Henry fue subido al auto de su abuelo, obligado a salir de ese lugar oscuro en el que se había envuelto. Al llegar a casa fue recibido por el ceño fruncido de su progenitora, el día que su madre lo mirara con una sonrisa genuina en el rostro se acercaría el fin del mundo, Henry fue encerrado en su habitación durante tres días y dos noches, sin ningún tipo de tecnología, no encontraba forma de hallar a la mujer que le había robado el corazón. Cuando su familia bajó la guardia y alejó a los monos mutantes de su puerta fue cuando escapó rumbo a casa de su mejor amigo, Lorenzo lo esperaba con información.
—Creo que lo mejor sería que descansaras.—propuso el hombre, mirando el estado de insomnio en el que se encontraba su amigo.
—Estoy bien, no puedo descansar ahora, Lorenzo, se fue, no pude detenerla, cuando me di cuenta de mis sentimientos ya era demasiado tarde.
Lorenzo negó.
—Aún tienes tiempo, puedes volver a ella.— su mano se apoyó en el hombro del castaño.—Hazme caso y ve a descansar, luego te ayudaré.
Henry no insistió más, aceptó la oferta de su amigo, dejó ir un suspiro y caminó hasta una de las habitaciones de invitados de la casa de Lorenzo, se echó sobre la cama, mirando el techo y pensó en la mujer que había desaparecido como si todo este tiempo hubiera sido parte de un sueño, un sueño en el que había entendido lo que era cuidar de alguién, lo que era sentirse vivo.
Lorenzo hizo un par de llamadas antes de dirigirse a su mejor amigo y negó con la cabeza, era como si la tierra se la hubiese tragado, de un solo bocado ella desapareció junto a todo aquel que pudiera darle información genuina de su paradero. Henry tocó su pecho, dolía muy dentro, el mismo dolor se había presentado tiempo atrás, cuando de un momento a otro aquella niña que había iluminado su corazón desapareció, el castaño sentía que le habían quitado parte importante de su ser, no era por su parecido a esa niña de su infancia, esto era debido a Layla, él se había enamorado de quien era esa mujer, había visto detalles tan pequeños que ni Matías podría saberlos.
—Necesito encontrarla o no podré vivir en paz.
—Ten paciencia, lo lograremos.
~CINCO AÑOS DESPUÉS~
Un pequeño niño de brillantes ojos azules se acercó con una sonrisa de oreja a oreja a una castaña de mejillas sonrosadas, los ojos oscuros miraron con alegría al niño frente a ellos, tomando su mano caminó con cuidado hasta su madre, Layla al ver a sus dos pequeños caminar hasta ella sonrió, dejando de lado los preparativos para su vuelta a Inglaterra, abrazó a ambos niños con cariño, la pequeña niña estornuda haciendo que su hermano y madre dejen ir una risita.
—¿Conoceremos a papá? —pregunta con curiosidad la castaña.
Layla simplemente sonrie, nunca les negó la existencia de su padre a sus hijos, ellos sabían quien era él, a que familia pertenecían y sobre todo lo que les correspondía. Los ojos de Layla fueron directo a los de su hijo varón, era el vivo retrato de Henry, sus ojos, su cabello, su nariz y hasta su forma de mirar, tenía hasta esa forma desesperante de ser.
—Quiero que cuando vean a su padre no digan nada, mamá les dirá el momento exacto en el que daremos la gran noticia. —besando ambas cabezas volvió a armar las maletas.
—Mami—la suave voz de su hija la hizo volverse a verla al segundo.
—Dime, mi pequeña Giana—se sentó en la cama tomando a su hija en brazos, la niña cruzó sus manitos en su regazo.
—Señor papá ¿es malo? —Layla había escuchado esta pregunta varias veces, incluso ella misma se lo preguntó una y otra vez en el pasado.
—Su papá no es malo, solo es una persona que no está acostumbrada a lo que es el amor, vivió mucho tiempo solo y rodeado de frío. —la niña de cuatro años hizo puchero.
—¿Ahora también está solo? —La mujer sonrió besando la mejilla de su hija, Giana tenía una inocencia y alma tan pura que Layla deseaba con todo su ser poder protegerla por siempre.
—Creo que, papi ahora ya no está tan solo. —Layla recordó aquella conversación entre Lucille y su esposo, se imaginó a ambos con sus hijos, formando la familia perfecta que tanto buscaban los Harper.
—Mami—ahora su atención fue robada por la voz de su hijo, el niño se sentó en el piso sobre una almohada, observando con sus lindos ojos a su madre y hermana. —Cuando señor papá nos vea, ¿nos amará?
No era la primera vez que sus niños preguntaban por el amor de su padre, le dolía en el alma no poder darles la familia que tanto merecían, a ellos no les faltaba absolutamente nada, eran niños educados y muy bien portados, una dulce y tierna niña junto a un malhumorado y protector niño, eran la dupla perfecta y dolía ser solo ella la que conociera cada pequeño detalle de ellos, sabía a la perfección la falta que Henry hacía en sus vidas, por ello jamás les negó su existencia, pero para protegerlos debía mantenerlos alejados.
Hasta el día de hoy.
—Estoy segura de que cuando su padre los vea se volverá loco de amor, al igual que mami los ama, con toda la intensidad y amor más puro.
Los niños quedaron satisfechos con la respuesta de su progenitora, dando saltitos salieron de la habitación, Layla se quedó sentada en la cama, en su cabeza pasaban mil cosas, tenía miedo de lo que se estaba por venir y su peor miedo era ver a sus hijos sufrir si el imbécil de su ex esposo metía la pata, debía tener paciencia y en especial mucho cuidado, si no actuaban con cautela todo se volvería un caos, su familia no debía de saber de la existencia de los gemelos, al menos no todavía.
—¿Matias? —habló Layla al teléfono. —Ya estamos por abordar el avión.
Editado: 15.10.2024