Maratón final. Parte cuatro.
Enjoy.
***
El viaje de Flor fue registrado en más de dos mil fotografías que Kaled observó durante tres horas continuas, analizando y escuchando todas las historias que su novia le contó de cada parada, restaurante y hotel que visitaron. La chica regresó tan feliz que, Kaled no tuvo dudas y esa distancia que habían enfrentado por primera vez, fortaleció el amor que los dominaba por igual.
Antes de que la chica fuera de visita a la casa de su abuela paterna, la pareja hizo el amor apasionadamente y se entregaron uno al otro como tanto lo necesitaban. Se quedaron tumbados en la cama conversando, riéndose y comiendo chocolates rellenos de almendras por horas y solo fueron capaces de reaccionar cuando el atardecer llegó.
Conforme se asearon para visitar a la abuela de la muchacha y emprendieron viaje hasta el otro extremo de la ciudad, Kaled le contó sus problemas a Florence y lo acontecido en los últimos días.
Le habló sobre lo que había ocurrido con Wilma, la elegante gala de la empresa, el enfrentamiento con su hermano y todo aquello que guardaba dentro de su pecho al pensar en el dolor de su amiga, la que pronto se marcharía para evitar exponerse frágil y enferma ante sus empleados e inversionistas, los que confiaban en ella y en su trabajo.
Flor lo escuchó con atención y le acarició la mano durante todo el viaje, intentando entregarle consuelo a toda esa agonía que sentía, deseando quitarle ese dolor que su amado manifestaba, ese que ella también podía sentir en el centro de su pecho.
La abuela de la joven estaba feliz de verla y muy animosa respecto a su esperado regreso. Los estaba esperando con roscas fritas y té fresco.
Se reunieron el lunes en la noche a conversar sobre el hermoso viaje que su nieta había realizado y a charlar hasta las dos de la madrugada. Si bien ninguno parecía tener intenciones de marchar, fue la anciana, quien cansada por la edad, pidió ir a la cama.
—Pueden dormir aquí si quieren —siseó ella y caminó por la casa a duras penas, ya cansada por la edad y el largo día—. La habitación de Flor está limpia y ordenada.
—Nos encantaría —contestó Kaled y su novia se rio feliz al ver lo flexible que resultaba su hombre, ese que ya presentaba grandes cambios respecto a su pasado.
—Gracias, abuelita —respondió Flor y se arrojó en las piernas de Kaled, quien la recibió con gusto para acariciarla en las mejillas—. No tengo sueño —indicó ella mirando a su amado desde su posición.
—Jet Lag —siseó Kaled sobre sus labios y le besó el rostro con dulzura, intentando calmarla para que consiguiera descansar—. Ya tengo algunos contactos para viajar a Copiapó —siseó Kaled, refiriéndose a su viaje al Desierto Florido en el norte del País.
—¿Y crees qué el desierto florezca este año? —preguntó ella con grandes ojos y se levantó ansiosa para contemplarlo mejor.
Kaled se rio y se estiró para tocarle el cabello resuelto que le caía por las mejillas.
—Lo hará, muñequita —contestó él, deleitándose con la suavidad de su piel. Ella le miró con las cejas en alto—. Si pudiste hacerme florecer entre miedos e inseguridades, creo que todo es posible —reveló y la joven se arrojó a sus brazos otra vez, pero en esta oportunidad para besarlo con frenesí en los labios.
—Tú también me ayudaste a florecer a mí, Kaled —susurró ella sobre sus labios, tomándolo fuerte por la nuca y el cuello.
—Nos ayudamos los dos —respondió él y la abrazó con fuerza.
Hablaron el resto de la noche de su breve viaje al norte del país y organizaron con paciencia esa travesía que juntos harían, la que cambiaría sus vidas.
El martes en la mañana, la abuela de Flor los encontró a los dos dormidos en la sala, enroscados en un sofá alargado, como una pareja normal de enamorados.
Los dejó descansar y se escabulló hasta la cocina. Preparó huevos revueltos y café fresco. Abrió la cortinas y dejó que cada esquina de su antigua propiedad fuera tocada por esos rayos de sol matutinos que le alegraban el día.