Maratón final. (La novela se acaba este fin de semana).
Parte 2.
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Julio llegó demasiado pronto para el gusto de Kaled, y si bien habría querido mostrar lo nervioso que se hallaba antes del gran viaje de su novia, se mantuvo firme y tranquilo para no incomodarla a ella, para hacerla sentir bien antes del adiós.
Desde que sus cuerpos habían cambiado gracias a las locuras de su abuela, el hombre había aprendido a conocerla de una manera más personal, luego emocional y romántica, y no se arrepentía de nada, ni siquiera de haber entregado su agencia a terceros con total soltura, ni de haber perdido el prestigio que lo caracterizaba e incluso el respeto en la industria.
De lo que sí se arrepentía era del daño que le había causado a la muchacha sin haber sido consciente de lo que ella sentía, de haber ignorado esa atracción tan evidente que ella le provocaba y de haberse comportado como un ignorante respecto a su cuerpo y sus miedos.
—¿En qué piensas? —preguntó Wilma y le sonrió desde la puerta de su colorida oficina.
Kaled movió la vista desde la pantalla luminosa de su computadora portátil y se fijó en la mujer que le observaba con ansiedad, cargando algunos archivos entre sus delgados brazos.
A Kaled le encantaban las conversaciones con Wilma, le nutrían, le hacían ver la vida con otros ojos y aprendía a valorar cada segundo y cada día.
—En todo lo que ha pasado en estos últimos seis meses —siseó él con un hilo de voz.
—¿En enero comenzó tu relación con Florcita? —investigó ella y se osó a ingresar para acomodar los documentos que llevaba en la mano en la esquina de su escritorio.
A Kaled también el encantaba el respeto que Wilma le ofrecía a Flor. Nunca se había referido a su cuerpo ni a sus diferencias físicas, y si bien la mujer acostumbraba a trabajar con modelos que, claramente sufrían de anorexia y un sinfín de problemas relacionados a su autoestima, ella parecía ver más allá de lo físico y a Florence le veía el alma, justo como debía ser.
—Sí, en enero —recordó sonriente y miró los archivos con las cejas en alto—. ¿Qué es? —preguntó refiriéndose a los documentos—. ¿Es el detalle de la fiesta? ¿Quieres qué lo revise? —investigó impaciente.
Y es que estaba impaciente, no era capaz de contenerse. Fue en ese momento que recordó y entendió lo mucho que le gustaba planear y organizar fiestas; los detalles picantes, los colores y las decoraciones.
Wilma suspiró mirando al techo y tras aplaudir un par de veces, tomó la silla sobrante en su oficina y se sentó frente a él, con esa posición recta que la hacía lucir más elegante y delicada, con las piernas cruzadas, pero sin enseñar nada que incomodara a Kaled, siempre educada y recatada.
—Sí, es en agosto y es nuestro aniversario —contestó ella—. Quería saber si quieres ser mi acompañante en la fiesta de gala —siseó avergonzada—. No tengo pareja. —Se tocó las manos evidenciando ansiedad y le sonrió al hombre frente a ella de la misma forma. Kaled le detalló con el ceño arrugado—. Puedes traer a Flor si quieres, solo necesito estar acompañada esa noche o-o… —titubeó afligida—… o me voy a romper —reconoció cabizbaja y apretó los labios para contener el llanto.
Kaled la miró con grandes ojos y no tardó en responder, tan nervioso como ella.
Claro estaba que, algo malo ocurría con ella.
—Sí-Sí —afirmó Kaled, angustiado de verla así—. Flor estará de viaje —siseó él—. Así que solo seremos tú y yo, nena —agregó gracioso y la mujer le miró con la cara roja para luego echarse a llorar frente a él.
No aguantó más y tuvo que liberarse. Kaled formaba parte de su estrecho y reducido grupo de amistades más cercanas y necesitaba decir la verdad para entender que era real, que ya estaba asfixiándose con los síntomas de la enfermedad que su madre le había heredado y de la cuál había temido toda su vida.