Dulce venganza

Capítulo 46

—Tu esposa fue capaz de drogar a su propio hijo—Henry se sentó junto a su padre, sin poder creer la información que sus mucamas le habían dado. —Si no fuera por las cámaras de vigilancia que captaron sus actos, — su padre miraba a su alrededor con preocupación, nervioso. —me cuesta creerlo pero, viendo todo lo que han estado haciendo últimamente no es para nada extraño.

—No se de que lo que estás hablando, hijo. —el hombre volvió su vista al libro en sus manos, tratando de quedar fuera de ese asunto entre su esposa e hijo.

—Tú sabes muy bien de lo que estoy hablando, ella puso drogas en aquella cena haciendo que...que no pensara. —habla con seriedad, recordando la noche con su esposa.

—Tu madre solo quiere que tengan una mejor relación con Layla. —Henry estaba aguantando las ganas de lanzar todo lejos, cada día toleraba menos el comportamiento desinteresasado que su padre mostraba.

—Ella y todos ustedes lo único que quieren es dinero, que no dejen de lloverle sobre los hombros el dinero del abuelo.—odiaba ser grosero con su padre, era quien más estaba presente en su vida después de su abuela.—Olvidalo, simplemente no se metan en mi relación con Layla.—se paró del sillón rumbo a la salida, los ojos de su padre lo siguen, eran unos ojos claros que, si los mirabas fijamente, por cierto periodo de tiempo, podías notar el dolor y la tristeza que su dueño guardaba en su interior.

Los pasos del castaño fueron detenidos por la puerta siendo abierta, la figura de su madre apareció ante él, con ojos filosos la miro de pies a cabeza, su ceño se frunció y con sus ojos frios le habló con seriedad a su progenitora. La mujer dió dos pasos hacia átras en cuanto notó lo enojado que su hijo se veía, y en silencio espero a que el joven soltara lo que traía acumulado en la garganta, Henry amaba a su madre y de cierta forma se encontraba cada día más decepcionado de ella; no pidió nunca que fuera más cariñosa o comprensiva con él, jamás pidió la calidez de sus besos o abrazos, Mari ni siquiera le permitió pensar en la posibilidad de ser amado por ella.

—No quieras controlar absolutamente todo de mi vida, primera y última vez que me drogas para acostarme con alguiuen.—su voz salió como tempano de hielo, la mujer bajó la mirada.-Bastante tengo con las malditas cámaras que tienes instaladas en cada rincón de mi casa.

—Lo hice por tu bien, deberías desaserte de esa mujer, ella no trae nada bueno, ni un bendito niño puede dar.—el tono de voz fue tan desagradable para Henry que no pudo sosportarlo, sus puños se apretaron con fuerza y dejando ir un suspiro a los pocos segundos, negó.

—No puedo creer la clase de persona que eres.—fue lo único que susurró antes de dejar a su madre átras.

Mari observó a su hijo subir a su auto y dar marcha a su siguiente destino, estuvo cerca de un minuto parada en la entrada de su casa, esperando a que la persona oculta detrás de los arbustos hiciera algún movimiento, pero como nada ocurrió decidió hablar, harta de esperar.

—Si logras dar un heredero a esta familia preparate para ser una Harper.—Lucille se acercó con lentitud a la rubia y algo confundida, preguntó.

—¿Eso estará bien?—sus ojos miraban fijamente a la madre de la persona que tanto amaba.

—Esto es un negocio y el primero que logre el objetivo es quien se queda con el premio gordo.—dió a entender que poco le importaba si estaba bien o mal, ella tenía un solo objetivo y ese era heredar cada centavo de la compañia de su suegro.

—Pero, ¿que hay de su esposa?— su dulce voz hizo que los ojos de la rubia se posaran sobre ella.

—A tí lo que menos te importa es esa mujer, te conozco y sé muy bien que harías lo que fuera por tener a Henry.—la castaña sonrió y cruzando sus brazos bajo su pecho asintió.

—Le aseguro que muy pronto tendrán a su precioso heredero.

Lorenzo entró de lleno a la oficina de su amigo, le sorprendió el no verlo sentado en su escritorio como era costumbre, rodeado de papeles que para él eran imposibles de descifrar pero para su amigo eran como matematicas de primer grado. El castaño se encontraba acostado en el largo sillón que tenía en su oficina, se encontraba despeinado y con su camisa desarreglada, parecía haber tenido un día bastante pesado. Lorenzo reaccionó después de un largo rato, se sentó a su lado, bajando los pies del castaño del sillón, haciendo de esa forma que se sentara derecho.

—Tengo buenas noticias, ya nos dieron fecha para ver a la genio misteriosa y solo debes firmar un simple papel.—Henry observó a su amigo por el filo del ojo, no tenía animos de nada, se encontraba agotado, no era nada fisico pero si mental.

—Ya lo firme, desde el primer día.

—¿Eh?—los ojos de Lorenzo se abrieron, sorprendidos por la noticia.—¿Cuando será el día que me cuentes las cosas?—se acomoda en el asiento hasta quedar comodamente sentado frente al castaño.

—Te lo estoy diciendo ahora ¿no?

Lorenzo hizo un ademán con su mano, dejando que su amigo continuara con su hablar.

—¿Qué haré si es mi esposa?—pregunta y Lorenzo bastante confundido se queda en silencio.—No soy tan idiota, estos meses he observado a la mujer con la que estoy casado, mi visión hacia ella cambió por completo, es astuta, tan inteligente que asusta, sabe de negocios tanto como esos ancianos con los que habla en las fiestas y reuniones de la familia, tiene una mirada tan decidida cuando esta concentrada en lo que le gusta hacer; conduce con delicadeza y habla con una voz dulce que cualquiera que pueda oirla y verla pasaría horas observandola,es tan lista que estoy seguro que cuando tenga la más minima oportunidad me hunde.

—Wow—es lo unico que el hombre que lo oía en silencio pudo soltar.

Lorenzo nunca había escuchado a su mejor amigo hablar de esa manera, parecía angustiado y su voz sonaba de una forma tan suave al hablar de ella que hasta escalofrios le causaba. Al volver la vista hacia Henry pudo notar un brillo jamás visto en esos ojos azules, su amigo parecía perdido, era la primera vez que alguien le movia el mundo de aquella forma, su esposa debía de ser una mujer increible de verdad, Lorenzo sintió unas ganas incontrolables de conocer a la bella dama que tenía al gran Henry Harper de tal manera.




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