Dulce venganza

Capítulo 52

Henry aún no procesaba las palabras de su amigo, le dolía lo que había escuchado, ¿hasta donde su propia familia era capaz de hundirlo? Tragó antes de que su temblorosa mano buscara su celular en el bolsillo interior de su saco, marcó el número de Layla y avisó que no llegaría a la reunión que tenían programada para esa tarde, necesitaba calmar sus nervios antes de volver al trabajo.

—Maldita sea. —susurra en cuanto su pierna golpea el escritorio, deja ir un suspiro volviendo a sentarse. —¿Que debo hacer ahora?

Layla se sostuvo de la mesa, un mareo terrible hizo su mundo dar vueltas, observó a su alrededor, su respiración era agitada, la sentía pesada. Las náuseas volvieron a ella, sus ojos se volvieron vidriosos y casi no podía mantenerse de pie, algo asustada llamó en susurros a su esposo pero este no se encontraba en la sala, recordó que hacía un rato había llamado para avisar que no podría asistir, no resistió más tiempo, se preparó para el golpe contra el suelo, pero el golpe nunca llegó, una mano sujetó su cintura antes de que sus piernas perdieran toda la resistencia.

—Terminamos por hoy, cada quien vuelva a su trabajo y continuaremos con la reunión mañana. —ordenó Henry, tomó en brazos a su esposa sacandola de ahí con rapidez.

—A casa—susurra en un hilo de voz, el castaño no entiende y la sienta con cuidado en el asiento de copiloto. —a casa, no quiero ir al hospital. —sus ojos llenos de lágrimas hicieron que Henry volteara en otra dirección.

Abrocha el cinturón de seguridad para su esposa y dando la vuelta se sube en el asiento de conductor, abrocha su propio cinturón y se vuelve en dirección a la rubia a su lado, la observa con detenimiento, sus mejillas ya se encontraban empapadas en lágrimas, Henry notó lo sudada que se encontraba y con algo de temor tocó su frente, estaba hirviendo, entró en pánico y sin saber que hacer encendió el motor conduciendo hasta la casa.

Una de las chicas del servicio se acercó a ellos en cuanto oyó a Henry pedir por ella, la joven se preocupó al ver a Layla en el estado en el que su jefe la traía, corrió a preparar agua helada en un cuenco junto a una toalla, Henry dejó a su esposa con cuidado sobre la cama, apartando mechones de su cabello que se pegaban a su bello rostro, la joven soltaba algunos quejidos gracias a la fiebre.

—Lo siento, sabía que te estabas esforzando de más y aún así no dije nada, ahora estás enferma. —dijo en susurros, acariciando con cuidado la piel rojiza de la mejilla ajena.

Toc Toc.

—Adelante.

Dejan el agua fría junto a la toalla en la mesa a un lado de la cama, Henry toma la toalla pequeña y la sumerge en el agua helada, aguantando el frío en sus manos, sacando el exceso de agua pasa la toalla por el rostro y cuello de la mujer, con una suavidad increíble, como si estuviera tocando vidrio de lo más frágil, un objeto invaluable o algo demasiado preciado. Después de limpiar y cambiar de ropa a la joven el castaño se asegura de que su temperatura haya bajado, más tranquilo se da un baño y se acuesta a su lado, casi sin poder dormir en toda la noche cuidando de su esposa, un solo movimiento o ruido por parte de la rubia y él saltaba de la cama a verla.

Layla despertó, observando a su alrededor, reconoció su habitación y se dió cuenta de que su ropa había sido cambiada por una pijama, se volvió a un lado, viendo que su esposo aún dormía, le pareció extraño ya que el sol se asomaba con fuerza desde la ventana, tenía un aspecto tranquilo a la hora de dormir, Layla maldijo para sus adentros, existen personas de ojos azules que son guapas debido al color de sus ojos pero Henry en verdad era guapo por su rostro, tenía un perfil perfecto, cada detalle de su rostro parecía perfectamente tallado, su nariz y la forma de sus labios, su barbilla y hasta la suave sombra de barba era algo de no creer.

—Deberías de tomar una foto, así podrías verme tanto como quieras.

Layla tapa su rostro con la blanca sábana con rapidez, sus mejillas y orejas se tornan rojas y la vergüenza la consume, la risa de su esposo la hace bajar despacio la tela, asombrada ante el nuevo sonido que dejaba ir la garganta ajena dejó ir una suave sonrisa, miraba con ojos grandes al hombre que sonreía de una forma tan sincera que hizo a su corazón latir con mucha fuerza.

—Creo que deberíamos levantarnos. —la joven trató de levantarse de la cama pero la mano de su marido la detuvo.

—Quédate en cama, descansa, tienes prohibido salir de esta casa hoy. —Layla fruncio el ceño.

—¿Por qué? me encuentro bien.—dijo mirándolo con sus ojos negros brillantes.

—Te quedas aquí, ayer casi muere de un susto media compañia.

Layla hizo puchero pero asintió, si continuaba trabajando de esa forma se enfermería de forma grabe y eso era algo que no necesitaba en esos momentos, las cosas iban sobre ruedas y ya faltaba poco para cobrar todas. Henry se fue a la hora, ella desayunó ligero y volvió a la cama, tenía mucho sueño y no tardó en caer dormida.

Un par de horas después despertó gracias a los ruidos que habían en la habitación, abrió los ojos encontrándose con varias personas que movían las cosas de su esposo del cuarto, extrañada se sentó en la cama, las chicas del servicio la miraron con pena, Layla entendió, no se encontraba decepcionada, en realidad ya estaba preparada para una situación así, no esperaba que su personalidad de niño bueno durara demasiado.

Se levantó y caminó hasta el baño, se preparó y subió a uno de los tantos autos que su esposo tenía en el garaje, con decisión condujo hasta la compañia que compartía con Henry, al llegar bajó encontrándose cara a cara con el castaño, el hombre tenía cara de pocos amigos, una vez más su esposa desobedeció a sus órdenes.




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