Dulce venganza (edición)

Cuántos y cuándo

Kaled pasó el resto de la semana acondicionándose para su nuevo trabajo, pero desde la comodidad de su hogar. Su nueva jefa —Wilma— quien había sido su empleada alguna vez, y con quien también había estrechado una bonita amistad desinteresada, resultó flexible y muy comprensiva y le adelantó trabajo al pedirle que empezara a relacionarse con lo que ellos buscaban como revista, y es que, algunos cambios estaban cerca y les urgía sorprender a sus clientes fieles, además de sus inversionistas, esos que confiaban mes a mes en ella.

 

El hombre estuvo más animoso que nunca. Se levantaba antes de las siete de la mañana para despedir a Flor con un desayuno sabroso, y con una bonita sonrisa que se dibujaba en todo su rostro; tras ordenar el departamento, cumpliendo sus deberes, se enfocaba en trabajar con esmero y dedicación; a investigar y planear nuevas estrategias que fueran de la mano con lo que estaba ocurriendo en Europa.

 

Por otro lado, Flor se concentró en sus estudios, en su familia y preparó algunos detalles antes del gran viaje de estudios. Tramitó su pasaporte, una cédula nueva y se compró una maleta elegante en compañía de su abuela, a quien invitaba a comer “churrascos” dos veces al mes y con quien pasaba tardes agradables en el parque de la ciudad, horas de conversación profunda y de consejos que le sanaban un poquito más el alma. Comían algodón de azcúcar y manzanas confitadas, riéndose conforme caminaban descalzas por el césped tibio y buscaban un lugar cómodo para sentarse a admirar el anochecer.

 

Kaled las acompañaba el resto del mes, cuando la pareja viajaba algunos minutos para visitarla en su hogar, cada domingo a primera hora de la mañana.

 

Si bien, la abuela de la joven insistía en que no debían pasar los domingos con ella, aburridos y secándose a su lado, la pareja insistía en visitarla y disfrutaban de cada hora que pasaban a su lado.

 

Al hombre le encantaba ir y es que, disfrutaba de esos momentos familiares que tanto bien le hacían. Flor siempre estaba riéndose y eso le maravillaba más. Verla feliz le regocijaba y estremecía cada fibra de su cuerpo; además, le ayudaba a la anciana reorganizando sus macetas por todo el jardín trasero, le cortaba las malezas que crecían en lugares insospechados y se divertía regando los árboles frutales que envolvían la casa.

 

A Kaled ya se le hacían costumbre los domingos. Antes de que Flor despertara, él organizaba un bolso con ropa limpia y calzaba ropa deportiva para ensuciarse y mojarse. Hasta esa altura de su vida, el hombre recién descubría lo bien que conectaba con la tierra y se olvidaba por algunas horas de la forma estricta y educada en la que había sido criado. No era que estuviera disconforme con la crianza que había recibido, pero, a veces, le gustaba imaginarse de niño revolcándose en el lodo, mojándose con la manguera y jugando a la pelota en la calle.

 

—Sí, definitivamente a mis hijos los dejaré revolcarse en el lodo —dijo pensativo, levantándose del suelo, con la cara y las manos sucias y con la frente empapada en sudor.

 

Su confesión, esa que nació desde lo más profundo de sus pensamientos y de su ser, sorprendió a la dos mujeres que trabajaban junto a él y si bien ellas se miraron con los ojos grandes y las caras pálidas, no dijeron nada que arruinara ese momento de tanta libertad.

 

—¿Y a cuántos niños quieres heredarle tu apellido? —preguntó Azul, la abuela de Flor y se acercó a él con dos cactus pequeños en las manos.

 

Kaled la miró con confusión y sus mejillas no tardaron en tornarse rojas, tan rojas que, a pesar de toda la tierra que llevaba pegada en la cara por el sudor que caía por su frente, quedó expuesto ante las mujeres que le habían cambiado la vida por completo.

 

—¿Qué? —preguntó cuando reaccionó y se tocó la mejilla y el cuello con nervio.

 

—Dijiste, en voz alta, que… —enunció Flor, sonriente—: a tus hijos ibas a dejarlos revolcarse en el lodo —agregó después y el hombre se retoció producto de los nervios.

 

La abuela le miró con las cejas en alto y con las manos en las caderas, como si estuviera esperando a que respondiera. Él titubeó algunas incoherencias y se frotó las manos con ansiedad.

 

—¿Lo dije en voz alta? —preguntó Kaled, asustado, sin dejar de tocarse las manos—. No-No…



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En el texto hay: amor y odio, cambio de cuerpo, trastorno alimenticio

Editado: 01.02.2021

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