Dulce venganza

Capítulo 47

El día del encuentro llegó, los esposos no habían vuelto a hablar luego de la fiesta de cumpleaños del abuelo, Layla no contestaba a las llamadas de Henry, mucho menos leía o respondía a sus mensajes. Henry quería explicar lo que había pasado esa noche, que todo había sido un accidente, que su madre los había drogado de una forma de no creer, el castaño estaba desesperado por verla, pero no encontraba oportunidad, era como si el destino se empeñara en arruinar sus encuentros. Lo maximo que había llegado a ver de su esposa en los ultimos días era su bella y pefecta espalda que era cubierta por la puerta principal siendo cerrada con fuerza, cada que salian llegaban en destiempo, no lograban coincidir para lograr dar su explicación.

Bastante cansado se sentó en una de las sillas de la gran mesa de la sala de reuniones de su nueva compañia, mirando el reloj que no parecía correr los minutos, Henry creía que desde hace veinte minutos que el reloj se detuvo en las catorce con cuarenta y cinco. Dejó ir un suspiro y Lorenzo llamó su atención con un carraspeo, enseguida se sentó derecho, esperando escuchar la voz de la genio.

—Bienvenida.—saludó Lorenzo.

Con algo de miedo y en cámara lenta Henry se volvió hacia la puerta, sus ojos se encontraron con unos tacones grises de terciopelo que convinaban a la perfeccion con un traje de color negro que ajustaba justo una bella cintura, los botenos ajustaban bien en esa zona en particular, en su cuello un collar con forma de corazón y un casi invisible chupetón, era tan claro que solo la persona que lo había hecho podría notarlo, sus labios rojos y su sonrisa perfecta, una nariz pequeña y unos ojos que al verlo temblaron.

—Layla—Henry se paró de su asiento, la mujer no sabía que hacer, esperó y preparó mentalmente tanto tiempo, pero ahora se encontraba con un sentimiento extraño enredado en su pecho.

Trató de huir pero Matías la detuvo, no podían dar marcha átras en esos momentos, no cuando recién estaban comenzando. Ya se encontraban ahí, ya no habia forma de arrepentirse. La rubia cerró los ojos dos segundos antes de recuperar su cordura y darse la vuelta para comenzar con lo planeado, se sentó en la silla frente a su esposo, extendiendo hacia sus manos los papeles a firmar para finalmente ser socios.

Los presentes se encontraban algo confundidos, en la sala de reuniones se encontraban varios de los empleados de la compañia, puesto que una nueva persona se unió a ellos no podían quedarse fuera de conocerla. Matías observaba a su alrededor analizando el comportamiento de algunas personas, el de Henry en especial, el castaño se encontraba bastante tranquilo o al menos eso era lo que trataba de demostrar pero, habia algo en sus ojos que le impedía mostrarse en verdad sereno y tranquilo, como si no conociera de nada a la mujer que tenía justo frente a su ser.

Layla respiraba con rapidez, quería huir de ese lugar, al ver a su esposo los sucesos de aquella nocghe no dejaban de repetirse en su mente, el como no pudo detenerlo y el hecho de que por su mente pasaba una y otra vez el volver a sentirlo así de cerca, se encontraba abrumada y algo avergonzada.

—Layla, ¿podemos hablar?— la rubia fue detenida en el estacionamiento, su esposo la tomó del brazo.

—No hay nada de que hablar, ahora no somos más que socios.—todo lo dijo con seriedad, Henry sintió hervir.

—Tú eres mi esposa, lo quieras o no aún estamos casados.

—Y eso es lo que más rabia me da, que tenga que hacer todo esto siendo tú esposa, yo, Layla Miller tengo que volverme socia de mi propio esposo a escondidas para que deje de verme como a una niña tonta que sigue sus ordenes en silencio.—Henry la tomó con fuerza del brazo, un quejido se escapó de los rojos labios y el agarre fue aflojado al instante.

—Sé que estas enojada por lo que sucedió aquella noche, pero dej- —Layla lo detuvo de seguir hablando.

—No des explicaciones innecesarias. En cuanto tenga lo que quiero no volveremos a vernos.—Henry la miro confundido, sin entender lo que su esposa quería decir.

—¿De que hablas?—Layla suspira soltandose del castaño.

—Tú sabes de lo que hablo.

Sin más se dió media vuelta volviendo al auto de su primo, observando como su esposo no hacia movimiento alguno, la rubia no entendia como podía pedirle explicaciones o como podía fingir de esa forma tan natural, el hecho de querer el divorcio luego de no quedar embarazada con ese maldito metodo de tortura con el que lo habían intentado, luego de haber tomado lo más preciado de ella en su momento de vulnerabilidad. Juró para sus adentros no volver a cometer más errores, no tenía permitido olvidar todo el dolor causado por ellos, Layla apretó los dientes, las lagrimas se acumularon en sus ojos, pensó en Henry y en los momentos malos que la había hecho pasar, no tenía que tener forma de perdonarlo, no podría jamás perdonarse a si misma si lo hacía antes de tenerlo de rodillas frente a ella, suplicando su perdón por cada rasguño, tanto externo como interno, cada minimo granito de dolor debia de pagarse.

Henry volvió con su amigo a su oficina, Lorenzo se sentó frente a él y con cuidado habló,con curiosidad preguntó.

—¿De verdad es tu esposa?

—Necesito que investigues sobre ella, —Henry ignoró la pregunta de su amigo y pidió el favor con una sonrisa.—si es tan lista como para engañar a todos de que es una torpe palomita, quiero saber que más oculta, en especial si ella es en realidad la niña que tanto tiempo estuvimos buscando.

Lorenzo no podía creer todo lo que su amigo estaba soltando, era algo de pelicula, como sacado de una novela. Su familia estaba loca por casar a sus herederos de esta forma para continuar con sus riquezas. Pero por otra parte le alegraba de cierta forma que su amigo crea en la posibilidad de que su esposa sea la niña de su infancia, su primer amor. Henry pensó en la niña castaña que a diario se aparecia en sus sueños, luego recordó a la rubia llorando y suplicando, lo maldito que había sido con ella lo golpeó de lleno, estaba cegado por el odio, por su familia no pensó que todo el dolor y sufrir en aquellos lindos ojos podía ser real, los malentendidos y desprecios habían sido demasiado fuertes, si su esposa lo perdonaba algún día por tales cosas, sería por un milagro.




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