Dulce venganza (edición)

Epílogo: sin final

Florence bajó la escaleras blancas con cuidado y se afirmó del pasamanos de madera a su lado con exageración, cuidando de no desmayarse en el camino. Cada peldaño que bajó, su corazón latió con más fuerza, conforme intentaba asimilar las palabras que su abuela le había dedicado algunos días antes, cuando se habían reunido a comer manzanas confitadas y a tomar el sol en el parque que aún visitaban como parte de su rutina familiar.

 

—Mijita, viene pálida —siseó su abuela desde el piso uno y se levantó de la silla en la que descansaba para recibirla con ese amor tan grande que sentía por ella—. ¿Qué pasó? ¿Qué te dijo? —le preguntó impaciente.

 

Flor la miró a la cara con grandes ojos y sonrió al detallar sus arrugas, esos surcos que solo le entregaban dulzura a su rostro y mirada. Aún era capaz de recordarla de niña, cuando su abuela, enérgica e imparable, corría por la casa jugando con ella, entregándole todo ese amor que tanto merecía.

 

Su abuela la tomó de la mano y la guio con mucho cuidado hasta el exterior del centro médico que juntas visitaban. Se preocupó cuando la vio así y es que no era normal para ella estar tan callada y pálida.

 

Flor se apoyó en el muro blanco de la clínica y se rio feliz cuando entendió que todo era real, que no era un sueño cualquiera.

 

—Dijo que sí —respondió Flor cuando su corazón empezó a latir otra vez con normalidad.

 

—¿Sí? —preguntó la abuela por inercia y la miró alegre—. ¡Sí, sí! —gritó la anciana y la tomó por las mejilla para besarla con entusiasmo.

 

Se rieron la dos tomándose de las manos y chillaron como niñas alegres que acababan de recibir la mejor noticia de sus vidas.

 

—Ya sé su sexo… —jadeó Flor, emocionada—. ¿Quieres apostar? —preguntó y la abuela se rio, víctima de los juegos de su nieta.

 

—¿Quieres seguir perdiendo dinero? —contraatacó ella y se acomodó las manos en las caderas para mirarla con atrevimiento.

 

Flor le dedicó una adorable mueca de pato, pero luego asintió con la cabeza. Amaba ver a su abuela revelando esos dones con los que su familia había sido bendecida.

 

—Te debo diez mil. ¿Apostamos diez mil más? —preguntó con los ojos entrecerrados.

 

La abuela decidió que le gustaban esos juegos tan atrevidos. Últimamente se divertía jugando con los Ruiz, quienes odiaban perder y continuaban cayendo en ese círculo vicioso de apuestas ilegales.

 

—La pachamama me va a castigar por estas apuestas ilegales —bromeó la anciana y se acercó a Flor para tocarle la panza. Acomodó sus manos en su abdomen bajo y cerró los ojos algunos segundos—. Supe su sexo desde el primer segundo, ahora solo quería verificar que tan emocionada está ahí adentro.

 

Flor levantó las cejas y se impacientó por escucharla hablar.

 

—¿Y? —molestó Flor, impaciente.

 

—Niña —respondió la abuela con plena seguridad y Flor rabió exagerada, gruñendo y chillando al entender que había perdido.

 

Otra vez.

 

Se abrazaron entonces despúes y se mecieron de lado a lado, celebrando el primer embarazo de Florence y Kaled, el que claramente marcaría un antes y un después en sus vidas y es que, después de siete años, las cosas iban mejor que nunca.

 

—¿Churrascos y papas? —preguntó Flor recuperándose para caminar por las amplias avenidas de su ciudad. La abuela asintió conforme su nieta le ofreció una pequeña fotografía en blanco y negro que la hizo vibrar—. Diecisiete semanas y cuatro días.

 

La anciana miró la fotografía de su bisnieta con los ojos húmedos y pensó en su fallecido hijo, el que habría adorado estar allí en ese momento, disfrutando de cada emoción que su hija habría podido ofrecerle.

 

Almorzaron juntas en su restaurante favorito y al aire libre, comiendo papas fritas y churrascos sabrosos, conforme hablaron de su futuro, el de Kaled y el de su futura hija, la que venía al mundo después de amargos días.

 

—¿Has sabido algo de Mirko? —preguntó la anciana, quien también se había encariñado del mayor de los Ruiz y con quien había compartido emotivos momentos.

 

Flor le miró afable y se engulló una papa frita con lentitud, para luego saborearla de la misma forma.

 

—Sí, lo vimos el viernes pasado —musitó ella con un poco de melancolía al recordar a Wilma—. No le gusta que le visiten muy seguido —se rio con dulzura—. Se le ha hecho difícil criar solo, pero…



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En el texto hay: amor y odio, cambio de cuerpo, trastorno alimenticio

Editado: 01.02.2021

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