Ambos jovenes se volvieron cercanos, Henry logró ayudar con el proyecto con el que su esposa y compañeros tanto luchaban, medio mes había transcurrido hasta el día de hoy; Layla se encontraba hablando sobre sus ideas implementadas en el proyecto, esperando poder hacer entender sus palabras a sus compañeros y demás socios, Henry se encontraba maravillado con la persona frente a él, la joven se veía tan inmersa en su trabajo que le parecía increíble, no entendía como era que se veía tan perfecta simplemente hablando, tal vez era debido a esa gran sonrisa en su rostro o la pequeña mueca que se le escapaba sin darse cuenta cuando alguna persona la interrumpía.
Lorenzo pasó su atención a su mejor amigo sentado a su lado, la mirada azul no se despegaba de la chica rubia frente a ellos, Henry tenía una cara algo tonta según su amigo, Lorenzo notaba ese comportamiento extraño en el castaño, su respiración pesada y lo embobado que quedaba al ver a su esposa, aunque el hombre se lo negara una y otra vez, estaba casi seguro de que su amigo se había enamorado sin darse cuenta de la persona con la que se casó.
La pareja comenzaba a llevarse mejor, Henry obedecía en automático lo que su esposa pedía, Layla se enfocaba en su trabajo sin pensar demasiado en la presencia del mayor a su lado, todo el tiempo pensaba en un solo objetivo y en lo satisfecha que estaría al ver a su familia y a los Harper rogando a sus pies por su perdón. Volviendo a casa de su esposo la joven se encontraba en silencio, algo pérdida en sus pensamientos, en las últimas semanas su cuerpo se sentía demasiado cansado, tenía muchas ganas de dormir por las tardes y algunas veces juraba poder matar a alguien con tal de conseguir algo dulce.
Su esposo detuvo el auto justo frente a un café, esa tarde salieron algo más temprano de la Oficina, les quedaban pequeños detalles por perfeccionar antes de la entrega y estaban algo más relajados como para salir un par de horas antes. Layla bajó del auto en cuanto Henry le abrió la puerta, tomó la mano de su esposo y así caminaron hasta dentro del lugar, es más que obvio que recibieron un buen par de miradas, eran de las parejas más famosas de su país y siempre habían ojos sobre ellos.
—Hay demasiada gente. —susurra la rubia apretando el brazo de su esposo.
—No te preocupes, solo sonrie. —Layla siempre recibía la misma respuesta, no esperaba que Henry dijera otra cosa pero por alguna razón esas palabras la hacían sentir tranquila.
>>No te preocupes<<
Su vida entera se basó en eso, preocupación.
Creció preocupándose por su vida, le preocupaba ser abandonada por la familia que le había tocado, le preocupaba no ser lo suficientemente fuerte como para lograr salir de ese mundo oscuro en el que la habían encerrado durante años, le preocupaba no llegar a ser la mujer que su madre hubiera querido.
Por eso cuando Henry las decía se sentía diferente, no tenía idea de si se debía al tono con el que lo decía, de esa manera suave y delicada con la que trataba de hablar últimamente para con ella, pero la hacían sentir que de verdad todo estaría bien y no había de que preocuparse. Layla sonrió con su bella sonrisa cuadrada en dirección al hombre del que venía aferrada, Henry sintió una vez más ese cálido calor en su pecho que lo hacía temblar, se ponía nervioso y se trababa al hablar, cosa que hacía a su esposa reír por lo bajo.
Se sentaron en una mesa al fondo del lugar, Layla pidió un chocolate con malvaviscos acompañado de un pastel de duraznos, en cuanto a Henry un simple café negro. Al hombre le parecía magnífica la forma tan delicada que tenía su esposa de comer, siempre había creído que era una mujer que en su vida comería dulce, tenía la costumbre de verla con disimulo la mayor parte del tiempo y mientras ella se encontraba concentrada en comer el podía observarla con comodidad y estudiar cada uno de sus movimientos.
Layla primero removia los malvaviscos en la taza, soplando con suavidad el calor, poco a poco los terminaba y comenzaba a tomar el chocolate ya tibio para después de más de media taza bebida comer un gran bocado del pastel de duraznos, jamás manchaba su perfecta ropa o siquiera se corría su labial, Henry pensó que no tendría que limpiar la comisura de los labios ajenos como en las películas románticas que miraba su mamá cuando él era pequeño.
—Iré al tocador, ya regreso.—se excusa la rubia levantándose de la silla, Henry solo asintió bebiendo el último sorbo de su café.
Observó a su esposa caminar hasta perderse al doblar al final del pasillo, no estaba muy seguro pero la joven parecía algo más rellenita, tal vez la comida que comían los últimos días no era tan saludable como pensaba. No pensó demasiado en ello, si ese fuera el caso su esposa seguía siendo una completa belleza y nada cambiaría eso. A los pocos minutos su celular sonó, la llamada era por parte de la mujer que hace días venía evitando, algo dubitativo contestó.
—¿Hola?
—Creí que jamás iba a responder, señor Harper. —la voz del otro lado lo hizo bajar la mirada.
—Lo siento, estoy muy ocupado últimamente. —la realidad era esa, no tenía el mismo tiempo libre para jugar que antes.
—Siempre tenías tiempo para mí, ahora ya ni para cenar juntos, te extraño. —la voz de Lucille sonó lastimosa, como si le hubieran hecho la peor de las traiciones.
—Lo siento, también te extraño, pero estoy en verdad ocupado. —Henry colgó la llamada, ahora no podía prestar la misma atención que antes a ella.
Lucille se había convertido en lo que más quería en el pasado, no sabía si se debía al parecido con la niña que durante tanto tiempo buscó o si era por lo bien que se sentía a su lado pero fuere lo que fuere ya todo eso era diferente, su mente la ocupaba por completo alguien más.
—¿Nos vamos? —la voz de Layla lo hizo volver la mirada en su dirección.
Su corazón dió un vuelco, y sonrió, una sonrisa genuina que dejó a la rubia sorprendida, le llegaron los recuerdos de aquel niño que de pequeña había llenado su vida de alegría, quien por un corto período la había hecho olvidar todo lo malo y doloroso que en ese momento se encontraba viviendo.
Editado: 15.10.2024