Layla miraba a los profundos ojos azules, con tantos sentimientos revueltos en su interior que le era casi imposible respirar, sus manos temblorosas se envolvieron con cuidado alrededor de los brazos desnudos del hombre sobre ella, con su mente en blanco se dejó guiar por la dulce voz que susurraba su nombre muy cerca de su oido, haciendo que olvidara todo lo malo que esa misma persona la había hecho vivir. Las manos grandes de Henry la apretaban con fuerza pero sin llegar a dejar marca alguna, con cuidado sus labios recorrieron su piel, desde su cuello hasta su boca, su humeda lengua se abrió pasó con lentitud buscando la suya, Layla no podía evitar dejar salir gemidos de placer, ésta era su segunda vez que sus almas se unían y Henry conocía a la perfección cada pequeño rincón de su esbelto cuerpo, el punto exacto en el que la joven mujer no podía controlar su voz.
—Mirame—pidió el hombre en cuanto la rubia cerró los ojos con fuerza, bastante avergonzada en cuanto sintió las manos de su esposo en cierto sitio de su cuerpo.
Layla abrió los ojos con lentitud, su corazón agitado y sus mejillas rojas, su hermoso cabello color oro cayendo sobre la cama y parte de éste pegado a su cuerpo debido al sudor, no pudo sostener demasiado tiempo la mirada a aquellos brillantes ojos, tragando saliva dejó ir un suspiro dando la señal a que Henry continuara con lo que ya era inevitable, no podía evitar las ganas de sentirlo, no podía negarse a él, su mente ya solamente le pedía a gritos ser uno junto con su esposo, su corazón dió un saltó y sus uñas se aferraron a la ancha espalda, con los ojos cerrados una vez más se había rendido ante él, pero esta sería la última vez, Layla pensó que esta sería su despedida.
A la mañana siguiente Henry despertó y con sus ojos cerrados tanteo la cama en busca del calor ajeno, el calor que la noche anterior lo quemaba por completo, extrañado de no toparse con el calor de la mujer que suponía dormía a su lado, abrió los ojos, al no verla saltó. Su pecho se comprimió, algo no se sentía bien, bajó las escaleras con prisas, casi resbalando en el intento de ir aún más rápido, vió a varias chicas del servicio mirándolo con los ojos muy abiertos, su cabello despeinado y su cara sin lavar, jamás habían visto a su jefe de esa forma, con algo de miedo saludaron.
—Bue- buenos dias,señor.—Henry se acercó a una de ellas.
—¿Dónde está?—pregunta con algo de desesperación en su voz.—¿dónde está mi esposa?—volvió a preguntar al no recibir respuesta.
—No sabemos a donde fue, pero nos dijo que si usted preguntaba por ella le dijeramos que buscara en el escritorio de su oficina.—la chica habló con voz firme y Henry se volvió a verla. —esa fue la única información que dejó.
Corrió con rapidez hasta su oficina a unos cuantos metros de donde estaba, por suerte no tenía que volver a subir las escaleras, estaba seguro de que debido a los nervios y ansiedad le sería imposible no tropezar y caer. Lo primero que sus ojos vieron fue el sobre color mostaza sobre el escritorio de vidrio negro que hacía resaltar con intensidad el papel; dejando un suspiro caminó hasta él con lentitud, con algo de miedo lo tomó en sus manos, sacó el papel color marfil que se encontraba en su interior, sus ojos observaron aquellas palabras que con tinta negra tenían escrito algo que no quería leer, sabía muy bien lo que era pero se negaba a leerlo por completo.
—No te dejaré ir, no quiero hacerlo.
Se cambia con velocidad y de igual forma llama a su mejor amigo, se sube a su auto y con un desespero arrollador conduce hasta el aeropuerto, no le importaba nada más que alcanzarla, en estos meses juntos se había enamorado por completo sin darse cuenta, cayó a los pies de esa bella mujer de carácter fuerte y mirada rebelde, no podía imaginar una vida sin ella y sus locuras, la amaba tanto que su pecho dolía, el solo imaginar el no volverla a ver le hacía querer gritar con fuerza, no podía permitir que ella desapareciera sin más, no cuando ya estaba tan profundo en su pecho.
Frenó su vehícuo de golpe, un auto negro se había puesto en su camino, reconoció a uno de los guardias de su abuelo y bufó. Se bajó y camino con furia hasta éste, su abuelo observó a su nieto desde el asiento trasero del auto, Henry quería desarmarlo, deseaba con ansias dejarlo hecho polvo y barrerlo debajo de la alfombra, con rabia en su voz el castaño habló.
—¿No te cansas de hacer mi vida un infierno? ¿hasta cuando voy a sufrir por sus caprichos? —el anciano no dijo una sola palabra, en completo silencio observó como los ojos azules de su nieto se llenaban de desesperación.
—Ella no te ama, aceptó dinero y se largó, ¿por qué estaría con alguien que la maltrató y jamás la ayudó? ¿Crees que se enamoraría de un monstruo como tú? —el viejo dejó ir una risa, tan oscura que Henry creyó haber muerto y estar en el mismo infierno. —Despierta, Henry, jamás serás amado por nadie.
Y Henry dejó de luchar contra los brazos de impedían que saltara sobre su abuelo, se quedó parado en su lugar, en medio de la calle, con su mirada ida y sus pensamientos revueltos, sintió miedo. Había sido criado en una casa con amor por parte de sus abuelos, nunca conoció el amor de su madre y cuando su amada abuela dejó este mundo su abuelo se volvió un ser completamente extraño, ajeno a lo que él recordaba, desde aquel día nada había vuelto a ser igual.
—Debiste morir tú. —oyó y las lágrimas cayeron de sus ojos, se camuflaron con la lluvia que en ese mismo instante comenzó a caer con fuerza.
Henry pensó que tal vez estaba pagando algún mal de su vida pasada, desde que tiene memoria su vida no es tan buena como algunas personas a su alrededor la pintan, y cuando al fin creía haber llegado a la felicidad una fuerte ráfaga lo hace caer desde lo alto al duro y frío suelo, destruyendo todo en su interior.
Con fuerza gritó desde lo más profundo de su ser, cayendo de rodillas suplicó al cielo volverla a ver.
Editado: 15.10.2024