Dulce venganza (edición)

Con el corazón

No era que estuviera asustada, pues nunca había estado tan decidida en alcanzar algo, pero sí estaba nerviosa. Eran los nervios de la primera vez y por alguna extraña razón que apenas era capaz de comprender, Florence encontraba que eran unos nervios deliciosos, diferentes y muy vigorizantes. 

Siempre había temido que cuando ese momento llegara, el arrepentimiento la hiciera correr por la puerta, y es que le costaba trabajo aceptar que tendría que mostrarle su verdad a otro hombre. Pero no se trataba de cualquier hombre, se trataba de Kaled Ruiz, quien había vivido con su cuerpo por casi treinta días, y quien también había conocido su verdad, su cuerpo y la mayoría de sus miedos.

Cerró los ojos cuando las manos del hombre tocaron sus brazos y los delinearon con suavidad, recorriendo toda esa tersa piel que el hombre tanto adoraba. 

Kaled se acercó a su cuerpo con decisión, cerrando todo ese frío espacio que los dividía, espacio que él no quería que existiese entre los dos, y la tomó por la espalda baja para sentirla un poquito más suya.

Le besó el cuello con la boca abierta, usando su lengua para saborearla y sus dientes para rozarla, para despertar en ella todas esas sensaciones que aún no era capaz de conocer, conforme le clavaba los dedos en las caderas, utilizando una presión perfecta que solo la hizo vibrar, mejorando todavía más ese primer encuentro que de seguro sería inolvidable.  

Flor no pudo aguantar y es que la humedad de sus besos tibios la hicieron suspirar con suavidad al mismo ritmo en el que se mecían buscando la cama. 

Le gustó sentirla participativa y es que mientras le devoraba la piel de su cuello, sus manos viajaban por la curva apetitosa de sus caderas y nalgas, las que encajaban perfectas con sus grandes y viriles manos. Ella le entregó todo el espacio que necesitaba y arqueó la espalda para que él pudiera descender por sus clavículas y llegar hasta sus senos, esos que tenían un significado realmente especial para él.

La jovencita se rio cuando el hombre hundió su rostro con descaro entre sus senos y respiró su aroma hasta llenar sus pulmones por completo. Le desordenó el cabello suave con la punta de los dedos y por la nuca lo hundió entre sus pechos, los que se sintieron sensibles al contacto y es que su barba y su respiración tibia se encargaron de elevar la temperatura de todo su cuerpo. 

Kaled suspiró extasiado cuando logró armarse de valor para mirarla a la cara y cerró los ojos cuando ella se acercó para besarlo. 

Al parecer él estaba tan nervioso como ella y no sabía cuál era el siguiente paso. Era como si todo lo que supiera, todo eso que había aprendido en sus años de galán y conquistador, se le hubieran olvidado en un abrir y cerrar de ojos. Él no quería culparla a ella, pero es que era la principal causante de todo ese descontrol que sentía, así que se concentró en aquello que tanto deseaba. 

Se separó levemente de ella y de su adictivo cuerpo y tomó la cintas finas que unían el vestido en el centro y las jaló con un dominante temblor en todo su cuerpo. Tuvo que jadear excitado cuando la joven tomó sus manos con las suyas, calmando así el sacudón que le transmitía, y guió sus movimientos sin dejar de mirarlo a los ojos.
 
Le ayudó a que la desnudara, a que la descubriera ante él, envueltos en ese entorno perfecto que él mismo había creado para ella. 

Kaled cogió poco a poco mayor seguridad y le quitó el vestido con esa habilidad que le caracterizaba. Ella escondió la mirada cuando se vio desnuda ante él y es que la ropa interior que llevaba no la hacía sentir segura, pero él le tomó el mentón y guio su mirada hasta sus ojos, donde Flor encontró un brillo especial en su bonita mirada.

—Me vuelves loco, muñequita —susurró sobre su boca y le besó la mejilla con lentitud—. ¿Qué te hace dudar?

—Nada —respondió ella, segura.

Y levantó sus manos para desabotonarle los tres botones de la fina sudadera de manga corta que usaba ese día. Él se rio cuando la vio más segura y se quitó la sudadera con un rápido movimiento, despeinándose y acelerándose en evidencia; la respiración se le descontroló por entero cuando ella le tomó el borde del pantalón y le abrió el cinturón de cuero que le sostenía la ropa en las caderas.

Cuando los pantalones le cayeron por las piernas, Flor se sentó en el filo del colchón y Kaled se sintió confundido, así que negó con la cabeza, mostrando que no entendía muy bien sus movimientos.

La joven suspiró con fuerza y miró al techo y es que las mejillas se le ponían rojas al imaginar lo que vendría.

—Te debo una paja rusa —dijo con la cara roja y cuando entendió que lo había dicho en voz alta, se fijó en el rostro de Kaled, quien la observaba boquiabierto. 

Era como si le hubiera dicho que se acababa de ganar la lotería, incluso tal vez algo más valioso. 

Tenía los ojos brillantes y oscuros; la boca abierta y las mejilla rojas. Le costó decir algo, y es que no pudo dejar de imaginar a su amigo metido entre esos dos senos suaves y grandes que de seguro lo iban a recibir gustosos.



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En el texto hay: amor y odio, cambio de cuerpo, trastorno alimenticio

Editado: 01.02.2021

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