Dulce venganza

Capítulo 60

—Layla...—susurra Henry.

—Bienvenida.—oyó la voz firme de su padre, el hombre se acercó a la mujer con total confianza.

—Tanto tiempo sin verlo, señor Harper. —Henry sintió un escalofrío al oír su voz, era como la recordaba pero algo diferente a su vez.

Henry no pudo evitar quedarse parado en su sitio, anonadado y perdido, con la mirada recorrió cada centímetro de aquella figura, su pecho se sintió extrañamente cálido al recordar el pasado junto a ella, los buenos momentos que no llegamos a contar, las veces que tomó su mano para caminar con confianza bajo los árboles de Cerezo que con sus hojas caídas adornaban las calles, las veces que tuvo que peinar y secar el cabello rubio por las noches luego de jugar con harina como niños pequeños, recordó como Layla se acurrucaba en sus brazos las noches de tormenta y como con suaves caricias en su espalda lograba calmar su miedo, le sorprendía de sobremanera la confianza que se había generado entre ellos con el pasar del tiempo, pero nada de eso había quedado al final, ella se fué de un momento a otro y él cometió error trás error.

Layla, aunque lo disimulaba muy bien, estaba nerviosa hasta los huesos, sus manos temblaban ligeramente y su respiración era agitada, volver a ese lugar con toda esa gente falsa y que tanto asco le daba la hacían querer huir. Respiró profundo antes de sonreír ampliamente en dirección a las personas que se acercaban a ella, muchos sabían que era una de las accionistas de la empresa pero no tenían idea de hasta que punto.

—Un placer volver a tenerla con nosotros. —habló un hombre bajito y regordete.

—El placer es todo mío. —si algo había aprendido la mujer en todo este tiempo era a ser falsa como las personas que la rodeaban.

—Layla, nos encontramos de nuevo. —su sonrisa se borró por un instante al reconocer la voz a sus espaldas.

—Lucille.—saludó a la mujer que se posó ante ella.

—¿Vienes sola? —Layla sabía lo que la mujer estaba a punto de crear.

—Mejor sola que mal acompañada, ¿no crees? —Lucille fruncio el ceño. —En fin, permiso, iré a saludar a los mayores.—dejó a la mujer casi hablando sola, no tenía tiempo de ponerse a discutir idioteces con ella.

Layla sintió una mirada fija sobre ella, varias personas la miraban y cuchicheaban a sus espaldas, pero había una mirada en particular que la ponía aún más nerviosa de lo que ya se encontraba. No quiso voltear, estaba secretamente asustada de lo que podría ocasionar en su interior si se encontraba con él.

Caminó con paso firme hasta el abuelo Harper, el hombre parecía bastante enfermo, sonrió para sus adentros, su propio abuelo ya se encontraba internado en un hospital desde hacía tiempo, si caía uno más de los grandes todo acabaría aún más rápido.

—Layla, como has crecido. —habló el anciano con voz ronca.

—Han pasado cinco años, señor. —el hombre asintió. —tuve mucho por lo que pasar en cinco años, me ayudó a madurar y crecer.

—Se nota hija, ven, siéntate a mi lado. —Layla obedeció. —sé que no tuviste nunca una etapa de tu vida fácil, pasaste por mil dificultades a pesar de poder haberlo tenido todo, lamento mucho las malas decisiones que hayamos tomado para contigo. —Layla lo admitía, no esperaba que el viejo se disculpara de aquella forma.

—No hay nada que se pueda hacer, el pasado es pasado, queda enterrarlo o aprender de él, no se puede cambiar, solo seguir adelante. —el abuelo de Henry asintió, la chica en verdad había madurado de una forma increíble.

—Henry, —Layla se tensó de solo oír ese nombre. —no tomó buenas desiciones después de que te fuiste, se reveló muchas veces a la familia y...no dejó de buscarte. —la mujer abrió los ojos en sorpresa, mirando al suelo inmediatamente.

—¿Por qué contarme todo eso ahora? —pregunta.

—Ya estoy viejo, enfermo y con poco tiempo de vida, recordando los momentos malos de mi vida, después de la muerte de mi querida esposa, me volví un monstruo. —La mano de Layla fue sostenida con delicadeza por las temblorosas manos ajenas. —No quiero ser recordado como un ser despiadado, me costó darme cuenta de que mi esposa estaría muy decepcionada de mí.

Layla pensó que el anciano debió de amar de una manera inimaginable a su esposa, fue tanto el dolor que lo cambió por completo, la joven no podía perdonarles tanto sufrimiento y dolor pero sonrió, sonrió al anciano que con ojos llorosos pedía un último perdón.

—Su esposa no le perdonaría jamás todo lo malo que su familia me hizo, y yo no creo poder perdonar jamás los actos atroces que tanto su familia como usted me hicieron. —con la misma sonrisa intacta se paró, se inclinó hacia el oído del hombre. —prometo que todo mi sufrir no será en vano.

Y dejando al hombre procesando las palabras, se alejó. En su camino se encontró con Tiana, la mujer se veía radiante como la recordaba, una pancita se asomó en cuanto se dió la vuelta por completo, con alegría se acercó a ella, un beso en su mejilla y una caricia a su vientre, el único ser bueno en esa familia era esa mujer, su cabello largo seguía intacto y sus ojos brillantes igual de azules.

—Te ves hermosa. —habló Layla.

—Gracias, la verdad que estar embarazada me sienta muy bien. —seguía igual hasta en su forma de ser.

—¿Jackson? —preguntó la castaña.

—Fué a calentar el biberón de Maxi y a darle unas galletas a Brisa. —Layla abrió grande los ojos.

—¿Cu-cuantos niños tienen? —la morocha se ríe de forma delicada.

—Con la que viene serán tres, Brisa es la mayor con cuatro años, luego está Máximo con dos años y mi pequeña Ruth en camino. —escucharla hablar sobre sus pequeños era algo adorable, se notaba el amor que tenía por sus hijos. —¿tú tienes hijos? —preguntó con cautela.

Layla dudó por unos segundos.

—No, aún no tengo esa dicha.

Dolió en el alma negarlos, se sintió la peor de las madres, sintió hasta envidia de la mujer frente a ella, hablando tan dulcemente de sus tesoros, abiertamente y sin tapujos, sin miedo a que le pudieran hacer daño de alguna manera, Layla sonrió como pudo y tomó una de las bebidas que le ofrecieron, su atención fue robada por un hombre a unos metros de ella, su risa para ser exactos, un niño en sus brazos reía de igual forma junto con él.




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