Dulce venganza

Capítulo 57

—Siéntate y escucha atentamente la nueva información que tengo.—Lorenzo hablaba con voz serena, su amigo lo miraba con ojos atentos y bastante nervioso.

—¿Por qué tanto suspenso?—Henry deja ir un suspiro, se encontraba bastante cansado y su amigo no ayudaba mucho.

—Se trata de algo muy importante. —Henry rueda los ojos.

—Si es otra de tus boludeces mejor ya no digas nada, el mes pasado me tuviste detrás de tí dos semanas para que al final me dijeras que tenías una horrible diarrea.—el castaño dejó de prestarle atención al chico que rascaba su cabeza mientras dejaba salir una pequeña risa.

—Es que fue muy chistoso verte desesperado corriendo detrás de mí esos días.

—No empieces y ya habla. —Lorenzo observó a su amigo antes de hablar.

—Tu esposa—se cortó y carraspeo—tu ex esposa, perdón, está llegando a esta ciudad para la grandiosa fiesta que ofrece la compañia por sus cinco años. —Henry se paró en su lugar, con ojos brillantes sonrió de oreja a oreja.

—¿De dónde sacaste esa información? ¿hace cuanto lo sabes? ¿la haz visto? ¡habla!—el chico negó, Henry con total emoción salió casi corriendo de su oficina y Lorenzo dejó ir un suspiro.

Observó el celular en sus manos, la imagen de Layla con dos pequeños apareció, el hombre no estaba seguro de decirle a su mejor amigo sobre ello, apagó la pantalla y camino hacia la salida, ya vería que hacer si su amigo no se daba cuenta de la existencia de esos dos niños.

Henry subió a su auto conduciendo con entusiasmo hasta la tienda más cercana, debía de conseguir un traje nuevo para la próxima fiesta que se aproximaba, si ella iba a asistir debía de verse tan bien como el primer día que se conocieron.

Layla arropó a sus pequeños y se dió un merecido baño de agua caliente antes de ella también acostarse a dormir, mañana sería un día bastante agotador, volver a la vida de todas esas personas que durante años hicieron su vida miserable era algo que no deseaba hacer pero no tenía opción, por sus hijos y el futuro de estos debía de hacerlo.

Giana se levantó de su cama, Gean la observó en silencio, sus ojos siguieron a su hermana con curiosidad, la pequeña niña abrió la puerta que su madre había dejado entreabierta y salió, pasó frente a la habitación de Layla, los ojos oscuros miraron directo a la castaña que dormía con profundidad, sumergida en un sueño reparador. Gean la siguió de cerca, tanto así que chocó con el cuerpo de su hermana en cuanto esta se detuvo en la puerta principal, por segundos la niña dudo, su madre no dejaba jamás la llave en la puerta.

—¿Dónde puede estar? —susurra la joven para su hermano, el niño se encoge de hombros.

—¿Quieres ir afuera? —la castaña asintió.

—¿No quieres ver a papá? —pregunta tomando la mano de su hermano para correr de puntitas hasta la cocina.

Layla despertó de golpe, el fuerte golpe de una puerta la hizo casi correr a la habitación de sus hijos, tenía el corazón acelerado, del miedo se encontraba sudando en frío, entró a la habitación prendiendo la luz y dejó ir un suspiro cuando pudo ver las caras de sus niños durmiendo, les dió un beso en la frente a cada uno y revisando que todo estuviera en orden a su alrededor salió, revisó las puertas y ventanas de la casa, dándose cuenta de que alguien había abierto la puerta principal por dentro, tomó la llave y la escondió en la cadena en su cuello.

—¿Como lograron llegar hasta allí arriba? —se preguntó la castaña, había guardado la llave hasta lo alto del mueble de la cocina, en un jarro negro que ahí se encontraba. -son más listos de lo que creí.

A la mañana siguiente Layla habló con sus niños, los pequeños se disculparon prometiendo no volver a cometer un acto tan peligroso como ese, siguieron a su madre hasta un auto negro que los llevaría a las oficinas de su compañia. Matías los recibió con una sonrisa en la puerta del edificio, los niños saltaron con alegría al verlo y corrieron a abrazar al mayor.

—Como han crecido, cada que los veo están más y más altos. —los niños rieron con las muecas de su tío Matías.

—Los tuve que traer hasta aquí conmigo, no tengo con quien dejarlos. —Matías asintió abriendo la puerta para ellos.

—Lo mejor es no confiar en nadie, estos niños tienen un valor inimaginable, si los Harper o cualquiera de nuestra familia se entera sobre su existencia se desataría una guerra.

Ambos adultos seguían por detrás a ambos pequeños, los niños caminaban con tranquilidad, observando todo a su alrededor, guardando en su mente cada pequeña cosa que sus grandes ojos miraban, Giana paró de golpe mirando a lo lejos la gran figura que leía unos documentos, con el ceño fruncido en disgusto corrió a esconderse detrás de su madre, Layla volvió la vista en dirección a donde su pequeña hija miraba, Lucille apareció en su campo de visión, la chica se veía igual de hermosa que antes, si no es que aún más, su figura intacta y su sonrisa perfecta, la castaña volteó a ver a su primo.

—¿Qué está haciendo ella aquí? Nunca mencionaste que estuviera trabajando para nosotros. —susurra.

—Emm, es que ella no está trabajando para nosotros, trabaja CON nosotros. —enfatizó, Layla algo molesta tomó a sus niños y trató de salir de ahí antes de que esa mujer los viera pero Gean los detuvo.

—Mami, necesito hacer pis. —La castaña dejó ir un suspiro y con los ojos pidió de favor que Matías llevara al niño hasta el baño más cercano, ellas esperarían en el auto.

Matías llevó al pequeño a hacer sus necesidades, volvían camino a la puerta de salida del edificio cuando alguien los detiene, una perfecta cara se para justo frente al niño que algo sorprendido se corre hacia atrás, la mujer con curiosidad observa los ojos azules del pequeño, sus ojos le recordaban a alguien.

—¿Quien eres? —pregunta pero no recibe respuesta. —te hice una pregunta, mocoso. —su mano empuja al niño del hombro, su ceño se frunce y antes de que Matías pudiera detenerla un fuerte golpe se escucha.




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