Dulce y amarga espera (dyae) // Clichés musicales

4. Un día nublado sin sol

Pensé que un buen libro me haría olvidarme de la cita de Abigail con Alex, pero para mí mala suerte, solo funciono por un par de horas. Me encontraba en mi casa, buscando por mis estanterías otro libro que me distrajera, sin embargo, casi todos eran sobre amor y melancolía.

Ahora que lo pienso, debería considerar ampliar los géneros que leo.

Puede que parezca que estoy exagerando, pues solo la había invitado al acuario y eso no siempre es un interés hacia alguien, pero me temo que las intenciones de Alex son muy claras, y lo confirme cuando se ofreció a llevarla hasta su casa. No hay duda de que siente algo por ella y solo me culpo a mí mismo por guardarme mis sentimientos por tanto tiempo.

 

—No puedo evitarlo... Me siento ansioso —dije en voz alta, revolviéndome mi cabello con inquietud y quitándome mis lentes.

 

—¿Por qué tuve que enamorarme de ella? —me cuestioné dejando el libro que estaba leyendo para luego tumbarme en mi cama.

 

—No cabe duda de que soy un masoquista...

 

Se que dije que me confesaría, pero ¿Qué podría decirle?

Tengo miedo de que mi amor sea tan grande, que no me permita expresarme como deseo.

 

—¿Cómo empiezo a contarle mis sentimientos? ¿Me entenderá?

 

Comencé a cuestionarme a tal grado que ya no supe cómo responderme y entre esas preguntas surgió la que más ignoraba y temía.

 

—¿Ella aceptará mi sentir?

 

—Siempre hay que visualizar el peor escenario... —dije en voz baja con la mirada fija en el techo.

 

No quería pensar en esa posibilidad, pero era inevitable. Abigail podía no sentir nada por mí, de hecho podría incomodarse con mi confesión.

Si ese fuera el caso... Yo no soportaría seguir siendo su amigo, la conozco. Ella no puede alejarse de alguien aunque no corresponda su sentir. Por lo tanto, yo tendría que alejarme hasta que logré superar mi amor hacia ella.

 

—Será difícil, pero dicen que el tiempo cura cualquier herida... —expresé tratando de convencerme de aquel dicho, después solté un gran suspiro.

 

No recuerdo cuando tiempo estuve perdido en mis pensamientos, pero no pensaba quedarme dormido. Tal vez fue el ambiente, pues estaba solo, tumbado en mi cama, mirando a la nada y con una pequeña brisa entrando por mi ventana entreabierta.

Y cuando desperté, no fue por voluntad propia, si no por el ruido de alguien tocando el timbre de la puerta de mi apartamento.

Me levanté un poco soñoliento, pensando que sería algún repartidor de paquetes o en el peor de los casos, un amigo, pero cuando abrí la puerta me sorprendí al ver a Abigail sosteniendo un ramo de flores y usando un lindo vestido blanco.

 

—¿Qué haces aquí? ¿No estabas en una cita? —pregunté confundido, cerrando la puerta tras de mí.

 

—Lo estaba —respondió sorprendida por verme en un estado poco usual— ¿Qué te paso en la cara? ¿Estás bien?

 

—Si, estoy bien, es solo que me quede dormido —dije con los ojos entrecerrados, pues no llevaba mis lentes y ya estaba oscureciendo— ¿Paso algo?

 

—Digamos que le rompí el corazón a cierta persona en la salida del acuario... —dijo desviando levemente la vista hacia un lado.

 

—¿Le rompiste el corazón? —le cuestioné con asombro, dado que no pensaba que aquel chico fuera tan valiente para confesarse en la primera cita.

 

Estaba bastante apenada así que solo asintió.

 

—Parece ser que no tienes piedad con nadie —dije con una media sonrisa al imaginarme el escenario de la dichosa confesión.

 

—¡No te rías! De seguro lo está pasando mal... —expresó acercándose a mí un tanto indignada.

 

—Claro, de eso no hay duda —lo quería decir con total seriedad, pero no pude evitar soltar una risilla.

 

—¡Dante! —exclamó dándome un pequeño golpe en el pecho.

 

—Si tanto te preocupas por él, ¿Por qué lo rechazaste?

 

Se quedó un momento en silencio, pensando que decirme. Y al verla, me preocupe de haberle preguntado eso. No era quién para saberlo.

 

—Olvida lo que dije...

 

—Es porque ya tengo a alguien en mi corazón—dijo dando unos pasos hacia atrás, con una expresión de vergüenza.

 

No pude responderle al instante, pues aquello me tomo por sorpresa y me sentí como un idiota por no pensar en la otra posibilidad, una que pase por alto.

El que ella estuviera enamorada de otra persona.




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