Henry cubrió los ojos de Layla con una venda roja, guiando sus pasos hasta el jardín, el hombre sonrió observando lo nerviosa que su novia se encontraba, la risita de sus hijos se oyó y Layla no pudo evitar sonreír ampliamente. La venda fue retirada de sus ojos con mucho cuidado y lentitud, ante ellos una vista espléndida del atardecer, el sol escondiendo sus rayos detrás del mar infinito, la arena casi blanca bajo sus pies le daba una sensación de paz inexplicable, pero esa vista hermosa que se alzaba con orgullo ante los ojos de todos no se comparaba en lo más mínimo a lo que Layla tenía enfrente.
Los tres niños vestían fresco pero formal, la pequeña niña se encontraba parada en medio de sus hermanos, en sus manos sostenía una cajita roja de terciopelo mientras que sus hermanos sostenían un ramo de flores y un cartel, Gean sostenía las flores con una sola mano mientras que con la otra trataba de aflojar el moño en su cuello. Johnny sonreía de forma hermosa con cartel en mano, esperando que Layla diera una respuesta afirmativa a la pregunta en el papel.
—Metiendo a los niños en esto, eso es juego sucio. —dijo la castaña mirando a su novio.
—Así no podrás negarte, soy astuto. —sonrió de lado, divertido. —¿entonces? ¿Me harías tu esposo?—preguntó sin dudar, esperando ansioso la respuesta de la mujer frente a él.
Henry tomó el anillo que su hija le ofrecía con una enorme sonrisa, dándole ánimos.
—Hum, si todos me miran con esos ojitos ¿como puedo negarme? —el anillo se insertó de forma maravillosa en su dedo y la alegría a su alrededor no se hizo esperar.
—¡Si, una boda real! —Lorenzo salió de en medio de unos arbustos haciendo a Layla saltar.
—Que susto, ¿cuanto tiempo llevas ahí? —pregunta la mujer con una mano en el pecho.
—Cerca de media hora, mis piernas están entumecidas. —lloriqueo mirando a la castaña con ojos tristes.
Henry negó ignorando a su mejor amigo, recordó algo e inmediatamente corrió al interior de la casa a unos metros de donde se encontraban, a los pocos minutos regresó con una caja, era una caja de un tamaño mediano, como esas de reloj, abrió la tapa extendiendola en dirección a su ahora prometida.
Layla primero miro con cara extraña a Henry antes de volver su vista al interior de la pequeña caja, se sorprendió al ver lo que en su interior se encontraba, ahí estaba, esa hermosa creación que de niña había construido, deseando que algo así de cálido llegará a su vida en algún momento. Tomó esa pequeña casa que había sido nuevamente resguardada detrás de un cristal, observó cada detalle y su pecho se inundó de recuerdos, el día que conoció a Henry por primera vez, y el día que supo que ese lugar seguro que había construido era aún más necesario para aquel pequeño niño que parecía andar solo en el enorme mundo al que lo habían arrojado.
—Creí que no volvería a verla. —sus ojos se llenaron de lágrimas.
—¿como es posible? —dijo Henry tomado sus manos con el objeto aún en ellas. —Era lo único que me conectaba a tierra, era lo que me mantenía en este mundo. —Layla no decía palabra, escuchaba atenta como su futuro esposo se abría ante ella. —era lo que me hacía confiar, tener fe y ganas de seguir buscando a su dueña.
Layla lo miro con sus ojos brillantes, Henry limpió las lágrimas con cuidado, la mujer lo abrazó con fuerza, había esperado tanto tiempo volver a ver esa casita, cuando la vió por primera vez después de esos diez largos años y pasó lo que pasó creyó jamás volverla a ver, pero ahí estaba, en sus manos. Henry se separó con cuidado, tomando en sus manos la casita en el cristal para guardarla nuevamente en su caja, la colocó sobre la mesa que tenía a unos metros de él, Lorenzo se acercó dándole a Henry un sobre blanco, después de dicha acción tomó a los tres niños adentrándose a la casa, dando un momento de privacidad a sus padres.
—Layla, quiero devolver a sus legítimos dueños algo que no me pertence, en estos documentos puedes encontrar tu nombre y el de nuestros hijos, propiedades y acciones bajo sus nombres, todo al cien por cien, de forma legal. —La mujer observó el papel que su prometido le estaba ofreciendo.
—Tu...—Layla tomó el papel en sus manos, leyendo de forma rápida toda la cantidad de millones de dólares que ahí se encontraban escritos.
Sonrió, su venganza estaba completa al fin, había logrado llegar a su objetivo, recuperó lo que pertenecía a su familia, recuperó lo que le pertenecía a sus hijos y lo mejor de todo era que recuperó lo que creía había perdido para siempre, su paz interior, al fin había cumplido su promesa, abrazó con fuerza a su prometido una vez más, dejó varios besos en su rostro y labios, besó sus labios con una pasión infinita, cayendo sobre la arena a los pocos segundos, riendo de hermosa forma, haciendo que debido a la risa sus hijos volvieran a salir y saltarán sobre ellos.
Dos años después.
El llanto se oyó y Henry besó la mano de su esposa, Layla sonrió con cansancio, pero extendió los brazos en dirección a la pequeña niña que habían colocado sobre su tibio pecho, la diminuta manito se colocó con suavidad sobre su mejilla, ambos padres lloraron mirando a la pequeña niña, recién nacida y era una niña hermosa.
—Gracias, mi amor, gracias. —Henry besó los labios de su esposa, observando como su pequeña hija respiraba de forma rápida sobre su madre.
Horas después Layla se encontraba en sala con su pequeña hija, rodeada por otros tres pequeños que miraban con ojos atentos a la bebé dormida en la cuna de cristal. La sonrisa de Layla se convirtió en una mueca de confusión al ver el rostro de Jonathan, el pelirrojo tenía unos ojos tristes que llamaron en demasía su atención, con voz suave lo llamó a que se sentara a su lado.
—¿Quieres contarme que sucede? —preguntó con cautela.
El niño no habló, no emitió ruido alguno, simplemente se quedó en silencio observando en dirección a sus hermanos. Layla entonces comprendió lo que estaba pasando, tomó su mano mano y apartó un mechón de cabello de su bonito rostro, fue cuando Johnny se volvió a verla.
Editado: 15.10.2024