Dulce venganza

Capítulo 68

Faltaba tan poco para llegar a la meta, pero se sentía tan lejos.

A muy temprana edad fue separada de sus padres, le fueron arrebatadas las dos únicas personas que podrían llegar a amarla sin importar lo que hiciera, dijera e incluso si el mundo se iba a lo más profundo del infierno, Layla estaba segura de que aquellas dos personas que le habían dado la vida, la seguirían viendo con total cariño, amor del más puro y ciego.

Sus recuerdos a su lado eran lo más valioso que guardaba en su interior, los recordaba con calidez y un cariño inimaginable, el día que sus padres murieron en ese trágico accidente una parte de ella se fue con ellos, Layla desde ese día no fue la misma niña, ya no sonreía de la misma manera, no sentía esa paz y buena energía, no se sentía en casa.

Creció rodeada de esa gente que no la consideraban parte importante de su familia, la veían como chequera y lograron aprovechar lo más que podían de su inocencia y buen corazón. Pero todo eso ya se había terminado, ya nada iba a impedir que los viera a todos y cada uno de ellos tras las rejas, y cuando hablaba de todos era absolutamente todo aquel ser que se encontraba involucrado en el asesinato de sus progenitores.

Su abuela, ¿como era posible que una madre no tuviera ni el más mínimo remordimiento en su corazón?

Su abuelo, matar a su propia hija parecía algo que planeaba desde hacía demasiado tiempo.

Su tía mayor, siempre fue una harpía venenosa.

Tío mayor de su padre, este hombre era un completo pervertido, siempre mirando debajo de las faldas de las más jóvenes de la familia.

Y por último los señores Harper, no sabía que más se podía esperar de ellos.

Layla dejó ir un suspiro, miraba las fotos y demás pruebas sobre la mesa, le dolía horrores la cabeza y no podía asimilar tanta información de una vez. Su atención fue llamada por un golpe en la puerta antes de que esta fuera abierta, por ella entró un castaño con dos tazas de café, Layla sonrió vagamente, cansada de todo, pero no iba a darse por vencida ahora. Había hecho una promesa y debía de cumplir al menos con esta parte, tal vez no llegaría jamás a hundir a Henry pero a su familia la haría pagar todas y cada una de las pesadillas que ambos sufrieron todos estos años.

—Deberías tomar un descanso. Los niños ya duermen. —dijo Henry con suavidad, su voz sonaba tan tranquila que Layla sintió un suave escalofrío.

Recordó al niño que horas antes había estado llorando en brazos del hombre frente a ella, sin duda era un padre increíble, era todo lo que no fueron con él de pequeño, el niño tenía un vínculo formado con su padre demasiado bello, vínculo que le había negado a sus hijos. Le había negado su existencia al hombre, Layla imaginó como habría sido la reacción de Henry si ella le hubiera dicho la verdad desde el momento en el que se enteró, imaginó una de esas bonitas y dulces sonrisas, se imaginó al castaño acariciando su enorme vientre, hablando a sus hijos en voz baja y total cariño, se imaginó a alguién que jamás llegó a ver.

—¿Layla? —la castaña sacudió la cabeza. —¿estás bien? —la gran mano de Henry se dirigió a la blanca mejilla, secando con cuidado las lágrimas.

No se había dado cuenta de las lágrimas que corrían libres por su rostro, hizo puchero y dejó ir un fuerte llanto, Henry entró en pánico por un momento, no sabía con exactitud como reaccionar, dando dos o tres pasos camino al otro lado de la mesa, se sentó a un lado de la castaña abrazando su delicado cuerpo con fuerza, Layla pegó un pequeño salto en su lugar pero al instante se aferró a él, lloró con ganas sobre su pecho. Henry acariciaba con cariño su cabello, tratando de consultar su llanto sin hacer preguntas, sin hacer sonido alguno.

—Gracias.—oyó un susurro y como poco a poco aflojaban el agarre en su espalda. —lo necesitaba. —la voz de Layla se oía rasposa.

Henry tomó ambas mejillas sonrojadas con sus manos, Layla no se movió ni un milímetro, sorprendida solo abrió sus ojos negros, mirando con asombro lo que su ex esposo estaba a punto de hacer. Pero fue mayor su sorpresa cuando su frente chocó con delicadeza la suya, sus ojos cerrados a nada del rostro ajeno, Layla observó con fascinación la cara frente a ella, sus largas pestañas y su bonita nariz, su corazón volvió a latir con fuerza, ese sentimiento que ya conocía bastante volvió a agitar su cuerpo.

Sonrió y cerró los ojos un instante, un corto instante.

Sus brazos rodearon el cuello ajeno, sus labios chocaron con lentitud los del hombre, tiró de él hacia ella, tumbando a ambos sobre el sillón en el que se encontraban sentados, Henry sorprendido abrió los ojos, no se esperaba tales acciones de su bella ex esposa. Siguió aquel suave y lento beso, era un beso gentil, con algo de miedo me atrevería a decir, tal vez mezclado con miles de emociones, era necesitado pero a su vez dulce, era un beso sabor caramelo y café, de un solo movimiento la ropa de ambos había desaparecido, en pocos minutos se encontraban entregados el uno al otro, después de cinco años extrañando el cuerpo del otro se volvieron a unir, el ser uno solo se había vuelto algo lejano hace un tiempo atrás, pero ahora ambos ardían en pasión sobre aquel mullido mueble.

—Te extraño, me haces tanta falta. —susurra Henry con voz grave y agitada. —Extraño cada parte de tí, tu olor, tu piel, tus ojos y tu voz, cada pequeño rincón me hace falta.

Layla se aferraba con fuerza a la espalda del castaño, conteniendo sus ruidos de placer, ahogando sus gemidos en el hombro de su ex esposo. Sus ojos llenos de lágrimas, sus mejillas rojas y sus labios hinchados, su cuerpo temblando y cubierto de un fino sudor, se sentía plena, pero no podía admitirlo, mordió con fuerza el hombro de Henry haciendo al hombre temblar en sus brazos, sonrió satisfecha.

A la mañana siguiente.

—Buenos días. —saludó una voz conocida a ambas personas en el sillón.

Ambas personas saltaron en su lugar, Layla llevaba la camisa de Henry y el castaño el pantalón sin abrochar, ambos con sus cabellos despeinados, pruebas de la buena noche pasada.




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