Dulce venganza (edición)

Las mentiras de Kaled

Para empeorar el chisme que crecía con violencia dentro de la agencia, Florence Díaz, quien en el fondo era Kaled Ruiz, se quedó en la oficina privada del mismo hasta que la hora del almuerzo llegó y cuando el reloj marcó las trece horas en punto, la pareja abandonó el lugar de trabajo tal cual habían llegado en la mañana, tranquilos y silenciosos.

Antes de que el elevador llegara, Kaled se acercó a la joven recepcionista, esa que no dejaba de observarlo con preocupación y le aclaró algunos puntos antes de partir, puntos que harían arder el mundo y que de seguro crearía más chisme del que ya había.

—Camila, no voy a volver en la tarde, así que dile a Mónica que cancele mis citas y que tome mis llamadas —exigió suave—. La señorita Diaz tampoco regresará, así que dile a Sofía que la reemplace, es importante que los anuncios de la fiesta en la playa y los demás documentos estén impresos antes de las siete de la tarde —continuó y la mujer abrió grandes ojos, impactada por lo que el hombre le decía.

Solo movió la cabeza para dejar en claro que había entendido lo que le había dicho y se concentró más en perseguir a Florence con la mirada, esa que se hacía la buena y la mosca muerta. 

La miró con rabia hasta que el elevador cerró sus puertas y soltó el chisme cuando aún no pasaba ni un solo segundo.

En la calurosa ciudad, Kaled se quitó la chaqueta negra que llevaba y dejó que el poco aire que los acompañaba lo refrescara.

—No sé cómo puedes trabajar en esa sala tan caliente y con esta ropa tan abrigada —le dijo Kaled a Flor desabotonándose la camisa blanca que componía su desabrido uniforme.

—No hay ropa de verano para gordas.

—Eso es una exageración, Florence —rebatió él con las manos en las caderas y la miró aprensivo. 

—Ay, Kaled, no me digas que ahora eres un experto en moda —burló ella, un tanto cabreada.

—Más o menos —dijo él, divertido y le coqueteó conforme cruzaron la calle. La joven se cruzó de brazos encima del pecho, mostrando su desagrado con el tema—. Muñequita, ya hablamos de esto. Me ayudas con lo de la playa y yo te ayudo con tus doctores. —Ella suspiró—. Vamos, muñequita bonita, dime que sí.

—¡Ya, está bien! —respondió ella riéndose—. Pero no digas muñequita bonita en una misma oración otra vez, suena exagerado —pidió—, y por favor, no me hagas ver ridícula.

—Jamás —respondió él y antes de seguir avanzando, le robó un rápido besito. 

Ella no alcanzó a reaccionar y solo pudo aterrizar en el suelo firme cuando Kaled le cogió la mano y la guio caminó al centro comercial, lugar al que Florence le temía. El lugar estaba lleno de estereotipos de niñas bonitas, delgadas y con cabellos brillantes. 

—¿H&M? —preguntó ella, atemorizada—. Kaled, está tienda es para…

—¿Para qué? —la interrumpió de mal humor—. Apuesto un café a que puedo encontrar ropa de tu talla y que te haga ver bonita, sexy...

—Hola, ¿los puedo ayudar en algo? —interrumpió un dependiente de la tienda de ropa cuando los vio discutir. 

Flor se paralizó en el cuerpo masculino cuando Kaled, desde su cuerpo, tomó la palabra y también mucha confianza.

—Sí, busco algo para mí —habló él sin nada de vergüenza—. Quiero ropa de verano, por favor y ropa para la playa —agregó—. Mi novio me llevará a una fiesta en la playa durante todo el fin de semana y necesito lucir per-fec-ta —unió divertida y Kaled se tocó la frente con los dedos, avergonzada por lo que el hombre la hacía atravesar.

La joven empleada los llevó a caminar por los amplios pasillos, conforme le enseñó sus mejores prendas de temporada. 

Kaled eligió algunos vestidos y faldas cortas y, aunque de fondo, Flor se negaba a todo lo que estaba eligiendo, tuvo que quedarse callada para no meter las patas. 

Se relajó tras quince minutos de intensa búsqueda y en silencio eligió algunos pañuelos de colores que le parecieron bonitos.

—Me iré al probador, ¿quieres venir?

—No —contestó—. Confío en ti —aceptó y aunque Flor siempre había querido decirle eso, su confesión cambió el mundo completo del hombre.

La miró con sorpresa y no pudo negar que, de todas las cosas que le habían sucedido en ese último tiempo, el hechizo de la abuela de Flor se estaba convirtiendo en su favorito. 

—Gracias —contestó con un nudo en la garganta.

Caminó al probador decaído y cuando se encerró detrás de la cortina roja y gruesa, cayó en un espiral de miedos que lo atrapó con fuerza. Se derrumbó encima del taburete de madera y se tocó la cabeza con las dos manos, conforme contuvo el llanto.

Como si el universo estuviera en su contra y la vida le estuviera cobrando por todos los errores que había cometido en su breve existencia, su teléfono móvil vibró en su bolsillo y cuando se apuró para revisarlo, encontró algo que le recordó aún más la verdad:

De: Hermanote.
Kaled, ¿cómo va la cosa con Flor? ¿Pudiste convencerla? Acuérdate que necesitamos la respuesta lo antes posible. 


Se sintió como Judas, tal vez peor, y aunque no sabía muy bien lo que estaba haciendo, ni lo que empezaba a sentir por Florence Díaz, sabía bien que la joven no merecía ser engañada ni usada, menos para su propia conveniencia, la de su familia y la de su empresa. 



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En el texto hay: amor y odio, cambio de cuerpo, trastorno alimenticio

Editado: 01.02.2021

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