Dulce venganza (edición)

Ofensas que se pagan con besos

Cuando llegaron a la agencia se robaron las miradas de todos los presentes y aunque Kaled se quedó pasmado en el inicio del pasillo, donde registraba su ingreso laboral, Flor fue la que lo empujó por el corredor, indicándole a dónde debían ir. 

Se encerraron en la oficina privada del hombre para charlar y conforme Florence usó sus conocimientos para adelantar el trabajo pendiente, Kaled aprovechó la oportunidad para ir al baño.

Se orinaba desde la mañana y se había aguantado las ganas para no tener ningún tipo de contacto con el cuerpo del hombre, pero el que tendría que conocer de todos modos, puesto que estaban condenados a seguir así por al menos treinta días.  

Le tomó dos minutos decidirse y cuando creyó que la vejiga le iba a explotar, se bajó los pantalones con un rápido jalón. 

Respiró sonoro conforme pensó sí hacerlo de pie o sentada en el retrete, pero cuando se miró la pelvis y admiró el perfecto depilado del hombre, además de lo simpático que se veía su amigo dormido, decidió que no era tan valiente como para manosear un cuerpo ajeno y terminó sentándose para orinar.

La sensación fue muy parecida a la que sentía en su cuerpo anterior y, por una cuestión de costumbre cogió un pedazo de papel higiénico desde el dispensador. Se sintió estúpida cuando no supo cómo usarlo, así que se apretó la punta del miembro con el papel y se secó las gotitas de orina que le escurrían.

Ella no iba a sacudir esa cosa.

—¿Qué estabas haciendo? —preguntó Kaled en cuanto la chica llegó al inicio de la oficina.

La pobre Flor se sonrojó al recordar los hechos.

—Fui a orinar —respondió ella.

Estaba nerviosa.

—¿Y te gustó? —preguntó coqueto y se acercó a ella con una linda mueca en el rostro.

Flor, en el cuerpo de Kaled, se alteró notoriamente y retrocedió nerviosa por el lugar, donde terminó estampada contra la puerta de entrada, con el corazón reventándole dentro del pecho y la respiración trabajosa.

—Ya tengo que irme —habló rápido.

Quiso abrir la puerta para escapar, para correr hasta su refugio en la salita de fotocopias en la que trabajaba, pero Kaled se le adelantó y cerró la puerta tras ella para retenerla en su territorio.

—Te tienes que quedar aquí porque eres Ruiz, el dueño —afirmó él desde el cuerpo femenino y Flor abrió grandes ojos para negar con la cabeza en repetidas ocasiones—. Yo no puedo quedarme, soy Florence Díaz, ¿recuerdas?

—Ay, no… —respondió la jovencita y se agarró la cabeza con las dos manos para lamentar los hechos—. Kaled, yo no puedo…

—No hago nada especial, Florence. —Él quiso alentarla—. Contesto el teléfono, tomo decisiones, voy al gimnasio en la hora de almuerzo, te llamo para pedirte café y… y para… 

Cerró la boca cuando recordó la verdad, cuando a la mente le vinieron las verdaderas razones por las que llamaba a Florence a su oficina.

Se ruborizó sin poder controlarse y odió ese nuevo cuerpo que, al parecer, respondía de manera negativa a todo sentimiento que lo embargaba. 

La verdad era que, nada le satisfacía más que ver a Florence en su territorio.

Tímida, silenciosa y condenadamente hermosa. 

—Quédate aquí, por favor, todo va a estar bien… —siseó entristecido y retrocedió nervioso al notar que su cuerpo se había manifestado diferente al conocer los verdaderos motivos, esos que escondía como un cobarde entre sus secretos más íntimos—. Yo estaré en tu puesto de trabajo hasta las dos, luego nos retiraremos para que hablemos sobre esto, ¿está bien? 

—Sí —contestó ella confundida.

La alegría que el hombre le había mostrado había quedado apagada de un segundo a otro y, aunque quiso detenerlo y decirle que tenía miedo, más miedo que nunca, lo dejó ir, porque confiaba en él y en lo que podían lograr cuando estaban juntos.

El hombre en el cuerpo regordete caminó apurado hasta la sala de fotocopias, pero se llevó una horrible impresión con él. 

—¿Qué demonios? —preguntó Kaled cuando entró en su sala de fotocopias y quiso vomitar cuando el calor lo hizo sentir peor de lo que ya se sentía. 

Ingresó rabioso y dejó la puerta abierta para buscar con desesperación una ventana.

Se sintió asqueroso cuando descubrió que aquella sala oscura y caliente no tenía ventilación propia y pensó que le venía un soponcio cuando el cuerpo en el cual era un simple huésped, gruñó de hambre. 

Dejó la puerta abierta para que el lugar ventilara y corrió a la cocina a buscar algo para comer. 

Estuvo tranquilo cuando encontró el lugar vacío y se sentó relajado en uno de los sofás a comerse una fruta. 

Aunque no le gustaba la idea de dominar el cuerpo de Flor, no iba a negar que se sentía bien tener otro cuerpo; menos preocupaciones y menos estrés. Ya no era Kaled Ruiz y tenía total libertad de hacer lo que le diera la gana, no así Flor, quien seguía atrapada en su cuerpo y con todas sus responsabilidades en el lomo. 

Estiró y abrió las piernas y navegó en su teléfono móvil algunos minutos, conforme siguió mascando una manzana roja con tranquilidad, pero su paz se acabó cuando su secretaria y la encargada de finanzas pasaron por la puerta y le miraron con un feo desprecio que Kaled no comprendió.



#144 en Fantasía
#22 en Magia
#243 en Otros
#103 en Humor

En el texto hay: amor y odio, cambio de cuerpo, trastorno alimenticio

Editado: 01.02.2021

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.