él, tal vez había bebido demasiado vino, la luz de las velas le estaban jugando en contra, veía a su esposa de una manera diferente, las largas pestañas oscuras se movían con lentitud, las mejillas blancas se encontraban en color carmesí, sus ojos se habían vuelto pequeños gracias al alcohol y su respiración era pesada. Layla, por su parte, veía a su esposo como aquél niño del que estuvo enamorada, lo dulce y amable de su voz, su graciosa forma de buscar hacerla reír, su peculiar forma de referirse a las frutas como algo de otro mundo. La rubia se había quedado con esos bonitos recuerdos en su mente, esa persona había desaparecido pero gracias al alcohol en su sistema él aún vivía en su interior, y lo tenía frente a ella.
El primero en dar un pasó fue Henry, el hombre la tomó con cuidado en sus brazos, sus ojos se encontraron y con lentitud la distancia se fue acortando, Henry probó los labios ajenos, eran suaves como un malvavisco, sabían dulces como el algodón de azúcar, eso era gracias al postre de la señora Hardys, el castaño dejó con suavidad el cuerpo de su esposa sobre la cama, subiendo a horcajadas sobre ella, besando con lentitud sus labios, su respiración iba al mismo ritmo, sus corazones se escuchaban latir con fuerza, las manos de Henry recorrieron con delicadeza la piel de su esposa, Layla soltaba suspiros cuando el hombre besaba su cuello, su clavícula y su pecho, sus ojos se encontraban llorosos, no esperaba hacer algo así con él, pero se sentía demasiado bien.
—¿Esta bien hacerlo? —preguntó en un susurro el hombre.
Layla no emitió respuesta, simplemente rodeó el cuello ajeno con sus brazos, lo atrajo a sus labios besando con pasión a su esposo, no tenían que hacerlo, no estaba en sus planes llegar tan lejos pero, ya no se podían detener, no había forma de no continuar, y ninguno de los dos tenía la intención de hacerlo.
—Si no me detienes ahora, no hay marcha atrás. —advirtió con su voz agitada el hombre.
—Solo hazlo, no hables tanto.
Esa noche se fundieron en un solo ser, se entregaron sin pensar en más, en su mundo solo existían ellos, el calor que los rodeaba y el placer que sus cuerpos sentían, sus mentes no se centraban en nada más que en lo que sentían en esos momentos. Se rindieron en un abrazo al acabar, la primera persona en abrir los ojos a la mañana fue Layla, la chica despertó gracias a los rayos de sol que entraban por las cortinas abiertas de la ventana, el dolor de cabeza se hizo presente y las imágenes de la noche anterior llenaron su mente. Se sentó de golpe, con miedo de volver la vista a un lado, sentía su cuerpo pegajoso y desnudo, maldijo por lo bajo antes de cerrar los ojos y apoyar su cabeza en sus rodillas, envuelta en la sábana quiso gritar, el alcohol era el culpable, ella no podía encontrar otra excusa que no fuera por el alcohol que anoche había bebido.
Su esposo se sentó de golpe en la cama al igual que ella, y carraspeando llamó su atención.
—Esto está mal, no debió de pasar.—susurra Layla, sus ojos llenos de lágrimas.
—Estoy de acuerdo, nos dejamos influenciar por el alcohol. —Henry por algún motivo se sintió dolido.
—Ni usamos protección, no quiero un hijo tuyo. —su voz salió entre dientes, la mujer se encontraba enojada, sus emociones revueltas la hicieron hablar. —lo que menos quiero es darle un hijo a alguien como tú.
Henry fruncio el ceño, mojó sus labios con su lengua y dejó ir un suspiro, ofendido la tomó con fuerza de uno de sus brazos, Layla hizo una mueca tratando de soltarse, en cuanto el castaño vió los ojos de su esposa la soltó, su pecho se llenó de dolor y se paró de la cama caminando hasta el baño, lo mejor era no verse la cara en esos momentos. La rubia se acostó nuevamente, hecha un bollito en la cama, con las blancas sábanas cubriendo su figura, se sentía vulnerable, y una tonta y pequeña voz le susurraba al oído.
—No puedes hacer nada bien, solo debes de odiarlo y en su lugar te acuestas con él. —las palabras se repetían una y otra vez.
Henry se bañó en agua fría, sus pensamientos eran dedicados a la mujer que lloraba sobre su cama, algo dentro de él había cambiado. Tal vez se debía a ese inquietante parecido que tenía a su crush de la niñez, tal vez su belleza lo estaba cegando de su verdadero ser, o simplemente ya no era tan duro como antes, esos ojos lo hacían débil.
Si ustedes la vieran como él lo hacía estarían igual de idiotizadados, no sólo su belleza exterior era llamativa sino su forma de hablar y pensar te dejaban a sus pies. Layla sin darse cuenta hablaba de una forma demasiado lista, corregía sin detenerse un segundo a pensar a quien sea que se haya equivocado, te dejaba en ridículo con solo dos palabras y no necesitaba alzar la voz para ser escuchada. A ojos de Henry Layla era muy especial, sabía que su esposa tenía una inteligencia extraordinaria y que algo ocultaba.
Al salir de la ducha su esposa ya no se encontraba en la habitación, al igual que las sábanas que cubrían el colchón, se imaginó a la rubia arrancar las sábanas con furia y corriendo al cuarto de invitados más cercano, no estaba lejos de la verdad, Layla había arrancado las sábanas pero no lo hizo con furia, la chica estaba decepcionada de si misma, con lágrimas en sus ojos, su rostro empapado en ellas, envolvió su cuerpo en las sábanas, caminó con lentitud hasta la primera habitación de invitados que encontró y se encerró en ella, lamentando sus acciones.
—Lo peor de todo esto es que no se sintió mal, aún puedo sentir sus calientes manos acariciar mi piel. —susurra para ella misma, ese era el verdadero problema.
Que si tuviera que repetir la noche anterior, lo volvería a hacer.
Editado: 15.10.2024