Esa tarde la recuerdo tan vivamente, como las imagenes nitidas de un video HD. Su bella sonrisa de dientes amarillos y chuecos, sus pecas rojizas y ese cabello desgreñado marrón. El sol irradiaba y el viento soplaba con delicadeza, moviendo con suavidad sus pelos. Ella traía una paleta de sabor fresa, y yo una bolitocha. Ella, con delicadeza, acariciaba a su gatito de tres meses, blanco y con una hermosa mancha en el ojo izquierdo. Hablaba de como su madre le permitió tener este gatito y como lo salvo de su horrenda abuela. Como, en su crueldad, tenía al gatito tan flaco y con infección en sus ojitos. Yo la escuchaba con admiración, asintiendo con era necesario.
-Y ahora es mio, mi abuela nisiquiera lo esta buscando. Vieja malvada- dijo, haciendo un puchero, formando con sus labios un corazón.
-Erin... ¡Tengamos una cita!- exclamé. Ella abrio los ojos con sorpresa. Balbuceó y dejó de acariciar al gato. Yo, sin saber por qué, me sentía nervioso.
-¿Una cita? ¿Qué se hacen en las citas?
-Pues jugar, Erin.
-Entonces, ¿Esto no sería una cita?- Yo pensé un momento en su reflexión y, sin darme cuenta, me sonrojé. No tenía idea de que estabamos en una cita.
-Jeje, tienes razón. Entonces... ¿eres mi novia ahora?- Erin se sonrojó y asintió con timidez. Yo reí contento.
Y, sin darme cuenta, Erin fue mi primer amor, mi primera cita y el amor de mi vida.
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Editado: 19.02.2019