Dulce venganza

Capítulo 51

Layla despertó debido a las náuseas esa mañana, su esposo se encontraba durmiendo a su lado pero gracias a los ruidos se despertó yendo hacia el baño en el cual su esposa no dejaba de vomitar, tocó la puerta con preocupación, la rubia se estaba esforzando mucho en el trabajo, se le notaba cansada y con sueño.

—Déjame entrar. —pidió el hombre tocando la puerta con suavidad.

—Estoy bien, ya pasó. —dijo Layla mientras enjuagaba su boca.

Abrió la puerta del baño para ver la cara de su esposo, el hombre estaba a centímetros del rostro ajeno, Layla le sonrió y la palma de la mano del hombre con el que se encontraba casada se posó sobre su frente, ambos corazones latiendo con rudeza, tan rápido que dolía. Henry bajó la mano con lentitud hasta la mejilla sonrojada de la chica de ojos negros, la mano pasó a la nuca y sus frentes se juntaron, Layla no sabía que hacer, se encontraba helada en su lugar, el comportamiento de su esposo cada día era más extraño y le daba miedo el sentimiento que causaba en su interior, tenía miedo de acostumbrarse a su buen trato y no poder dar sus pasos con firmeza.

—No pareces tener fiebre, ¿tienes ganas de vomitar todavía?—se alejó un poco, dando espacio para que sus ojos se encuentren.

—No, estoy bien, deberíamos prepararnos para ir al trabajo. —se apartó con rapidez caminando hasta el armario.

Su esposo se quedó observandola desde la puerta del baño, la mujer se encontraba con su cabello rubio cubriendo su espalda, un bonito y delicado pijama cubría la belleza de su cuerpo que, gracias a su madre, Henry pudo apreciar de muy cerca, cosa de la que desgraciadamente no está orgulloso de como sucedió, él imaginaba diferentes situaciones en las que pudieron haberse unido como un solo ser, tal vez con el pasar del tiempo y dejando salir sus sentimientos podía haber ocurrido, como también podía haber pasado de forma espontánea, de un momento a otro, con una simple mirada en una tibia mañana.

Pero ese momento ya se había arruinado de una forma en la que ninguno de los dos deseaba, que la madre de Henry los haya drogado era algo asqueroso, ninguno de ellos esperaba tal situación, no era algo que hubiera pasado porque quisieran, fue solo una maldita pastilla en una copa de vino que no pudieron evitar beber.

Sin dar más vueltas en sus pensamientos ambos terminaron de asearse y bajaron las escaleras, como de costumbre desayunaron juntos y emprendieron el corto viaje hasta las oficinas de la compañía, Lorenzo los esperaba con una enorme sonrisa, a su lado se encontraba la hermosa y perfecta Lucille.

Layla saludó de forma educada a ambos jóvenes, entrando a la compañia sin tardar demasiado en conversar, Lorenzo la siguió de cerca,la rubia lo menos que quería era formar amistad con la mujer que tiempo atrás se acostaba con su esposo, eso suponía ella ya que no tenía prueba alguna de lo que por su mente pasaba. Por su parte, Henry se paró a un lado de Lucille, después de saludarla con un beso en la cabeza, para Henry Lucille era una piedra preciosa, algo valioso, no quería lastimar de ninguna manera a esa persona que siempre estuvo a su lado.

—¿Qué haces aquí? —preguntó con suavidad, la joven a su lado meneo las cadera con inocencia, una sonrisa en su rostro.

—Vine a verte, ya no contestas mis mensajes ni llamadas, creo que hice algo malo y por esa razón ya no quieres verme. —su voz suena apagada, haciendo que el corazón del castaño se vuelva pequeño.

—No es así, estoy con la nueva compañia y tenemos demasiado trabajo. —su mano se posa sobre el largo cabello, era castaño con destellos rojizos. —Volviste a cambiar tu tono de tinte. —la cara de Lucille se pone roja cual tómate y con el codo golpea a Henry en las costillas.

—Calla, no dejes en evidencia mis tintes. —hace un puchero y Henry sonrie. —¿Almorzamos juntos? —Henry piensa un momento, no estaba seguro de aceptar, estaba cerca de Layla y si se unía a Lucille las cosas se podrían complicar.

—Creo que será mejor que vuelvas a casa, estaré demasiado ocupado en estos días. —le regala una sonrisa a la mujer que lo miraba con sus ojos brillantes, odiaba verla llorar pero no podía ir con ella. —Te llamaré ¿de acuerdo? —esperaba con eso ella se conformara y no se fuera triste.

—Bien, nos vemos. —dijo ella, cabizbaja dió media vuelta saliendo de ahí.

Henry odiaba ese sentimiento que se formaba en su pecho cada que la castaña ponía esa cara de cachorro regañado, juraba ver su cola peluda entre sus piernas y sus orejas largas caídas haciendo notar su tristeza, siempre la había visto como un cachorro, para ser más específico Lucille le recordaba a ese pequeño Pomerania que su abuela le había regalado de pequeño, tenía el pelaje marrón y unos ojos negros que brillaban al verlo, así como Lucille lo hacía cada que se veían.

—Tengo algo para tí.

Lorenzo lo hizo volver al mundo real, en sus manos un sobre y en su rostro la seriedad, Henry estaba bastante cansado de las malas noticias, le pidió con la mirada que no sean escándalos o algo referente a sus malas decisiones, estaban cerca de cumplir con su misión y no necesitaban en esos momentos algo que los cagara.

Tomó el sobre en sus manos y lo abrió con rapidez, no quería hacerla lenta, si tardaba un segundo más estaba seguro de que explotaría en miles de millones de pedacitos, lo primero que sacó fue una cuenta bancaria que marcaba una importante suma de dinero, el nombre y apellidos de Lucille apareció frente a sus ojos, sacó lo siguiente del sobre, fotos de la mujer teniendo conversaciones con su madre, Henry no sabía que más arruinaría su querida madre, Lucille había aceptado dinero por parte de la progenitora de Henry para alejarse de él.

—Ella me dejó por dinero, ella se fue durante meses porque mi madre se lo pidió, mi Lu se fue porque mi madre así lo quiso. —Henry arrugó la hoja en sus manos.

—Eso no es todo...




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