El domingo en la mañana, Florence se levantó más temprano de lo normal. Se vistió ágil con ropa deportiva y abandonó la casa de su abuela para salir a correr. Nunca había hecho algo así, pero aquella mañana se sintió extrañamente motivada.
No corrió a gran velocidad, ni tampoco una distancia extrema, pero sí corrió a su ritmo, donde buscó, más que hacer deporte para perder peso, relajarse y conectar con ella misma.
Corrió cuando el amanecer se dibujó frente a ella y buscó un lugar agradable en las dunas que se formaban cerca de su casa, para ver dicho espectáculo. Cuando el sol de verano le quemó la piel, la joven volvió a su casa, corriendo al mismo ritmo que había usado antes, escuchando música a todo volumen y cantando con libertad.
Cuando llegó a su casa, su abuela se había encargado del desayuno y juntas comieron viendo las noticias de la mañana.
Flor se tuvo que reír cuando la fiesta que la antigua agencia de Kaled había organizado, apareció en las noticias y se divirtió observando algunas imágenes de lo que había ocurrido aquella noche, donde también habían enfrentado el cambio de cuerpos.
La abuela de Flor estaba muy ansiosa por conocer toda la verdad y no tuvo que preguntar mucho, pues Kaled no tardó en llegar y antes de que el reloj marcara las diez de la mañana, él llamó a la puerta, ansioso por ver a su muñequita y a su abuela.
—Que madrugador —saludó la abuela, quien tuvo que abrir y es que su nieta había corrido a cambiarse de ropa.
—Ho-Hola —titubeó el hombre, nervioso. La anciana abrió la puerta de par en par—. ¿Puedo pasar? —preguntó con grandes ojos.
—Sí, Kaled Ruiz, ya eres bienvenido —afirmó ella y el hombre sonrió feliz.
Ingresó sin dudar y se acomodó en una esquina de la sala, con una boba sonrisa dibujada en todo su rostro. Traía rosas en las manos, las que su abuela observó con las cejas en alto.
—Le traje una a usted y una a Flor —dijo inquieto cuando notó lo que la anciana miraba.
—Flor se fue a cambiar de ropa. Salió a correr muy temprano y después de que se bañó, se quedó con pijama —explicó la mujer y se acercó al hombre.
Él titubeó nervioso, pero no retrocedió. No tenía miedo, pero si curiosidad. Miró fijamente a la mujer a los ojos. No sabía qué decir, así que solo le dijo aquello que había planeado durante toda la noche, y es que no había logrado dormir mucho.
—Quería agradecerle —carraspeó—, fue un mes… —suspiró—… fue un mes inolvidable —confirmó después.
La mujer le sonrió, con tanta gracia que los ojos se le achinaron y la arrugas se le marcaron por todo el rostro.
—Fue mi dulce venganza —confirmó ella y Kaled le encontró tanto sentido a sus palabras que se rio con ella, feliz y maravillado por su esencia natural—. Siéntate, hijo —le pidió la mujer y recibió sus rosas con una mueca adorable que a Kaled le causó ternura—. Entonces, ¿cuáles son tus planes?
El hombre se acomodó en el sofá bajo que se había sentado. Era el sofá en el que la mujer solía tejer. Las piernas le quedaron más arriba de lo normal y los pantalones deportivos y simples que llevaba se le ajustaron al cuerpo. Se veía adorable sentado en ese espacio tan pequeño y apretujado.
—Quiero vender mi departamento y mi auto, conseguir algo más pequeño y simple.
—Ahora te gusta la simpleza —interrumpió ella y me miró con ojo crítico.
—Así es —respondió él, seguro de lo que sentía y de lo que quería.
—¿Y en qué piensas trabajar? —investigó y se relajó en el sofá en el que estaba.
—Aún no he pensado en eso —confesó él, riéndose natural. La mujer encontró que era un hombre hermoso—. Sé que de la venta del departamento me quedarán algunos billetes libres y pensaba llevar a Flor al desierto florido, en Atacama.
—¿Por qué quieres llevarla allí? —preguntó ella, directa y seria.
Kaled contuvo la respiración y luego la soltó con fuerza, mostrándole a la experimentada mujer lo nervioso que se hallaba. Se rascó el cuello, donde la sudadera deportiva elegante le tocaba la piel.
—Hacer el amor es llenar el alma, Kaled —habló ella al ver que el hombre estaba tenso y nervioso como para hablar. El aludido la miró con grandes ojos, atemorizado de que pudiera ver a través de sus ojos, de sus miedos, tal cual había ocurrido la primera vez en que la había visto—. Sé que es su primera vez, y si es contigo, voy a ser una abuela feliz —agregó y el hombre se puso rojo de manera automática—. Pero no quiero bisnietos aún, ¿estamos claros?