Antes de leer: Son dos capítulos para esta noche. Necesitas leer esta primero para comprender el segundo.
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Enjoy.
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Cumplieron lo prometido y dividieron sus caminos antes de que el atardecer llegara. No tuvieron mucho tiempo para hablar de lo ocurrido con la egoísta madre de Flor, por lo que se prometieron un café juntos y en la madrugada, cuando la fiesta llegara a su fin y también esa semana tormentosa que habían estado viviendo.
Flor se quedó trabajando en la agencia, distribuyendo material, autorizando compras, hablando con el servicio de catering y poniendo todos los puntos sobre las íes, buscando que todo estuviera perfecto para esa esperada noche, para esa ansiada fiesta.
Por otro lado, Kaled se fue de compras. Si bien sus tarjetas de crédito ya no disponían de mucho dinero, pues los números en rojo le afectaban indirectamente a él como dueño mayoritario de la agencia, intentó comprar ropa para satisfacer a alguien más.
No pudo concentrarse bien y es que no podía dejar de pensar en lo que Flor y él habían dicho, en esas dos palabras que jamás había oído y que se sentían tan bien que no sabía ni conseguía apagar esa sensaciones de placer que dominaba todo su cuerpo.
Se encerró en un probador femenino con cuatro prendas de telas delicadas y se sentó en un banquillo a pensar.
Nunca la había tocado, no de ese modo sexual que tanto le urgía, y aun así, a pesar de todo eso, la amaba y le desesperaba pensar que podía llegar a lastimarla. La amaba con cada fibra, con cada impulso y con cada latido. Y la mejor parte llegaba después y es que ella también le amaba, sentía exactamente lo mismo que él y nada era más gratificante que ese sentimiento mutuo que nunca antes había experimentado.
—Señorita —escuchó y se levantó como resorte del banquillo en que descansaba—. ¿Está usted bien? Lleva más de diez minutos aquí y…
—¡Sí! —exclamó—. Estoy aquí… —titubeó nervioso. No se había probado ni una sola prenda—. Lamento ser tan lenta, es que… —dijo, abriendo la puerta del probador femenino en el que estaba encerrado—. Tengo algunos problemas y me quedé pensando en eso —confesó y la encargada del lugar le miró con las cejas en alto.
—Claro —siseó confundida.
—Me pruebo esto en dos minutos y salgo —dijo Kaled fijándose en la fila de jóvenes que esperaba a por ingresar al probador.
Cerró la puerta y se desnudó en un dos por tres. Se acomodó los pantalones holgados y de moda con prisa y se los ajustó a la cintura, para luego probarse un top de mangas largas, pero de cintura corta y se admiró con atención en el reflejo del espejo.
No le gustó el efecto que el pantalón le entregaba a las lindas curvas de la muchacha, por lo que se probó la segunda combinación que había elegido antes.
Para ser hombre, poseía un excelente gusto para la ropa y los colores; y las prendas que había elegido, no solo le entregaban brillo a la perfecta piel de Florence, si no que también, se encargaban de resaltar sus atributos, esos que ella escondía con vergüenza.
Se acomodó el mismo top, pero en color blanco y unos pantalones negros de tela brillante, pero gruesos, que se ajustaban con gracia en el centro de su abdomen.
Los pantalones de tela gruesa le moldearon el trasero y también las caderas. El top blanco y su reflejo claro le iluminaron el rostro. Se sintió conforme con lo que vio y cuando estaba listo para salir del probador, su lado provocador apareció y se cuestionó.
—¿Por qué tengo que darles en el gusto? —se preguntó sin dejar de ver su bonita imagen en el reflejo del espejo.
Salió del probador corriendo, disculpándose por ser tan lento y escogió un vestido que le había gustado, pero que había ignorado y todo por seguir las reglas de Moira, la manipuladora millonaria que disfrutaba de invertir en empresas nuevas, claro que obteniendo un beneficio a cambio.
Se encerró en un pequeño salón de belleza y pidió lo justo y necesario. Un esmaltado de uñas y un peinado que le ayudara a enseñar su armonioso rostro.
En su departamento se aseó el cuerpo y se aplicó crema olorosa y perfume; cuando quiso maquillarse, al menos ponerse color en los labios y un brillante color en los ojos, guiado y motivado por lo hermoso que empezaba a lucir el cuerpo de la joven, se dio cuenta de que pintar no era lo suyo y terminó manchándose la cara de mala manera.
Tuvo que esperar a que Flor llegara, casi a las ocho de la noche, con muecas de cansancio dibujadas en todo el rostro y los hombros caídos.
—¿Estás bien? —preguntó él y se levantó del sofá en el que descansaba.
Flor le miró con grandes ojos y tras barrerlo con su mirada un par de veces, de seguro confundida por la ropa que llevaba, arrugó el entrecejo y le dijo: