Regresó a la oficina con decisión, marchando con los tacones de verano que llevaba, los que hacían lucir el cuerpo de Flor más alto y estilizado. Ingresó con poder, moviendo la caderas y llamando la atención de todos los hombres a su alrededor.
Montó en el elevador con una hermosa sonrisa dibujada en los labios y buscó a Flor para darle las buenas nuevas.
Encontró a la joven en su oficina, hablando con sabiduría sobre las flores que usarían para decorar la isla en la arena y la esperó paciente a que terminara. La observó usar su cuerpo con admiración y sintió una gratificante sensación de regocijo recorriéndole cada fibra de ese cuerpo ajeno que llevaba.
—Señorita Diaz —siseó ella juguetona cuando la empleadas con las que hablaba se marcharon.
—Señor Ruiz —respondió él, en su mismo ritmo, juguetón y divertido y cerró la puerta de la oficina con seguridad para quedarse a solas—. Lo harías fantástico como decoradora, o como organizadora de eventos —le dijo seguro y rodeó el escritorio repleto de documentos, imágenes y cintas de colores—. ¿Mucho trabajo?
—Demasiado —resopló ella y se dejó caer en la silla de cuero que componía su bonito escritorio—. No sé cómo no te vuelves loco tomando tantas decisiones, hablando con tanta gente o manteniendo tantas conversaciones al mismo tiempo.
—Ya estoy loco —dijo él con gracia y le miró sonriente.
Se miraron a la cara con grandes ojos. Los dos estaban nerviosos y ansiosos. Se veía y se marcaba la tensión en sus movimientos y en las sonrisas dificultosas que se dedicaban.
Flor abrió el cajón a su derecha y extrajo el atrapasueños que su abuela había hechizado para él y soltó una gratificante carcajada al ver el rostro de impresión que Kaled le dedicó.
—¡Cambió! —gritó él y dio saltitos de alegría.
—¡Tu cambiaste! —chilló ella con su ronca voz y se levantó de la silla para estrechar a su cuerpo y al hombre con un apretado abrazo.
Se rieron entre lágrimas que solo mostraron la verdad de sus emociones, de sus corazones abriéndose.
El atrapasueños ya no era negro y un color blanco brillante lo convertía en una hermosa pieza que el hombre, sin dudas, iba a conservar toda su vida.
Su alma ya no era negra y se podía ver belleza a través de sus hermosos ojos.
—Pero, ¿por qué aún no cambiamos? —preguntó con la cara empapada en lágrimas de felicidad—. Digo… ¿por qué no hemos vuelto a nuestros cuerpos?
No era que le molestara continuar en el cuerpo de Flor, de hecho, le encantaba tener ese poder femenino de su lado, pero tenía sus dudas respecto a tan inverosímil hechizo y situación en la que su abuela los había puesto.
—Podríamos visitar a mi abuela —siseó la joven, un tanto nerviosa y se tocó las manos del mismo modo.
Flor anticipó a que también existía un atrapasueños para ella, uno que de seguro su abuela no le había enseñado, uno que de seguro continuaba tan oscuro como su alma, repleto de inseguridades y miedos; de amargura y congoja. Anticipó a que no había hecho bien su trabajo, intentando sanar a Kaled, cuando en el fondo tenía que sanarse a ella misma, buscando una repuesta a todas esas interrogantes que le quitaban el sueño en las noches.
Kaled negó y se limpió el rostro femenino y de piel suave con las manos, mostrado ese lado masculino y bruto que llevaba adherido al alma. Levantó los hombros y le sonrió a la jovencita, intentando mantenerla tranquila en tan estrecho momento.
—Esperemos —dijo sonriente—, ya sabemos que hemos cumplido en menos de treinta días y creo que el cambio vendrá cuando menos lo esperamos —afirmó seguro y tranquilo y sorprendió a Flor con su firmeza y confianza.
La joven se tragó sus miedos y fingió una sonrisa para él, para ese hombre que movía más que su mundo, movía todo su universo.
—Empiezo a creer que no quieres devolverme mi cuerpo —jugó ella y se rio.
Le tocó el rostro a su carita dulce y se admiró con los ojos brillantes. ¿Por qué se hallaba, de pronto, tan bonita? No estaba más delgada ni arreglada, pero aún así veía belleza en ella, una belleza que no había visto antes y que le sorprendía, que calmaba ese dolor que sentía.
—No te voy a mentir, ya no puedo hacerlo —respondió Kaled y se sentó en la punta del escritorio, montándose ágilmente en la mesa cubierta de vidrio grueso—. Me gusta tenerte cerca, cuando regresemos a nuestros cuerpos, te voy a extrañar mucho —le confesó desde lo más profundo y le admiró desde su alta posición.
También se tocó los senos, dedicándole una cara de pervertido. Levantó la cejas y se rio con gracia.