Después de una ducha de agua fría y vestirse con su ropa cómoda salió del baño, caminó con sigilo hasta la habitación que compartía con su esposo, al ver el cuarto vacio dejó ir un suspiro de alivio. Se vistió con ropa comoda y peinó su cabello rubio con delicadeza, al observarse en el espejo mientras se cepillaba pudo notar una pequeña marca roja en su blanco cuello, no se había dado cuenta de tal cosa a la hora de darse un baño pero, ahora lo podía ver claramente.
—Maldita sea.—susurra con nerviosismo. Lo menos que quería era tener un chupetón como ese en un lugar tan visible.—hoy es la fiesta de cumpleaños de ese anciano y yo con esta cosa en mi piel.
Abrió uno de los cajones de la mesa de noche a un lado de la cama, para ser más específicos en el lado derecho. Tomó el paquete azul que contenía la crema que necesitaba para aclarar la marca molesta en su cuello pero, al tomar la caja en sus manos una foto llamó su atención, esa cara le parecía conocida, la sonrisa grande y perfecta que se reflejaba en la imagen más esos bonitos ojos la hicieron sentir un miedo en la garganta. La noche anterior vino a su mente, tal vez ella era la razón por la cual su esposo había perdido el control, si te ponías a observar a ambas jóvenes tenían cierto parecido, el famoso "aire" se podía notar bastante, si Layla tuviera su cabello castaño serían aún más parecidas.
Cerró el cajón con fuerza, volviendo a su realidad, estaba bastante enfadada con todo esto, tenía un extraño nudo en el pecho, sentía que poco a poco se asfixiaba y las lágrimas querían acumularse en sus ojos. Se sentía humillada, utilizada y sobre todo ridícula, no quería creer lo que había hecho, se dejó llevar como una adolescente hormonal sin detenerse un solo instante a pensar en lo que vendría. Volvió a verse en el espejo pegado a la pared, negó y corrió a vestirse con un buen vestido, hermosos tacones y un precioso abrigo de piel artificial.
—Matías, ven por mí. —llamó a su primo decidida.
—¿Ya es hora? —preguntó el hombre desde el otro lado, acunando a su bebé en sus brazos.
Layla oyó al pequeño llorar y su estómago se removió, sonrió de forma inconsciente, su primo hacia pequeños sonidos para calmar al bebé y la voz de Marissa se oyó en el fondo. Matías confirmó que pasaría por ella en solo unos veinte minutos.
El hombre no era de hacer muchas preguntas, sabía que su prima no respondería con facilidad, lo necesitaba y eso era más que suficiente para él.
Cuando Matías llegó ella ya se encontraba fuera de la casa esperando por él, se subió al auto saludando a su familiar. El chico de gran sonrisa notó el extraño comportamiento de la rubia, se veía algo extraña, sus ojos no lo miraban y sus manos se encontraban entrelazadas sobre sus muslos, Layla sabía que si miraba a Matías a los ojos por un par de segundos, él se daría cuenta con total facilidad lo que en su interior escondía.
—¿Qué sucedió? —preguntó con cautela el mayor.
—Nada, todo sigue tal y como lo planeamos.
—Sigo pensando que todo esto es una mala idea.
—...
—Si algo sale mal, no tengo como sacarte del pozo. — Matías conducía mirando la carretera pero, no podía dejar de darle su opinión a su prima.
—Todo saldrá bien, no olvides que todo está perfectamente planeado y si algo llegara a salir mal no te afectará ni a tí ni a tu familia. —Layla lo menos que quería era lastimar a Matías o a su esposa y bebé.
—Lo sé, solo me preocupo por tí.
—No tienes que hacerlo, ya no soy una niña pequeña, sé lo que hago. —susurra.
Matías no dice palabra alguna, si continuaban así la joven no querría continuar con su presencia en su vida. Continuaron el camino hasta la casa de los abuelos de su esposo, bajó del vehículo en cuanto su primo le abrió la puerta, caminó con delicadeza del brazo de Matías, él orgulloso sonreía. Caminar con una mujer tan hermosa como Layla era algo de lo que se debía de estar más que orgulloso, el único idiota que no demostraba lo que valía esta mujer era su marido, por desgracia se había casado con un posible heredero sin cerebro.
En cuanto ambas figuras cruzaron las enormes puertas los ojos de absolutamente todos en la fiesta se dirigieron a ellos, con paso firme caminaron seguros hacia el abuelo de Henry, Layla entregó un paquete pequeño que traía en su bolso al anciano frente a ella. El hombre sonrió, abriendo la caja, observando el regalo que la esposa de su nieto le regaló.
—Interesante. —susurra.
Una pulsera con piedras preciosas se alzó ante ellos, muchos de los invitados quedaron embelezados con ella, Layla suspira satisfecha, al menos su esposo había hecho algo bien, escogió un regalo digno del ego de su abuelo. El hombre le agradeció a la bella mujer y los jóvenes siguieron su camino, saludando a algunos de los invitados. A los ojos de Matías llegó la figura de su abuelo, tomó del brazo a su prima y la ocultó detrás de una multitud, la muchacha confundida se volvió a verlo.
—¿Qué haces? —pregunta.
—Nuestro abuelo acaba de llegar, preparate para sus miradas y preguntas, no dejes que haga contigo lo que quiera.
La rubia sonrió y abrazó a su primo, estaba agradecida por su preocupación, ella lo entendía a la perfección pero tenía un objetivo que cumplir y las opciones de evitar el contacto con su familia eran casi nulas. Sus abuelos eran los monstruos con los que de pequeña la llenaban de temor, sus tíos eran seres que de ser posible la dejarían encerrada en las cuatro paredes de su habitación toda su vida. Su familia la había obligado a casarse por su bien, había pasado de una pesadilla a otra y algunas veces creía estar pagando algún karma de sus vidas pasadas.
—Mi querida nieta.—saludó el hombre con alegría fingida.
—Abuelito.—largó la joven con un sonrisa, su sonrisa era tan radiante como ella.
La rubia podía ver la malicia en los ojos de ese hombre, su abuela venía detrás de él y ya sus ojos escupian veneno, Layla tragó en seco antes de hacer frente con toda su energía a esos seres que después de la muerte de sus queridos padres se habían encargado de hacer su vida un desastre.
Editado: 15.10.2024