MIRANDA
Hace poco compré un teléfono nuevo, los mensajes y llamadas estaban en blanco, como tonta ese pedazo de acosador me tenía en la espera de una maldita llamada, ¿Tanto le costaba marcar o escribir un "Hola"?
— Quita esa cara Miri... me aburres con tu ceño fruncido— Tara subió el volumen del televisor, bufé.
— Ni siquiera ha tenido la decencia de marcarme— es que mira, ya ha pasado una semana, está bien, no es que sea indispensable Theodore para mis planes futuros, pero… a quien engaño, si lo necesito.
Me eché a los pies de Tamara y acaricie el felpudo tapete blanco en el que estoy acostada, ¿Por qué tiene que ser tan difícil?
— ¡Ya sé!— Mi loca amiga se levantó con el teléfono en su mano izquierda y lo agitó.
— ¿Ya sabes qué?— pregunté irritada. En respuesta ella cruzó los ojos poniéndolos en blanco. Me aferré a la idea de que no saliera alguna estupidez de su boca y soltó—, ¿Quieres ver a Thed?
Mmm, realmente no, tengo un fastidio por ese hombre, pero a mi pesar lo necesitaba.
— ¿Si?— me incorporé y me senté en forma de indio para hacerle entender que la escucharía.
— Perfecto, invité a Max a cenar y seguramente traerá a tú acosador.
— ¿Te estás escuchando?— asintió—, esa idea suena descabellada.
— Haremos la cena nosotras aquí en casa.
Quise estampar mi frente contra la mesa de centro.
— ¡Nunca cocinamos!— chillé.
Colocó la mano libre en su cintura y sonrió.
Me cago en su puta idea.
— Yo sé cocinar— admitió.
— Yo no.
— Te enseñaré.
— No quiero aprender— dije renuente.
— Mmm entonces lo haré sola.
— Ensuciaras la cocina.
— ¿Y?
— ¿Quién la limpiará?
— ¿Tú?
— ¿Y por qué yo?
— Porque yo cocinaré.
— ¿Te dije que lo hicieras?— dije irónica, ya sé que estaba sacando pretextos absurdos, pero el que ese intento de playboy estuviera en mi espacio sagrado solo le daría pie a invadirlo.
— ¡Basta Miranda!— me miró mal—, levantarás tú culo de esa alfombra y me ayudarás, luego te darás un baño e impresionaras, ¿De acuerdo?
Bajé la cabeza. Suspiré resignada, últimamente nada sale como lo deseo.
— ¡Ahora!
Di un brinquito asustada por su grito y me puse de pie.
Tamara se dirigió a la cocina, abrió la despensa y luego la nevera, negó con su cabeza y me miró decepcionada.
— Debemos ir de compras.
— ¿Por qué?— me hice la desentendida.
— Solo tenemos cerveza, si alguien abre nuestra nevera pensará que somos alcohólicas.
Levanté los hombros—. ¿Acaso no lo somos?
Tamara sonrió, señaló mis pies y luego mi habitación, indicando que fuera a colocarme zapatos.
Tras quince minutos estábamos en el estacionamiento del súper mercado buscando un espacio libre para dejar el auto ahí, tengo mis nudillos blancos de tanto apretar el volante. Divise un espacio cerca de una camioneta, me apresuré y un auto azul cielo se quiso adelantar así que apreté la bocina más de diez veces, ese maldito espacio sería mío.
Él auto respondió con su bocina y bajé la ventana, era una mujer de quizá 65 años, podría ser mi abuela.
— ¡Ese espacio es mío señora!— grité.
— ¡Yo lo vi primero mocosa!— contestó.
¿Me llamó mocosa? Abrí la boca ofendida, que falta de respeto.
Traté de meter el auto entre el poco espacio, si no me fuera respondido así le fuera cedido el espacio.
— ¿No crees que debiste dárselo?— preguntó Tamara.
— Tú te callas, por tú culpa estamos aquí.
Estaba a punto de lograr mi cometido pero la insistente abuela apretó la bocina y aceleró, rayó la pintura de la parte delantera del auto.
Joder.
Respira.
Inhala.
Exhala.
Me quité el cinturón para enfrentar a la señora, sentí una mano en mi hombro.
— Déjalo pasar.
— ¡No, ralló mi auto!
Ella sobó mi hombro—, cálmate Miri— como si esa fuera la gota que necesitaba para explotar, me bajé del auto con las llaves en mano, se lo haría pagar.
Di dos pasos y ya tenía enfrente el auto azul cielo, sonreí como buena niña exploradora. Empuñé la llave entre mis dedos y la pasé por todo el capo dejando imperfecta la pintura, eso costaría bastante.
— ¡Que le den abuela!— grité.
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Editado: 12.08.2019