Dulce venganza

Capítulo 73

Tomaron sus manos con fuerza, sus cuerpos cubiertos por sus grandes abrigos, la lluvia se había detenido pero ellos aún cubrían su cabeza y parte de su rostro, aún estaban en la mira, hasta que este asunto no estuviera arreglado al cien por ciento, aún tenían que caminar cuidando sus espaldas.

—Tomemos un taxi. —sugirió Henry levantando la mano para dar la señal de que el taxista los recogiera.

—Cuando lleguemos a la casa ¿me contaras que sucedió? —preguntó Layla.

Henry se volvió a verla por unos segundos, sus ojos negros preocupados en cierta forma lo hicieron algo feliz, su mirada bajo a sus manos aún entrelazadas. Sonrió de manera tierna, la castaña se apoyó en su hombro cerrando los ojos un momento, tenía frío debido a su ropa que aún se encontraba mojada, pero estaba bien, la mano de Henry era cálida en verdad. Un auto negro se estacionó justo frente a ellos, por instinto Henry ocultó a la bonita mujer detrás de él, tomando una posición de alerta total.

La ventana de el lado de el conductor del vehículo fue bajando poco a poco, dando a conocer a la persona dentro de éste, Layla asomó su cabeza por un costado y reconoció el auto como el que la había estado siguiendo antes, al ver al hombre en su interior su sangre comenzó a hervir, salió de detrás de Henry y se acercó con rapidez hasta la otra persona, sus ojos inyectados de rabia, dolor y decepción se clavaron como dagas en ese hombre.

—¿eras tú? ¿tu estuviste siguiéndome tratando de impedirme llegar a Henry? —tomó al hombre de la camisa, estaba tan cegada por el enojo que por poco se mete en el auto para acabar con su miserable vida.

—Lo siento, no te estaba siguiendo por una mala razón. —el hombre levantó las manos dando a entender que no lucharía contra ellos.

—Escucha, Matías—dijo su nombre de forma despectiva—no hice ningún movimiento en tu contra por respeto a lo que significabas en mi vida, por tus hijos y nada más, si continúas apareciendo y tratando de detener lo inevitable, juro que voy a hundirte más profundo que a todos los que se encuentran en ese edificio. —la castaña advirtió antes de soltarlo y volver a un lado de su ex.

—Solo quería hablar contigo, decirte que lo lamento y que si necesitan ayuda, puedo hacerlo. —la mujer soltó una carcajada negando con la cabeza.

—¿estás loco? —sus ojos negros lo miraron como si acabará de salir de el manicomio. —no puedo creer que tengas el rostro para presentarte ante mí y pedir que vuelva a confiar en tí. —Layla tomó la mano de Henry, lista para emprender su camino nuevamente, lejos de su primo. —No quiero volver a verte, no volverás a ser parte de mi vida, te metiste con lo que más amo en el mundo, Matías. —el hombre agachó la cabeza, dándose cuenta de que jamás recibiría un perdón de su parte.

Caminaron a paso rápido, sin mirar atrás, sin siquiera ver el camino que estaban tomando, Henry era arrastrado por su ex esposa a Dios sabe dónde, pero no decía palabra alguna, observando la espalda de la mujer, su forma de caminar sin levantar la cabeza, pudo notar que su esposa aguantaba las ganas de largarse a llorar, se detuvieron en un callejón, Layla se paró de espaldas y Henry cubrió su cuerpo con sus brazos, en completo silencio, siendo simplemente ese lugar de confianza que hasta ahora está logrando ser, desde la espalda y de forma cálida,

oyó el suave llanto, la castaña aún sentía un dolor profundo ante su pérdida. Los labios de Henry labios besaron su cabeza, le dolía verla en ese estado, Matías era la única persona que ella creía jamás iba a lastimarla, para Layla fue un golpe directo al corazón.

Minutos después el llanto cesó, Henry secó las lágrimas que habían empapado las mejillas ajenas, besó los labios rojos de una manera tierna, suave, demostrando que la castaña no estaba sola. El hombre le sonrió de oreja a oreja, haciendo que el corazón de Layla bombeara con rapidez, ladeando la cabeza de forma tierna.

—Volvamos a casa. —extendió su mano en dirección a su esposo con una sonrisa, mostrando sus dientes.

Henry no lo pensó dos veces, tomó la mano de la mujer con firmeza para volver a su hogar, necesitaban regresar pronto para ver a sus hijos y en que estado se encontraba Lorenzo, Layla caminaba de forma rápida, siguiendo los pasos del hombre alto, la espalda de Henry era ancha, ancha y fuerte, el abrigo que cubría su cuerpo le quedaba algo ajustado, sus músculos se marcaban en su camisa, bajó la mirada hasta sus manos, la gran mano de Henry cubría por completo la suya, medir un metro sesenta junto a él no parecía la gran cosa. Al llegar a casa dejaron de estar tensos, soltaron un sonoro suspiro quitándose los abrigos en cuanto entraron, Lorenzo fue quien les abrió la puerta, algo magullado pero parecía estar mejor, Layla lo ayudó a sentarse en el sillón, aún su herida sangraba, los puntos que el doctor le había hecho eran muy recientes, lo mejor era que no se esforzara demasiado.

—¿Como te encuentras? —preguntó Henry preocupado por su mejor amigo.

—Aún te queda Lolo para rato. —sonrió de oreja a oreja, con esa chispa única.

—Eso es un alivio, —susurra Layla. —cuando te vi lleno de sangre y con esas heridas, pensé lo peor. —la castaña acaricia la espalda de Lorenzo de forma amistosa.

—¿Los niños? —Henry comienza a ver alrededor al notar que sus hijos no corrían a saludar.

—Están viendo una película en la Sala de cine, estaba hasta el pescuezo de sus preguntas, me ponen nervioso esos mellizos. —Layla largó la carcajada.

—Serán excelentes policías cuando grandes. —dijo la castaña, los pequeños varias veces le comentaron a su madre lo que querían ser de grandes.

—Tenlo por seguro.

—Bien, los niños no estarán por un buen rato por aquí entonces, necesito saber que sucedió. —Layla se acomodó en el sillón, lista para oír la historia de principio a fin de lo que había pasado antes de correr a entregar la evidencia.

—Bueno...




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