Dulce venganza (edición)

Pareja dispareja que no convence a nadie

Florence se quedó de pie junto a la camilla en la que su cuerpo descansaba y se miró con ojo crítico mientras el doctor a cargo de la clínica seguía revisando sus signos vitales.

Aprovechó del descuido del médico para pellizcarse los brazos con fuerza, intentando probar que estaba atrapada en una mala pesadilla, pero nada funcionó y los apretones que ella misma se daba, solo dejaban marcas rojas en los brazos velludos de Kaled.

—Bueno, todo parece normal —dijo el doctor y le entregó a Florence, quien estaba atrapada en el cuerpo de Kaled, una ficha médica con su nombre—. El doctor de la señorita Diaz vendrá en algunos minutos y después de eso, ya podrán retirarse —explicó y se despidió de él con un apretón de manos a lo que la joven respondió con torpeza. 

—Lo-Lo siento —titubeó con un hilo de voz ronca y escondió la mirada, avergonzada.

El doctor a cargo no respondió nada ante las extrañas actitudes del hombre que tenía frente a él y marchó con despreocupación por el pasillo, siendo observado por los profundos ojos de Kaled, quien, tras verificar que estaba a solas con su asistente, corrió hasta la camilla en donde el cuerpo de Florence descansaba como sí nada y le abofeteo la mejilla sin recordar que ese cuerpo le pertenecía y que el desgraciado de Ruiz solo era un huésped dentro de su carne.

—¡Despierte, jefe! —gritó y le sacudió el cabello un par de veces, buscando traerlo de regreso.

El hombre, aún aturdido por los tranquilizantes que antes le habían administrado, abrió los ojos y se sintió mareado, pero todo cambió cuando vio a su rostro frente a él y recordó al pie de la letra lo que había ocurrido anteriormente.

—Pensé que estaba soñando —habló con la lengua enredada y, aunque quiso reincorporare en la camilla, no pudo, así que se quedó tirado en el cómodo colchón con los ojos cerrados.

De seguro y por el efecto de los tranquilizantes, volvió a quedarse dormido y aunque solo fueron unos segundos, fueron los suficientes para que Kaled se apoderara de todo el cuerpo de la jovencita con esa característica masculinidad que destacaba en él. 

Se estiró y bostezó con un gruñido que a la joven la asustaron y, después de eso, se manoseó la pelvis de arriba abajo con un extraño movimiento que llevó a Diaz a pensar que estaba viendo a un pervertido.

La joven pensó que era lo más horrible que había visto en su vida, pues se trataba de su cuerpo el que su jefe estaba manoseando, pero también, detrás de esa cortina de miedos, se trataba de un sueño cumplido. 

—Ay, Dios mío, ¿en qué me has metido? —siseó la joven y se acercó un poco más para intentar despertar al hombre, ese que se había apoderado de cada parte de su cuerpo. 

Le hundió los dedos en el hombro para tratar de despertarlo con menos bruteza. Aun no sabía cómo usar la fuerza que el cuerpo de Kaled poseía, al más mínimo sacudón, ya estaba dándole tumbos a cualquier cosa. 

Kaled no se movió del todo, pero si reclamó entre dientes palabras sin sentido y se manoseó otra vez la pelvis con un ritmo que a Florence le produjo calor.

Ignoró lo que veía, además de lo que sentía y le habló fuerte a la cara, trayendo de regreso al hombre en cuestión de segundos y todo por un susto.

—¡No, por las putas de la esquina! —gritó Kaled cuando se tocó la pelvis y su mano recorrió toda su zona íntima con un apresurado movimiento que mostró la desesperación que sentía. Su amigo ya no estaba allí y en su lugar le habían obsequiado una linda vagina—. ¡Perdí lo único bueno que tenía! —vociferó nervioso, casi al borde de la histeria, pero no pudo continuar cuando Florence, atrapada en su propio cuerpo, le propinó un golpe en el pecho, un golpe que lo hizo azotarse contra la camilla otra vez.

—Perdón, jefe —respondió ella con la voz suave y una posición que a Kaled le causó ternura—. Tenemos que irnos, por favor —suplicó ansiosa y caminó por el dormitorio reuniendo su ropa personal.

Recogió sus pantalones y blusa de trabajo y se los ofreció a Kaled, quién los miró con las cejas alzadas.

—¿Qué? —insistió Flor—. Tiene que vestirse, no puede salir así a la calle. Por favor, señor Ruiz, tenemos que irnos —insistió, sintiendo que se le acaba el tiempo. 

—No quiero tocar tu cuerpo —respondió hostil y con mueca de repugnancia para añadir—: además, esa ropa está muy fea. No quiero verme gordo con esos pantalones. 

Florence suspiró y se tocó las mejillas con estrés, sintiéndose superada por lo estúpido que su jefe le resultaba, además de inmaduro y, aunque la paciencia no era una de sus características más importantes, esa mañana de verano todo cambió.

—Es incómodo, lo sé, yo tampoco estoy a gusto con su cuerpo, pero si no salimos de aquí, no podremos hablar en privado y tal vez no podamos arreglar esto —siseó ansiosa y gruñó cuando vio que el hombre no cooperaba—. No sea egoísta, hace mucho que me hago pis, pero no sé cómo…

—¡No te atrevas! —gritó Kaled y miró a Florence con horror para luego levantarse a tropezones y correr hasta el baño privado que su habitación poseía, todo para vomitar con exageración en el retrete. 

Florence se quedó atrás, cabizbaja, escuchando como Kaled vomitaba y hablaba incoherencias entre cada devolución.



#131 en Fantasía
#15 en Magia
#261 en Otros
#99 en Humor

En el texto hay: amor y odio, cambio de cuerpo, trastorno alimenticio

Editado: 01.02.2021

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.