El verano llegó a su final antes de que Kaled y Flor pudieran darse cuenta y marzo entró violento, listo para generar algunos cambio en la pareja.
Ya no pudieron pasar todo el día juntos, como acostumbraban, y es que Florence regresó a clases con la frente en alto, feliz de terminar su último año de carrera y orgullosa de sí misma, por haber llegado tan lejos.
Flor salía antes de las ocho de la mañana del departamento y la mayoría de las veces regresaba después de las seis de la tarde, agotada por el intenso día y con deberes pendientes en los que trabajar. No tenía mucho tiempo para Kaled y si bien, él se mostraba comprensivo al respecto, apoyando sus sueños y sus estudios superiores, no podía evitar sentirse lejos de ella, de ese amor que tanto bien le hacía.
Kaled tuvo que ocupar su tiempo libre en algo productivo y comenzó a buscar un empleo antes de que la cosa se pusiera peor. Al principio le costó soltarse y es que la gente le reconocía con facilidad y muchos le cerraban las puertas al ver que había llevado a la quiebra a su propia empresa, exponiendo a sus empleados y su estabilidad económica.
Todos los días regresaba a casa sintiéndose derrotado y poca cosa. Se sentaba en la sala y analizaba todos sus errores, esos que había cometido siendo un infantil egoísta, ignorante y mala gente.
Se deprimía más al recordar que Flor se marcharía a principios de agosto y que recorrería Europa sin su compañía.
¿Y si conocía a alguien mejor? Pensó, sintiéndose infantil. ¿Y sí conocía a un Italiano sexy que ponía su mundo de cabeza? Especuló, mordiéndose las uñas.
Se sobresaltó cuando escuchó la puerta y se levantó nervioso para encontrarse con Flor, quien venía en compañía de una joven a la que él nunca había visto.
Se movió inquieto por la sala, más pálido de lo normal y su novia se acercó a saludarlo con un apretado abrazo que acompañó con un dulce beso que dejó en sus labios. Ella le miró a los ojos desde su posición y le rozó las mejillas suaves.
Estaba sorprendida al ver que se había rasurado y se sintió embelesada con el cambio que su rostro masculino le enseñaba.
—Mi amor, te quitaste la barba —siseó entre sus brazos. Él asintió conforme y le miró con timidez—. Me encanta —reconoció y le besó la mejilla con suavidad—. Traje a mi prima Paz —indicó después y se separó de él para presentarle a su familiar.
Kaled sonrió natural y se acercó a la joven para saludarla y besarle la mejilla.
—Paz, mucho gusto —dijo la joven con seguridad y luego miró a Flor con grandes ojos—. Flor siempre me ha hablado mucho de ti.
—No, no es cierto —interrumpió ella y con las mejilla rojas.
Su prima tenía la boca suelta, también la lengua y siempre dejaba salir todo eso que no debía.
—¿Sí? —preguntó Kaled, aún sin mucha confianza.
Seguía afectado por lo mucho que le estaba costando conseguir un empleo.
—Ay, Flor, ahora es tu novio, no deberías avergonzarte —burló Paz y le tocó el hombro a su prima con confianza—. Cuando empezó a trabajar en tu agencia, el primer día, ya estaba loquita por ti, al otro día te odiaba, después te amaba y después te odiaba.
—Estás exagerando —refutó Flor con toda la cara roja y se escapó a la cocina.
Paz y Kaled la persiguieron, sin dejar de hablar de Florence, quien quería meterse bajo una piedra y desaparecer.
—En la navidad, fuiste su amigo secreto y estaba muy ilusionada con el regalo y la foto junto al árbol —agregó Paz—. Sacó unos ahorros del banco para comprarte un reloj y confeccionó ella misma la tarjeta navideña.
Kaled abrió grandes ojos cuando recordó ese momento tan especial y si bien, no era su mejor momento emocional, pues nada le estaba resultando como él tanto quería y soñaba, todo tuvo sentido para él y para su confundido corazón.
“La agencia organizó un intercambio de regalos para celebrar la fiesta de navidad. Mónica Andrade, su secretaria en ese entonces, había escrito el nombre de todos los trabajadores en papelitos pequeños que luego dobló estratégicamente para que nadie pudiera verlos. El sorteo había sido pura cuestión de suerte y casi se había muerto de la sorpresa cuando vio que el papelito que él había escogido, entre decenas de otros papelitos blancos, estaba su nombre, el de Florence Díaz. Su diferente, pero hermosa asistente de fotocopias”.
—Y ella fue mi amiga secreta —agregó él con el pecho inundado de ilusión.
Y se rio al entender que estaban destinados desde siempre, incluso desde antes de que su abuela los hechizara y los uniera de esa forma tan especial.
—¡¿En serio?! —chilló Paz y corrió a enfrentar a su tímida prima—. ¡Florence, eso no me lo habías contado! —reprochó y le pellizcó las caderas a modo de juego—. ¿Y qué te regaló? —preguntó obstinada—. ¿Qué te regaló Kaled? —insistió.