Dulce y amarga espera (dyae) // Clichés musicales

5. Una visita con flores

Estábamos ambos afuera de mi apartamento y una brisa cálida nos rozaba el rostro. Ella tenía un rubor rosado en sus mejillas, y yo la cara pálida al escuchar que su corazón ya había sido conquistado.

Confieso que lo único que deseaba era irme y refugiarme en la oscuridad de mi habitación, sin que nadie pudiera escuchar mi alma adolorida.

 

—¿No sientes curiosidad por esta persona, Dante? —me preguntó con una voz suave, tratando de encontrar mi mirada, pero esta se encontraba fija en el suelo.

 

Como sigo siendo su “amigo” sería normal que le pregunte, pero no quiero hacerlo ni escucharlo. Al menos no ahora.

 

—¿Dante...? —se acercó lentamente hacia mí y aunque retrocedí, la puerta me detuvo.

 

«¿Acaso quieres matarme?» pensé con mi corazón palpitando con fuerza.

Ella no sabía el poder que podían generar en mí sus acciones, por más pequeñas que fueran.

 

—Veo que no tienes ningún interés en saberlo... —dijo en voz baja, pero al estar muy cerca lo pude escuchar y continuó mientras alzaba la vista— Pero realmente quiero compartirlo contigo, ¿Podrías escucharme?

 

—¿Por qué tienes tanta insistencia en decírmelo? —pregunté con voz firme, y rindiéndome, decidí mirarla a los ojos. Era la primera vez que podía ver sus ojos de cerca y agradecí en medio de mi agonía, el poder verlos aunque sea un instante.

 

—Porque eres mi amigo, ¿No te parece una buena razón?

 

—Tienes razón, pero ahora mismo no es el momento —respondí lo más calmado que pude y con un movimiento hice que se alejara un poco.

Parecía querer invadirme de preguntas acerca de la razón por la cual no quería escucharla como su “amigo”.

 

—Pero Dante... —Con la pena, tuve que interrumpirla, pues no sabía cuánto tiempo podía soportar esta situación.

 

—Mejor hablamos otro día con calma en tu cafetería favorita. —expliqué con los ojos cerrados, con la esperanza que eso me ayudara a formular una buena excusa para que cada quién se fuera por su camino— Ahora mismo estoy demasiado cansado...

 

En su rostro noté una expresión de decepción y tristeza. No quería herirla ni mucho menos, pero necesitaba un tiempo a solas para procesarlo y se suponía que lo haría hoy. Al final su presencia afecto mis sentimientos descontrolados.

No parecía querer decir nada más, así que me giré para volver a mi departamento. Una vez que entré, cerré la puerta y me dejé caer sobre ella para luego revolverme el cabello una vez más con frustración.

Nada había cambiado, tuve la oportunidad y la deje ir. Me deje intimidar por lo que me dijo, como un cobarde.




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