—¿Como llegaste hasta aquí? —fue lo primero que preguntó Henry al verla.
—Puse un rastreador en tu bolsillo, sabía que si encontraban información no me dirían nada. —la castaña desataba con desespero a sus hijos.
Varios hombres la seguían, luchaban y disparaban a diestra y siniestra, Lorenzo ocultó a los pequeños a sus espaldas, Layla le agradeció con la cabeza guiando con cuidado al hombre junto a los niños a la salida más cercana. Verificó que subieran a la camioneta negra y volvió a adentrarse a ese edificio viejo en medio de la nada, su ex esposo se encontraba sujeto del cuello por un hombre enorme, Layla se detuvo unos segundos, tratando de pensar en una forma rápida de poder sacarlos a ellos dos de aquella situación en la que habían quedado, con los niños a salvo solo sus vidas estaban en sus manos.
—Llegaste antes de lo planeado. —la voz de Lucille se oyó, con la respiración agitada la castaña se enderezó con la frente en alto.
—Dije que no te metieras conmigo, te voy a hundir hasta lo más profundo del infierno. —Layla apretaba sus puños con enojo, no soportaba verla un segundo más.
Henry fue liberado de su agonía, tosiendo con fuerza y tratando de que sus pulmones volvieran a recuperar el oxígeno que habían perdido, Layla se volvió a verlo y en ese mismo instante Lucille se acercó a él, enredó sus largos dedos en las mejillas del hombre, presionando con fuerza y plantando un beso en sus labios, un beso rudo y lleno de rabia, Henry mordió los perfectos labios haciendo que la mujer se alejara con una cínica sonrisa, la sangre corriendo por su labio inferior y sus grandes ojos llenos de locura, daban una fuerte imagen que incluso a los hombres que cuidaban de ella le daban escalofríos.
—Tomen a los gorilas que vienen con Layla y pierdanlos en algún bosque lejano, saben a lo que me refiero ¿verdad? —se dirigió a uno de sus hombres, éste no la miraba a la cara pero entendía a la perfección cada una de sus palabras. —A esos dos encierralos en la celda de abajo, tengo algo muy especial para ellos.
Fueron arrastrados lejos de ahí, a un lugar aún más oscuro y profundo, tratando de soltarse Layla cayó varias veces al suelo, golpeando su cuerpo de forma muy ruda, la sangre y moretones se hicieron presentes en solo instantes, Henry de igual forma trató de que esos hombres lo dejaran ir, recibió golpes y varias amenazas pero jamás fue soltado, en medio de esos golpes un arma cayó al suelo y tal parecía ninguno de los guardias se percató de tal cosa, Henry como pudo se lanzó sobre ella de forma rápida ocultando el objeto entre su estómago y pantalón, en el proceso su pierna fue herida pero valía la pena si tenían un arma con la cual defenderse.
Los guardias los arrojaron sin cuidado alguno en una habitación, cerrando la puerta enseguida,sin permitirles emitir una sola queja, la cárcel era fría como la Antártida y oscura como el abismo, el olor a moho se sentía en el aire, Layla se paró sacudiendo su ropa y ayudó a Henry a acomodarse en una esquina, la puerta era de hierro, algo oxidada pero aún así era imposible de abrir de forma sencilla desde dentro, esa cosa debía pesar millones.
Se sentaron en silencio unos minutos, tratando de despejar su mente, de pensar en algo para poder salir vivos de ahí. Layla necesitaba ver a sus hijos, tenía que salir de ese lugar lo antes posible, no tenía a nadie de confíanza con quien pudiera dejar a sus pequeños, su familia ni sabía de la existencia de los menores y con todo esto estaba más que segura de que sus ex suegros ya estaban enterados de todo, el chisme corría más rápido de lo que creían.
Lorenzo condujo con prisa lejos de ahí, directo a la mansión, debía de comprobar que Jonathan se encontrara bien para correr con los tres niños a la comisaría y presentar denuncias, iba a hacer que esa perra se pudra en la cárcel.
—Mi mamá estará bien ¿cierto? —pregunta la suave voz de Giana.
—Claro, pequeña. —se agachó a su altura en cuanto pusieron un pie en la casa. —ella dijo que volvería por ustedes y su madre es la persona más valiente que he llegado a conocer.
—Tío Lolo—el hombre se volvió en dirección al pequeño que corría en su dirección.
—Johnny—abrazó al pequeño y presentó a los mellizos.
Diez minutos después tomó a los tres niños y condujo hasta la comisaría más cercana, estando alerta en todo momento, estaba nervioso y deseando que todo salga bien o sería el fin de todos.
—No podemos estar juntos. —dijo ella recostada en la pared, sin poder mirar los ojos azules a su lado.
—¿por qué? —preguntó él, su respiración era pesada, se encontraba cansado.
—Porque hasta ahora sólo he pensado en hacerte daño, estuve años deseando verte arrodillado frente a mí, suplicando perdón. —su mirada triste se encuentra con la de Henry.
Ambos guardan silencio por un largo rato, el olor a humedad de las paredes junto a la poca luz que entraba en la habitación los hacía estar pegados uno al lado del otro, Layla trató de arreglar un poco su cabello atando un moño, su ropa estaba mojada y su cuerpo algo magullado debido a los golpes y caídas. Henry la ayudó atando su cabello, se encontraba cansado al igual que su ex esposa, había pasado tanto en tan poco tiempo que parecía estar viviendo una pesadilla, su pierna herida comenzaba a arder, con algo de dificultad se paró, caminando de forma extraña hasta la puerta de hierro a unos metros, golpeo con algo de fuerza para llamar la atención de los guardias de afuera.
—¡Que se queden quietos en su lugar! —gritó aquel orangután de más de dos metros y ciento diez kilos.
Henry volvió a golpear con fuerza, esperando el momento justo en el que la puerta fuera abierta de golpe, Layla se encontraba tomando fuerzas para pararse y atacar, se miraron una vez más, la castaña dió la señal y Henry volvió a golpear con todas las fuerzas que le quedaban, la puerta se abrió como esperaban y pronto el hombre cayó al suelo haciendo un gran estruendo, las manchas de sangre cayeron en gran parte de su rostro y ropa, Henry tomó a la mujer de la mano y la arrastró cárcel afuera. Era su vida o la de esas personas, dispararon varias veces en piernas y lugares en donde esa gente pudiera sobrevivir para pasar sus días en la cárcel, ellos no eran asesinos y harían lo imposible por no mandar a nadie al otro lado.
—Alto ahí—detuvieron su andar, algo hartos de la situación.
—¿qué quieres? Solo dinos o déjanos ir. —Lucille sonrió de lado apuntando con el arma director a Layla.
—Todo esto es tú culpa, si no fuera por tí nada de esto hubiera pasado...
Editado: 15.10.2024