Dulce venganza

Capítulo 48

Henry se pasó las manos por su rostro con frustración, no lograba concentrarse, tenía la imagen de su esposa en la cabeza, las palabras tan extrañas que sus labios soltaron, de solo imaginar no volver a verla su corazón dolía, sentía una opresión en el pecho que le dificultaba respirar, nunca se había sentido así, esperaba verla todos los días, por las mañanas se levantaba temprano para encontrarse con ella en el pasillo, trataba de sacar conversación a la hora del almuerzo cuando se reunian con los demás socios y empleados de su empresa, pero no había forma de hacer que Layla le prestara de su atención fuera de horario laboral y él se sentía invisible, por primera vez en sus casi veinticinco años de vida, se sentía invisible.

Lorenzo se sentó justo frente a él, bebiendo un té de color verde que a simple vista a Henry le causaba nauseas, pero a su mejor amigo parecía gustarle de forma increible. El chico de mirada brillante y alegre sonrió de lado, entregando un sobre a su amigo, Henry lo observó alzando una ceja, confundido.

—¿Qué es esto?—observa dentro del paquete con curiosidad, como un niño pequeño.

—Un regalo para tí.— Lorenzo bebe el último sorbo de su té verde y se recuesta en la silla giratoria.

Fotos de una niña de ojos negros y cabello castaño aparecen ante sus ojos al sacar el contenido de aquel sobre, niña que el niño Henry recordaba a la perfección. Su mirada subió con rapidez hasta su amigo, éste solo encogió los hombros con una sonrisa, tenía información sobre la persona que tanto buscaban.

—¿De dónde las sacaste? ¿quién te las dió? ¿qué más sabes?— se paró con entusiasmo, no dejando espacio para que su amigo conteste a sus inquietudes.

—Hey, más despacio que solo soy uno.—Lorenzo guardo silencio un par de segundos antes de hablar.— Eso fue lo único que pude encontrar, por ahora, en los archivos de la familia Miller.

—Eso quiere decir...

—Que tu esposa puede estar emparentada con aquella joven de tu niñez.—la respuesta le dejó un sabor amargo, Henry tal vez esperaba otra respuesta que no estaba dispuesto a decir en voz alta.

Lorenzo notó la mirada de su amigo, el deje de decepción en ellos, por su mente pasó la posibilidad de que su amigo en realidad deseara que el nombre de su esposa apareciera en la conversación, Lorenzo pensó que tal vez Henry se haya enamorado de Layla, o al menos que esta le gusta podía notarlo, ahora que su amigo algún día llegara a admitirlo era una cosa bastante dificil.

—¿Querías escuchar el nombre de tu esposa?—Henry salta debido a la repentina pregunta, negando con rapidez.

—¿De-de qué estas hablando?— comenzó a organizar el papeleo sobre su escritorio con torpeza.

Ahí estaba su respuesta.

—Bueno, te dejo amigo mío.—se paró de su lugar despidiendose de Henry con su misma energia de siempre.—Llamame si necesitas algo.—el castaño asintió.

Algo cansado arrastró sus pies hasta el comedor y se sorprendió al ver a su abuelo sentado en el sillón, era extraño que el anciano no avisara de una visita a su casa. Sin hacer preguntas se sentó a su lado, notando la mirada ida de su abuelo, guardó silencio, esperando que su mayor soltara palabras cuando así lo quisiera.

—Tu abuela estaría muy enojada conmigo ¿cierto?— su pregunta dejó sorprendido a su nieto.—¿Crees que ella hubiera hecho las cosas diferentes?—ver a su abuelo hablar con aquel extraño tono de voz le provocaba escalofríos.

Henry fue criado por su abuela, era una mujer de lo más amorosa, era graciosa y de una paciencia infinita, tenía la mirada dulce y la voz suave, le gustaba leerle cuentos antes de dormir y aunque fuera algo rebelde ella siempre le aconsejaba y protegia con un amor incondicional. Su abuelo siempre fue alguien de demostrar pocas emociones, desde pequeño podía recordar las miradas frías y voz sería que siempre le dirigia a todos, pero tenía una excepsion y esa era su esposa. Cuando la miraba a ella sus ojos brillaban con intensidad, llenos del amor más puro y perfecto, Henry recordaba haberlo visto abrazarla durante largos ratos cada que podía, lo veía sonreir al simplemente verla pasar frente a él. Su abuela había sido la felicidad misma para el hombre que se encontraba sentado a su lado, ahora era un abuelo apagado, Henry no podía recordar la última vez que su abuelo sonrió, al menos no de la forma que lo hacía en el pasado, cuando el amor de su vida se encontraba a su lado.

—Creo que tú serías alguién muy diferente si ella estuviera con nosotros, tu camino tal vez estaría iluminado y tus noches brillarían como la luna misma.

Henry observó como las lágrimas se acumulaban en los ojos azules de su abuelo, sus manos temblorosas sostenian el retrato de una bella mujer que alguna vez les demostró lo bello del amor, la primer lágrima cayó justo sobre la mejilla sonrojada de la mujer en la fotografía.

—Vivimos en esta casa por cinco años, cuando quedó embarazada de tu tío Nestor nos tuvimos que mudar a la casa grande, aún recuerdo su voz suave hablando con las plantas que dejaba átras, como miraba con tristeza cada rincón de este lugar antes de irnos. —sus dedos temblorosos secaron las lágrimas que caían sobre la foto.—¿sabes? esta casa fue un regalo de nuestros padres, ella le tenía demasiado cariño y cuando la familia comenzaba a crecer el espacio se redujo y tuvimos que salir. Ella deseaba que tú la tuvieras, desde el primer momento en el que sus bonitos ojos te vieron te volviste su todo, y yo no supe cuidarte, ni a tí, ni a ella.

Henry cubrió la espalda de su abuelo con una de las mantas que tenían en la sala, sin decir palabra alguna se alejó de él, su abuelo había bebido de más y terminado en la casa en su estado de ebriedad. Henry caminó hasta la cocina para beber un vaso de agua, su garganta se había secado, escuchar al anciano hablando de su abuela era algo que muy pocas veces ocurria, era un dolor que toda su familia llevaba y pesaba en el corazón. Después de servirse el vaso con agua se apoyó en la isla, dejandose llevar por sus pensamientos, sus emociones fluyen sin poder detenerlas y las lágrimas brotan, llora en silencio, sintiendo como el nudo que durante años apretaba su cuello comenzaba a aflojar.




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