Dulce venganza (edición)

El pasado grabado en la piel

Actualización doble.

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Enjoy.

 

***

Cuando quiso abrir los ojos a la mañana siguiente, el sol que se colaba por la ventana la hizo gruñir y revolcarse por la cama producto del malestar físico que sentía. El dolor la hizo acordar de las primeras veces que vomitó, cuando intentó encontrar una solución rápida a su sobrepeso, y cuando comenzó a caer en ese mundo oscuro que la absorbió sin piedad. 


—Ayuda —siseó a duras penas y es que la garganta le raspaba.


Tenía la boca seca y un extraño sabor amargo en la lengua. 


Apretó los ojos y los dientes, pero terminó sollozando rendida cuando una fea y poderosa jaqueca se apoderó de ella. Estiró las manos para buscar ayuda y se descubrió sola en la cama.


—¿Kaled? —preguntó y se arrastró a duras penas por el colchón, abriendo suavemente los ojos para mirar a su alrededor.


No quería estar a solas en ese momento, las manos le temblaban y sentía un feo desconsuelo dentro del pecho. Además, el sol la estaba quemando, pero por una extraña razón, su cuerpo seguía sintiendo frío. 


El dormitorio estaba ordenado, las cortinas estaban abiertas y se desprendía un rico aroma a lavanda por todo el departamento. Se reincorporó con pereza y con mucho esfuerzo trató de recordar lo ocurrido la noche anterior, pero por más que quiso, solo pudo revivir escenas pequeñas que no le hacían mucho sentido.


—¿Kaled? —preguntó otra vez y se acomodó una almohada bajo la nuca, para cerrar los ojos y tocarse las sienes con la punta de los dedos.


Suspiró aliviada ante ese contacto con sus dedos fríos y con cuidado esquivó el insoportable sol que no la dejaba pensar ni descansar. 


—¿Señor Ruiz? —llamó Amelia, la joven que limpiaba el departamento de Kaled y apareció con timidez por la puerta—. Ya debo irme.


Flor le miró con sorpresa y tardó algunos segundos en recordar su nombre. 


—¿Amelia? —preguntó Flor, intentando no arruinar las cosas. 


La joven que se dedicaba a la limpieza y el orden le miró con desconcierto, pero luego le dedicó una agradable sonrisa que calmó a la joven jaquecosa. 


—La señorita Díaz me dijo que le diera esto… —siseó la joven, un tanto tímida y nerviosa.


Y dejó los productos de limpieza que llevaba en las manos para acercarse con una bandeja, ofreciéndole jugo de naranjas, un vaso de agua y dos pastillas blancas. 


—¿Y dónde está la señorita Díaz? —insistió con nervio y se tocó la frente cuando trató de abrir más los ojos.


—Salió temprano. Iba al gimnasio —contestó Amelia con una sonrisa—. Es muy simpática su novia, Señor Ruiz —se atrevió a decir y sus mejilla se pusieron rojas—. Y muy bonita.


—Gracias —contestó ella y se sorprendió de que una mujer delgada la llamara bonita a ella. 


Flor miró a Amelia con curiosidad, pues no entendía muy bien a qué estaba esperando, por lo que se sintió aliviada y salvada cuando la puerta de entrada se escuchó y con ella su propia y olvidada voz, esa que venía cantandado afinadamente a Madonna. 


—Like a virgin, touched for the very first time, like a virgin —entonó sin nada de vergüenza, moviéndose a un divertido ritmo hasta su dormitorio. 


Amelia se rio cubriéndose la boca con la punta de los dedos y Flor le miró con espanto. ¡Se sentía indignada!
¿Acaso cantaba esa canción para burlarse de ella? ¿Por qué era virgen? 


¿Por qué estaba tan sensible? Especuló la jovencita, apretando los puños en el cuerpo masculino. 


—Que divertida —contestó Flor mirándole desde su masculino cuerpo y miró cómo Kaled se acercaba al dormitorio bailando sensualmente. 


Kaled se quitó los modernos auriculares desde las orejas e ingresó al dormitorio con tanta desenvoltura y naturalidad, que Flor sintió envidia del modo en que el hombre era capaz de llevar su cuerpo regordete y femenino: sin vergüenza, sin timidez y sin miedo. 


¿Por qué ella no podía sentirse así?


—¡Ya llegué! —gritó él con una sonrisa en todo el rostro y se acercó hasta donde Amelia esperaba—. Te pago ahora —siseó y escarbó en un bonito bolso deportivo negro para conseguir dinero. 


Flor lo observó con grandes ojos, tirada y desarmada en la cama, con esa jaqueca que el vino le había provocado. 


—Gracias, señorita Diaz —respondió la mujer cuando recibió su dinero y luego miró a Kaled, quien en el fondo era Flor, con una mueca de felicidad—. El viernes vendré cuando usted no esté.


—Sí-Sí —titubeó Flor, confundida. 



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En el texto hay: amor y odio, cambio de cuerpo, trastorno alimenticio

Editado: 01.02.2021

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