Dulce venganza (edición)

Adiós y los hermanos Ruiz

Maratón final. Parte tres. (Esta novela llega a su fin este fin de semana).

Enjoy.

Gracias por entender y por apoyarme. 

 

*** 

 

Cuando el gran día llegó, Kaled pidió el día libre y es que quería pasar esas últimas horas en compañía de su amada, quien se mantendría lejos durante dos semanas.

 

La abuela de Flor también los acompañó en esa despedida y viajó en el asiento del copiloto en el lujoso auto de Ruiz, alardeando que viajaba en un vehículo de último modelo junto a un atractivo y caballeroso hombre.

 

Flor viajó atrás, feliz de ver a su abuela asomando la cabeza por la ventana, con su cabello blanco y sus gafas oscuras, las que le entregaban estilo a todo su vestir, también a su jocosa personalidad.

 

El aeropuerto estaba prácticamente desierto y solo sus compañeros de carrera se hallaban distribuidos por toda la sala de espera y los pasillos. Algunos estaban solos, otros en compañía de sus padres, novios y hermanos. Todos charlaban despreocupados antes del gran adiós y Flor y su familia no tardaron en imitarlos, quienes se acomodaron en una esquina del lugar y encontraron un sitio agradable para compartir unos últimos minutos.

 

—Si necesitas dinero o cualquier cosa, no dudes en escribirme, muñequita —siseó Kaled, tomando su mano con dulzura—. Si me extrañas, no dudes en llamarme, yo no tardo en tomar un avión y…

 

—Kaled… —reprochó ella y la abuela de la muchacha se rio divertida.

 

—El hombre te ama, déjalo ser feliz —dijo la anciana y mordisqueó una dona con chocolate.

 

Flor asintió sonriente e intercaló miradas entre las dos personas que estaban allí para y por ella.

 

—Cuídala —pidió ella sin despegar los ojos de la anciana.

 

—Sí, la llevaré a comer churrascos, exceso de azúcar y a caminar por el parque —indicó Kaled—, lo prometo, muñeca mía —agregó después y le besó la mano a su amada.

 

—Gracias, amor, no sé qué haría sin ti —murmulló ella, ya más nerviosa al ver que el reloj avanzaba y que la hora se acercaba.

 

—Yo me digo lo mismo a diario —respondió Kaled, risueño—. Estaría perdido sin ti, Florence. Eres quien guía mi camino a casa —confesó y le miró a la cara con dulzura, sintiéndose tan hechizada con su mirada que, no escuchó el llamado de su vuelo—. Ya, muñeca, ¡vamos! —Kaled se levantó de la silla y le ofreció sus manos—. Es hora.

 

La aludida se mostró tan nerviosa que se levantó para arrojarse a sus brazos con fuerza, ansiosa por sentirlo una vez más y calmar esa quemazón que llevaba dentro del pecho y la que se intensificaría una vez que se separaran.

 

—Mi Florcita —siseó su abuela y se unió al abrazo de la joven pareja con lágrimas en los ojos—. Disfruta, hija, aprovecha cada segundo —aconsejó, acariciándole la espalda con sus ásperas y cansadas manos—. Come pasta y paella por mí y tráeme un regalo de Italia —indicó amable.

 

Su nieta respondió igual, riéndose alegre por esa emotiva despedida.

 

—Los voy a extrañar mucho —lloró ella, mirándolos a los dos por igual. Se habían convertido en su pilar, en sus luces en la oscuridad—. No se acostumbren a estar sin mí —exigió con seriedad y los tres se rieron para abrazarse otra vez.

 

Se separaron con una sincronización única y cada uno siguió su camino. La abuela de Flor le besó la frente y le entregó su bendición, para luego sentarse en una silla y verla marchar desde una cómoda posición. Sus piernas, ya cansadas por la edad, no le permitían el lujo de perseguirla por los largos pasillos del aeropuerto y esperó tranquila frente a los grandes cristales transparentes a ver su avión despegar.

 

Kaled tomó su maleta, su bolso de mano y su gorra circular juvenil para caminar a su lado, orgulloso de verla así, tan fuerte que, no tuvo tristeza ni miedos, solo un amor inconcicional que lo mantuvo calmo y emocionado.



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En el texto hay: amor y odio, cambio de cuerpo, trastorno alimenticio

Editado: 01.02.2021

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