Cuando Florence Diaz encontró calma a todo aquello que la desestabilizaba, Kaled la obligó a abandonar ese sitio tan pálido y desabrido que empeoraba su estado anímico y la invitó a desayunar, a pesar de que la jovencita había demostrado tener un serio problema con la comida.
Le exigió a que lo acompañara a una lujosa cafetería en la manzana del frente y le invitó un café con leche de soya y un pastel de arándonos, al cual, Florence, terca y malhumorada como siempre, se negó a probar.
—Si no come se va a desmayar, señorita Diaz —dijo Kaled a lo que ella le dedicó un desprecio—. Si no se dio cuenta, lleva mi cuerpo, el cual pesa más de noventa kilos —burló Kaled desde su asiento y miró a su masculino rostro con grandes ojos, a la espera de recibir una respuesta ofensiva.
La joven atrapada en su cuerpo, le miró con tristeza y se engulló un trocito de pastel, el cual probó y degustó con los ojos cerrados. Había pasado mucho tiempo desde que Flor había comido algo tan rico, pero tan alto en calorías y, aunque sabía que era algo a lo que no debía acostumbrarse, lo disfrutó como un adicto a la nicotina disfruta un cigarrillo.
Kaled, en el cuerpo de Florence sonrió y se acercó el vaso de café a los labios para beber con suavidad.
—Coma lo que quiera, señorita Díaz, disfrute, porque ese es mi cuerpo, no el suyo —suavizó y, la chica, desde el cuerpo masculino, se mostró sorprendida, situación que llevó a Kaled a explotar en una alegre y femenina risita.
—¿Y si engordo? —musitó preocupada—. ¿No te vas a enojar? —insistió.
Kaled negó y se sacudió el cabello largo con hombría por la espalda, para luego desabotonarse la camisa que llevaba y dejar expuestos un par de blanquecinos senos que llamaron la atención de todos los hombres que desayunaban a su alrededor. También despertaron la atención de Kaled, quien se los miró con dificultad, pero con muchas ganas de quedarse a solas con su nuevo cuerpo.
—Oye, me estás mirando las tetas —habló Flor con molestia y se acercó a Kaled para cerrarle la blusa.
Los hombres que desayunaban alrededor de la pareja movieron sus curiosas miradas para evitar tener problemas con el protector de Kaled, quien, en el fondo, era Florence la que cuidaba de su cuerpo.
—No sabía que escondía cosas tan interesantes debajo de la ropa ancha que usa, señorita Diaz —musitó Kaled con una voz ronca, pero femenina. Se oyó seductora desde la boca de Flor y sus movimientos fueron exactos—. Ya me dieron ganas de quedarme con este cuerpo.
—¡No, es mío! —gritó ella a la defensiva y se levantó desde la silla jadeando, mostrándose nervioso ante los comensales que se hallaban a su alrededor.
Corrió acelerado hasta el cuarto de baño y se metió al de mujeres sin recordar que estaba en un cuerpo masculino.
Ingresó marchando furiosa y espantó a las chiquillas que allí se arreglaban el cabello y el maquillaje. Todas gritaron al unísono, alertando a los dueños del lugar y al resto de los comensales.
Intentó defenderse, intentó decirles que era una de ellas, pero todo tuvo sentido cuando se vio al espejo, cuando el reflejo le mostró a Kaled Ruiz y no a la regordeta chica que ella recordaba.
—¡Pervertido! —gritaron algunas y Flor corrió a su rescate.
Intentó explicar la situación defendiendo lo cansado que Kaled estaba después de una noche abrumadora en el hospital, pero los dueños del lugar le pidieron que se marchara y que no regresara otra vez. Fue entonces cuando todo se transformó y Flor sacó el macho que llevaba adentro y gritó un par de improperios en contra de todos los presentes, arrojó una mesa con la fuerza de su nuevo cuerpo y pateó los vidrios de las vitrinas con ira, enseñando que no tenía ni un solo toque de feminidad, y es que, bien en el fondo, era un hombre, solo que nadie lo sabía.
Se escaparon con viveza y corrieron por las avenidas. Flor nunca había disfrutado de ningún tipo de deporte, pero desde el cuerpo de Kaled, todo se sintió muy diferente.
Podía correr con soltura, sin sentir la pesadez de su obeso cuerpo.
—¿Y qué hacemos ahora? —preguntó Kaled en el paradero de autobuses y su actitud cambió drásticamente.
Florence pasó de estar feliz, divertida y relajada a estar tensa y nerviosa en cuestión de segundos.
Se tocó las manos con inquietud y se revisó los bolsillos de la bonita campera de cuero que su nuevo cuerpo llevaba. Encontró algunas cosas que no entendió y se quedó boquiabierta cuando halló la chequera del hombre y sus tarjetas de crédito.
La chica cerró al boca para no verse tan ridícula y le entregó la chequera y sus documentos a su verdadero dueño.
—Señorita Díaz, ¿tiene dinero para qué vayamos con su abuela? —preguntó Kaled desde el cuerpo de Flor y la miró con nervio—. Necesito hablar con ella y no tengo efectivo, solo cheques y tarjetas de crédito. Tampoco veo un banco cerca… —dijo, alzándose en la punta de sus pies para mirar mejor.
Estaba acostumbrado a tener un cuerpo alto, en vez de eso se había quedado apretujado dentro el cuerpo de Flor.
Ella negó.
—Soy pobre, señor Ruiz —siseó avergonzada y levantó los hombros con tristeza.