Dulce venganza (edición)

El control y la razón

Como se hallaban en pleno verano y se habían quedado dormidos con las ventanas cerradas y con el dormitorio repleto de velas flotantes, a las pocas horas despertaron acalorados y excesivamente sudados, más Kaled, quien insistía en envolverse en el cuerpo de la joven, el cual le parecía suave y delicado. 

Se levantó de su cuerpo a duras penas, con una fatiga que no logró comprender y rodó por el colchón, buscando el mando a distancia que encendía y controlaba el aire acondicionado. 

Como no pudo encontrarlo, se vio obligado a levantarse y es que el calor que se sentía en el interior del dormitorio se convertá rápidamente en insoportable. 

Se acomodó la ropa interior por las caderas y caminó con suavidad y sin quitarle ojo de encima a la bonita chica que dormía en su cama; caminó hasta la ventana, la cual abrió suavemente sin mover la cortinas, buscando no despertar a Flor, quien dormía plácida y con las mejillas sonrosadas.  

Le cubrió el cuerpo con una sábana y antes de marcharse a la cocina, la observó y se perdió en eso que sentía por ella. Se sintió animoso cuando entendió que no estaría solo otra vez y se marchó bailando a la cocina, tarareando una vieja canción que nunca podía quitarse de la cabeza.

En la sala cerró las cortinas y se acomodó una vieja sudadera que usaba en su privacidad, encendió el estéreo y se movió ágil por toda la propiedad, preparando una cena para su pareja, esa que ahora movía todo su mundo. 

Tomó un tallo de apio y se sentó en el mesón americano a picarlo en finas rodajas, las cuales lavó con cuidado y luego las preparó aliñándolas con jugo de limón y aceite de oliva. Reservó la ensalada para preparar los camarones y los fideos de arroz, pero se puso tensó cuando entendió que, si bien, él sabía que Flor estaba con él y qué tal vez llegarían a viejitos juntos, entre sus recuerdos no pudo encontrar ese momento especial en el cual le pedía que fuera su novia, en el cual le revelaba el fondo de sus sentimientos y se exponía a corazón abierto ante ella. 

Y es que no lo había hecho, había dejado que las cosas se dieran natural, y si bien le gustaba que así fuera, que los dos pudieran conectarse sin decir mucho, en ese momento, tuvo la desesperada necesidad de pedírselo y escuchar la respuesta de sus labios.

Dejó los camarones quietos, dentro de la sartén en la cual se doraban con matequilla, cerró el paso de gas y escurrió los tallarines con prisa, para luego secarse las manos con un mantel de cocina y corrió en círculos alrededor del mesón, buscando el vino blanco que usaría para acompañar dicha cena.

—¡Flor! —gritó desesperado y abandonó la cocina para ir a buscarla, pero se sorprendió cuando la encontró en el pasillo.

Ella le observaba desde el inicio de la sala, atrapada bajo la oscuridad de su habitación. Tenía las mejillas rojas y la piel preciosa y brillante. Una bonita y sensual sonrisa se le dibujaba en los labios, incluso en los ojos, los que mostraban la felicidad que sentía.

—Aquí estoy —respondió ella, con una voz suave y delicada.

El hombre se quedó helado ante su presencia, esa que de seguro llevaba un largo rato observándolo y titubeó con tontas frases antes de ponerse serio otra vez.

—Estaba haciendo la cena —indicó y se acercó a ella con timidez.

—Así vi —contestó Flor, coqueta y le miró a la cara con dulzura.

El hombre se acercó con lentitud, ansioso por tocarla, pero a su vez, nervioso por equivocarse. Estaba en un limbo alocado de emociones y le costaba luchar en contra de ellas. 

Flor lo conocía bien y no necesitó de mucho para darse cuenta de lo nervioso que se hallaba. Fue ella la que rompió el cristal que los dividía y lo abrazó por la cintura para acercarlo a ella. Kaled se derritió entre sus brazos y la tocó también, delineando la curva de su cintura y caderas.

—¿Cómo te sientes? —investigó el hombre antes de besarla y esperó atento su respuesta.

La jovencita le dedicó una bonita mueca de pato y tras arrugar el entrecejo y analizar a su cuerpo, ese que no enseñaba ningún malestar, ella se atrevió a contestar.

—Bien.

Kaled sonrió feliz y le robó un apasionado beso, conforme la pegó contra su cuerpo y sus manos recorrieron sus muslos gruesos y su trasero, ese que se robaba toda su atención. La joven subió sus manos por su espalda, tocando también esos lugares que tanto le gustaban. 

—La cena —insinuó él sin dejar de besarla.

Flor se rio entre sus besos y le dio espacio a su boca cuando sus labios bajaron por su mentón y recorrieron su cuello, delineando toda esa curva que tantas sensaciones cálidas le causaban. Las manos de Kaled cambiaron de rumbo y subieron hasta su nuca. La tomó fuerte, pero sin lastimarla, enredando sus dedos por su cabello largo, encendiendo más sensaciones y le comió el cuello y las clavículas con los ojos cerrados, degustando el sabor de su piel y gozando su aroma.



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En el texto hay: amor y odio, cambio de cuerpo, trastorno alimenticio

Editado: 01.02.2021

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