—Volvamos a casa, los niños deben de estar cansados. —ambos adultos se pararon de su sitio, llamando a los niños que entre risas tomaron la mano de su madre.
Gean y Giana volvieron su vista al mismo tiempo en dirección a un auto negro, estacionado no muy lejos de ellos, los vidrios negros no permitían ver a la o las personas dentro de dicho vehículo, pero los más pequeños no presentían nada bueno. Tomaron con más fuerza la mano suave de su madre, que los volteó a ver en cuanto sintió la presión de las manitos de sus hijos en sus manos.
Henry caminaba de un lado a otro, nervioso miraba el reloj en su muñeca cada minuto, sintiendo su corazón latir con fuerza en su interior, el sonido rebotaba en sus oídos sin permitirle oír sus pensamientos. Lorenzo volvió a su amigo a tierra sosteniendo sus hombros, mirando a los ojos azules que parecían no encontrar un punto fijo que mirar.
—Necesitas sentarte un momento, ya estás comenzando a sudar.
—¿Entiendes que la veré otra vez? ¿Qué se supone que haga si pasa de mí? ¿Como podré vivir si me rechaza? —Henry parecía un niño pequeño asustado.
—Deberías de hacerte a la idea del rechazo, no creo que esté muy feliz de volver a verte que digamos. —Lorenzo sonrió inocente y Henry se preguntó si ese hombre era su amigo o su enemigo.
—En verdad aún no puedo creer que llevemos más de veinte años de amistad. —Henry alejó a su amigo y volvió a pararse, ya era hora.
—Espera, espera. —el hombre lo detuvo de un brazo, el castaño se volvió a verlo. —Cuando la veas, no dejes babas y recuerda... ahora estás casado.
Henry fruncio el ceño, se soltó y salió por la puerta, bajando las escaleras hasta la Sala, donde una hermosa mujer vestida de rojo lo esperaba, la observó unos momentos, su largo cabello recogido en un perfecto moño y su rostro cubierto de un sutil maquillaje que la hacía ver aún más hermosa. La voz de un niño a sus espaldas lo hizo volverse en esa dirección, Jonathan, un pequeño de cuatro años corrió hasta sus brazos, Henry lo abrazó y besó su frente.
—¿Volveran muy tarde? —preguntó el niño con un léxico increíble.
—No volveremos demasiado tarde, pero tú tienes que prometer que serás un buen niño y harás caso al tío Lolo.—el niño mira al hombre que bajaba las escaleras con varios libros en sus manos.
—¿Otra vez me leerá los mismos cuentos? —pregunta ya cansado.
—Sabes que son los únicos libros que no lo hacen dormir. —ambos rien por lo bajito.
El niño volvió su vista hacía donde se encontraba su madre, la mujer no lo veía, ni una sola vez se volteaba a verlo, era un niño bastante listo y podía notar el repudio de su madre hacia su persona, lo que el pequeño no comprendía aún era el mal que había hecho para que la persona que le dió la vida no lo quisiera.
Muchas veces se preguntaba si se debía a su cicatriz, si era porque no era el niño perfecto que ella tanto había deseado tener, muchas noches de su corta existencia se preguntaba si en algún momento su madre lo querría.
—Vamos, Henry. —habló Lucille saliendo por la puerta, sin siquiera despedirse del pequeño niño.
—Te amo, descansa hijo. —Henry besó con suavidad la frente del pequeño castaño.
El niño, con ojos tristes trató de sonreír, mostró una pequeña sonrisa torcida que a su padre le dolió, Lorenzo lo tomó en sus brazos y asintió en dirección a Henry, el hombre agachó la mirada, su niño solo tenía cuatro años y era rechazado por la persona más importante en su vida. No podía exigir que Lucille lo mirara con amor ni que cuidara de él como lo haría una madre normal y amorosa, no se animaba a pedirle que mirara al niño con algo que la mujer no tenía.
—Volveré pronto. —se despidió y cerró la puerta detrás de él con lentitud, observando como su mejor amigo llevaba al pequeño escaleras arriba.
Subió al camaro negro estacionado frente a su casa, observó a la nada un par de segundos, tenía un nudo en la garganta, sus ojos estaban llorosos, y no quería volverse a mirar a la mujer que sentada a su lado no emitía palabra alguna. Encendió el motor pero antes de poner un cambio y el auto comenzara a moverse, Henry habló.
—Jonathan solo tiene cuatro años, no es conciente ni de su existencia, Lucille. —Henry soltaba cada palabra con rabia acumulada, apretando con fuerza el volante.
No recibió respuesta alguna por parte de su esposa, dió un golpe al tablero haciendo que la mujer se volviera a verlo. Recordó al niño del día anterior, era idéntico a su esposo, la misma forma de mirarla con rabia, como si la causante de sus vidas miserables fuese ella, la mujer simplemente soltó un suspiro pesado.
—No lo quiero, sabes bien que él no tendría que haber nacido. —el hombre no se sorprendió por las palabras dichas, no era la primera vez que las oía.
—Solo es un niño inocente, que corrió con la mala fortuna de crearse en tu retorcido vientre. —Henry no era de tratar a su esposa de aquella forma, pero no podía más. —Si en el pasado me hubieran advertido sobre tí juro que haría hasta lo imposible por no volver a verte.
Esas fueron sus últimas palabras antes de comenzar el camino hasta casa de sus padres, la mujer solo veía por la ventana mientras él luchaba con todas las emociones encerradas en su interior. Jonathan había nacido como un bebé sano y normal, con el paso de los días se iba pareciendo a su padre, Lucille comenzó un extraño rechazo hacia el pequeño, tanto era el repudio que le tenía a la criatura que comenzó a hacerle daño, tanto así que con un cuchillo afilado cortó la mejilla del pequeño cuando éste solo tenía seis meses de vida. Nunca lo dejaban a su cuidado, ella no podía acercarse a él si no había nadie más en la misma habitación, el niño dormía con su padre y la mayor parte del tiempo era cuidado por varias niñeras que con cuidado revisaban su cuerpo varias veces al día, Henry no podía vivir con total tranquilidad luego de aquel incidente con su esposa.
Editado: 15.10.2024