Como Kaled no tenía intención de volver a casa, ni mucho menos a la oficina, pues no se le antojaba encontrase con sus empleados, los que de seguro se hallaban en mitad de una crisis por la cercana fiesta que estaban organizando, eligió quedarse en la playa, enterrado en la arena hasta después de la medianoche.
El clima era perfecto, también el ambiente, el que estaba inundado de jóvenes adultos celebrando sus vacaciones de verano y gozando de cerveza fría, música alegre y fogatas que solo le entregaban más emoción a ese momento tan perfecto.
—¿Cuándo vuelves a clases? —preguntó Kaled, guardando un trio de conchitas blancas en una bolsa plástica.
—En marzo, como todos —respondió ella y suspiró derrotada.
Notó entonces que la joven se puso tensa tras su pregunta.
—¿No quieres volver a clases? —insistió y la miró a la cara con ojo curioso.
A pesar de que había poca luz a su alrededor, y solo la luna y las estrellas los guiaban en ese camino de tanto relajo, se las ingenió para detallar sus expresiones, además de la mirada perdida que tenía, la que se encandilaba con las olas espumosas que resonaban a su alrededor.
—Tengo que pagar y estoy en crisis financiera, como tú, que estás en números rojos con tu empresa —dijo y se rio para aliviar el sentimiento de culpa que sentía—. Cuando quise entrar a estudiar era menor de edad, y mi madre me matriculó y se registró como mi tutora porque dijo que me ayudaría…
—No me digas —se adelantó él con sarcasmo, exaltado, furioso, a punto de explotar.
Aunque la joven aún no le decía la verdad ni lo que había ocurrido en su pasado con su madre, él podía leerla entre tanto dolor. Se manifestada su padecimiento en su mirada, la que cambiaba de acuerdo con sus emociones, con sus alegrías y triunfos.
—Nunca pagó nada —dijo Flor y levantó los hombros—. Cuando el segundo semestre llegó, me di cuenta de que la deuda era altísima y tuve que empezar a trabajar. —Se tocó la nariz con los dedos, la cual encontró con arena—. Primero de empaque en lo supermercados, después los fines de semana como reponedora de conservas y después encontré la agencia.
La joven le miró con una sonrisa que a Kaled le quemó por entero y que le hizo apretar los puños producto de la cólera que sentía.
—Y yo te pago una mierda de sueldo —acotó Kaled, sintiéndose peor al comprender un poco mejor los problemas económicos de la joven—. ¿Cómo pudiste aguantarme tanto tiempo, Flor? —le preguntó directo y listo para lo peor.
—Me gustabas —dijo ella sonriente y se recostó en sus piernas para tenerlo cerca—. Supongo que soy masoquista. —Se tocó el cabello con curiosidad, sintiéndose de otro modo, recorriéndose con seguridad—. Me gustaba verte todas las mañanas, sabía que a veces despertabas y que llegabas enojado, pero me gustaba vivir ese riesgo —agregó y Kaled se rio con dulzura.
Kaled entendió entonces que había estado encerrado en su burbuja de problemas, maltratando a la gente y siendo algo que había jurado no ser, cuando su padre le había regalado parte de sus fondos para que empezara a realizar sus sueños; él pensaba que todo estaba bien, su egocentrismo y egoísmo lo cegaban, mientras que existían personas como Flor, sumergidas en dolor y amargura; deudas y problemas.
—¿Y tu papá? —le preguntó cuando el silencio se apoderó de los dos—. ¿Por qué no le pides ayuda a él?
—Porque está muerto —siseó Flor con una melancólica sonrisa.
—Muñequita —titubeó él, temeroso de que se rompiera en mil pedazos—, no lo sabía…
—Kaled, no te preocupes, ni siquiera le conocí —se rio ella, tan despreocupada que el aludido tuvo miedo de su reacción—. Murió cuando mi madre aún estaba embarazada.
—¿Puedo saber de qué murió? —insistió con temor.
Flor le miró desde su posición, cómoda en sus piernas, y sonrió. No tenía miedo de recordar el pasado, por lo que se soltó sin aprensión.
—Trabajaba en una minera y su máquina de exploración se volcó —narró sin mueca en su rostro. No había tristeza ni dolor, no había nada—. Nunca pudieron sacar la máquina y tampoco su cuerpo. En compensación por el daño, la empresa le otorgó una pensión a mi mamá, pero después se la quitaron…
—Que injusto.
—Así es la vida, Kaled —respondió ella—. Mi mamá intentó vivir algunos meses con su suegra, mi abuela, pero las cosas no funcionaron y un día se fue y no volvió…
—Entonces tu abuela es la mamá de tu papá, quien murió hace muchos años.